Haikus de otoño

El haiku consiste en un poema breve de tres versos. El ritmo de los mismo se dividía en moras, teniendo en cuenta la distinción entre sílabas breves y largas, pero en castellano, ya que esa distinción no existe, lo computamos mediante sílabas, así los tres versos serán de cinco, siete y cinco sílabas respectivamente. Aunque no siempre los poetas cumplen con estas reglas tradicionales y se permiten diversas licencias a la hora de escribirlos. Otro caso diferente es el de las traducciones, pues es raro que coincidan los periodos fonéticos entre dos lenguas diferentes.

Este breve poema nos ha llegado de la tradición japonesa donde el arte de la brevedad alcanzó cotas sublimes. Sus contenidos pueden ser de lo más variado, aunque normalmente suelen estar relacionados con la naturaleza.

El hecho de que sean composiciones bastante pequeñas no está reñido con la riqueza de su contenido y mucho menos con su profundidad en los temas que traten, pues gracias a esa misma concisión se ejercita la capacidad de condensación y todas las palabras empleadas deben tener un sentido completo.

Escribir haikus es un ejercicio muy recomendable para toda persona con inquietudes poéticas, pues ayuda a desarrollar la capacidad de síntesis y a saber elegir las palabras que realmente sean necesarias.

Los haikus que hoy os presentamos tienen en común el tema del mes: otoño.

Francisco Diéguez

las hojas bailan
siempre que haya viento
sino, esperan 

el caminante
entre espigas en flor
corta camino

el árbol crece
amontonando al pie
hojas caducas

alejándose
acompaña al viento
la hoja seca

rasgan las hojas
con su suave caída
el aire quieto

las hojas secas
reciben el otoño
con remolinos
Dokushô Villalba

Impresionado por el bosque
amarillo ha llegado
el otoño.

¿Un ratón en patio?
¡Una hoja empujada
por el viento!

Primeras lluvias de otoño.
Se inclina el junco,
mecido por el viento.

Lluvia de otoño.
Bajo las mantas,
cuerpos calientes.

La lluvia quiebra
en mil círculos
el espejo del lago.

Terminada la tarea
el sol y los jornaleros
regresan a sus casas.

Hojas en llamas
rojas y amarillas
esta tarde de otoño.

Sin golondrinas,
la casa vacía.
Otoño.
Antonio Cruzans


Las hojas secas
son las nubes del otoño,
cubren el suelo.

Brazos desnudos
suplicando clemencia,
lluvia de hojas.

Otoño pinta
colores de verano
en frío cielo.

Charcos, espejos,
el cielo se repite
sobre la tierra.

Hoja, pájaro,
sus alas son de viento,
su fin el nido.

Cuando tú lloras,
otoño en mi pecho:
mi sol tus ojos.
Herme G. Donis


Sin hacer nada,
tirano, el tiempo crece.
Llega el otoño.

Hojas caídas,
compañeras del aire
para sus juegos.

Otoño en grises:
vegetal impudicia
tras la espesura.

Bashô


En una rama seca 
El cuervo posado 
Noche de otoño 

Kare eda ni 
karasu no tomarikeri 
Aki no kure

Issa 


Viento de otoño 
Quiere coger 
Las flores rojas 

Akikaze ya 
Mushiritagarishi 
Akai kana 

Luz del Olmo


En el otoño
las hojas amarillas
se difuminan.

Cierran sus párpados
las hojas del otoño.
¡Quieren dormir!

Tarde ambarina:
olmos, chopos, álamos.
Fuego de hojas. 

Cruzans, Antonio

Antonio Cruzans es un escritor nacido en Castellnovo, un pueblo de Castellón, en marzo de 1957. Contrajo la poliomielitis cuando era niño, lo que le impulsó a dedicarse a la lectura y la escritura. Estudió Filología Hispánica en la UNED de Villarreal y ha publicado varios libros de relatos, poesía y teatro. También dirige una revista digital llamada «El volumen de una sombra» y colabora en varios proyectos educativos y culturales. Algunos de sus libros son: La voz interior (2012), Carpe diem (2014), Desde mi ventana (2016), Bisiesto (2016), Cuatro comedias cortas (2018), Como pompas de jabón (2019), Castellnovo. Memoria gráfica de un pueblo (2019), (junto con Rigoberto Cardells), El pez en la pecera (2021) o Presencias. Antología pretérita (2023).

Autorretratos, por Ancrugon

El autorretrato consiste en dejarse en evidencia ante los demás describiendo, con justicia y sinceridad, cómo nos vemos a nosotros mismos; esconder nuestros defectos y maquillar nuestra imagen no es un autorretrato, es simplemente una descripción fantástica que se aleja de la realidad.

AUTORRETRATO DE ADOLESCENCIA,
DE PABLO DE ROKHA

Entre serpientes verdes y verbenas,
mi condición de león domesticado
tiene un rumor lacustre de colmenas
y un ladrido de océano quemado.

Ceñido de fantasmas y cadenas,
soy religión podrida y rey tronchado,
o un castillo feudal cuyas almenas
alzan tu nombre como un pan dorado.

Torres de sangre en campos de batalla,
olor a sol heroico y a metralla,
a espada de nación despavorida.

Se escuchan en mi ser lleno de muertos
y heridos, de cenizas y desiertos,
en donde un gran poeta se suicida.
AUTORRETRATO, 
DE SERAFÍN Y JOAQUÍN ÁLVAREZ QUINTERO


Fuimos… entre espigas y olivares:
el uno esperó al otro en la lactancia,
y en el primer pinito de la infancia
ya escribimos comedias y cantares

Después… libros, y novias y billares
¡memorias que ilumina la distancia!
luego… una juventud cuya fragancia
envenenan agobios y pesares.

Fuimos… cuanto hay que ser: covachuelistas,
estudiantes, “diablillos”, editores,
críticos, “pintamonos”, retratistas…

Y hoy, como ayer, sencillos escritores
que siguen, a la luz de sus conquistas,
sembrando sueños por que nazcan flores.
AUTORRETRATO,
DE SERGIO ANDRADE

me sentaré sin moverme
en la completa oscuridad del día
al amparo de mis imperfecciones
enclaustrado en la disimulación
que me otorgue una trinchera cómica
ilusoria
de tan rebuscadamente pergeñada
levitando
después de mil meditaciones de gurú
con la persistencia del pájaro carpintero
que dibujara su propio tótem en un sauce
les diré a las manzanas
que abandonen por un segundo sólo
sus aspiraciones de elegías
sus platones de elipses
ni cósmicas ni keplerianas
sencillamente hogareñas
que dejen de lado ya
de plano
su naturaleza muerta
sus inercias guturales
y me canten al oído coplas
para sobrellevar mi infierno
me acompañen
sean ahora ellas
las que
por fin
me nombren
AUTORRETRATO,
DE ANTONIO CRUZANS

Quisiera, como el sol, tener mi propia luz,		
alumbrar con mis rayos la tiniebla más espesa,
calentar con mi fuego la soledad y su inquietud,
dar la esperanza de que un mañana amanezca.

Quisiera, como el viento, peinar los trigales,
mover las hojas en alegre danza,
portar en mis hombros las aves,
hacer girar las aspas de la esperanza.

Quisiera, como las nubes, volar sobre el mundo,
ver desde arriba todos sus colores,
dejar caer mi vida en forma de llanto
sobre las cabezas de todos los hombres.

Quisiera, como la lluvia, caer sobre los árboles,
resbalar por su tronco y filtrarme en la tierra,
borrar el exterior al caer en los cristales
obligando a retirar a unos ojos que esperan.

Quisiera, como el mar, mecer en mi oleaje
la barca de mi vida, peregrina sin rumbo,
posarla suavemente en la arena, al final del viaje,
y acariciarla con la espuma sin descanso alguno.

Quisiera, como la tierra, sentir la vida pisándome,
notar como la hierba crece hacia afuera,
ver como las raíces penetran desgarrándome,
creerme algo importante y que a la vez lo fuera.