La poesía como ficción

Anxiety (1984) de Edward Munch

Cuando nos acercamos a un poema lírico y tratamos de averiguar, con las dificultades que ello conlleva y suponiendo que se pueda averiguar, qué quiere decirnos el poeta con esos versos siempre tratamos de dar una explicación basada en la ideología que sabemos que tiene el autor, en los acontecimientos biográficos que rodean la creación, en los hechos históricos que se suceden durante la época en la que se prolonga la escritura… Es decir, siempre que tratamos de dar una explicación lo hacemos recurriendo a datos extralingüísticos que no están presentes en el poema en sí, sino que más bien rodean al mismo y a su creación. No estoy diciendo que ello sea un error, yo mismo lo he hecho en la gran mayoría, o mejor dicho todos los artículos que he escrito aquí. Ni siquiera pienso que esté mal, pues es cierto que muchas veces llegaremos a buen puerto a través de este tipo de análisis. Eso sí, el hecho de pensar que todos los poemas son expresiones del estado de ánimo del poeta no induce a error en muchas ocasiones.

La utilización de esos datos extralingüísticos nos lleva a dar interpretaciones relacionadas directamente con la realidad circundante al autor de la composición, o lo que es lo mismo, en ningún momento pensamos, ni por casualidad, que es probable que lo que se nos dice en esos versos sea una mera creación ficticia que nada tenga que ver con la vida del autor, sino que tan solo es su imaginación la que ha creado todo lo que se plasma en el poema.

Abordemos este tema desde otro ángulo probablemente más cercano para la gran mayoría de lectores y de esta forma podrá ser mejor entendido. Imaginemos una obra narrativa cualquiera, me da igual que sea El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, una obra realista de Galdós o Blasco Ibáñez, una novela rusa del siglo XIX, el Ulises de Joyce, las novelas fantásticas de Tolkien, los cuentos de los hermanos Grimm… Siempre que abordamos la lectura de ellas lo hacemos pensando de antemano que nos encontramos ante una ficción narrativa creada por un escritor en su imaginación, pese a que puede o no tener una base real, unos personajes en parte reales o unos escenarios pertenecientes a este mundo. Siempre, siempre, abordamos la lectura como la introducción dentro de un mundo más o menos ficticio: más ficticio cuando lo contado se aleje mucho de la realidad y menos ficticio cuando se cuenta algo más cercano. Por ejemplo, una obra de Vicente Blasco Ibáñez como La barraca sería considerada por sus lectores contemporáneos como una historia poco ficticia, pues se muestra un mundo muy similar al que los rodea en su día a día, con unos personajes descritos de forma similar a sus vecinos ¿Por qué? Simplemente por el hecho de que de antemano y con toda la razón se enfrentan, nos enfrentamos, a la lectura de las obras narrativas como puras ficciones. Por supuesto, ello no quita que a través de esas historias ficticias se denuncien o cuenten situaciones del mundo actual o pasado, por ejemplo, como ocurre con todas las novelas que actualmente se publican en torno a episodios de la Guerra Civil. Pero ¿a que no tomamos esas historias como ciertas y reales sino como ficciones creadas por el escritor a partir de unos datos reales? Ahí es donde quiero ir a parar.

Volvamos a la poesía. ¿Por qué abordamos la lectura de poemas líricos pensando siempre que se están contando los sentimientos y/o emociones de un yo lírico que normalmente identificamos con el escritor?, es decir, ¿Por qué pensamos que ese yo poético que aparece en los versos es el poeta?, ¿Por qué no leemos lírica pensando que no existe relación entre ellos? Se puede crear una obra lírica que plasme emociones y sentimientos en un yo poético que no tienen nada que ver con las emociones y sentimientos que tiene el autor, es decir, podemos crear poesía lírica ficticia, al igual que creamos obras narrativas ficticias. Por supuesto que el autor dejará algunos rasgos de su personalidad en los versos, al igual que los novelistas, dramaturgos o cuentistas los dejan en las historias que viven sus personajes. Eso es inevitable, pues todavía nadie ha creado un solo texto totalmente objetivo, ya que siempre aparecen las huellas del autor en uno u otro sentido.

Por tanto, pensar que el yo poético es siempre el poeta es tan descabellado como pensar que Tolkien es Légolas, Frodo o Gandalf, que Cervantes es Don Quijote y que Bram Stoker es el mismísimo Conde Drácula. Sin embargo, tampoco debemos estar en la postura del extremo contrario y pensar que nunca hay coincidencia entre ellos.

Teniendo claro lo dicho hasta este punto, considero que lo más conveniente es presentar una serie de ejemplos. Para empezar, me gustaría proponer un poema titulado “Albada” de Jaime Gil de Biedma, uno de los mayores representantes de la poesía española de la llamada Generación del 50, formada por aquellos poetas que nacieron poco antes de la Guerra Civil y cuya infancia se desarrolla en esta y los primeros años del franquismo. Su poesía bebe directamente de los poetas sociales, aunque su ideología literaria se aleja bastante de la denuncia social en sí:

ALBADA

Despiértate. La cama está más fría
y las sábanas sucias en el suelo.
Por los montantes de la galería
              llega el amanecer,
con su color de abrigo de entretiempo
              y liga de mujer.

Despiértate pensando vagamente
que el portero de noche os ha llamado.
Y escucha en el silencio: sucediéndose
hacia lo lejos, se oyen enronquecer
los tranvías que llevan al trabajo.
               Es el amanecer.

Irán amontonándose las flores
cortadas, en los puestos de las Ramblas,
y silbarán los pájaros -cabrones-
desde los plátanos, mientras que ven volver
la negra humanidad que va a la cama
               después de amanecer.

Acuérdate del cuarto en que has dormido.
Entierra la cabeza en las almohadas,
sintiendo aún la irritación y el frío
               que da el amanecer
junto al cuerpo que tanto nos gustaba
               en la noche de ayer,

y piensa en que debieses levantarte.
Piensa en la casa todavía oscura
donde entrarás para cambiar de traje,
y en la oficina, con sueño que vencer,
y en muchas otras cosas que se anuncian
                desde el amanecer.

Aunque a tu lado escuches el susurro
de otra respiración. Aunque tú busques
el poco de calor entre sus muslos
medio dormido, que empieza a estremecer.
Aunque el amor no deje de ser dulce
                 hecho al amanecer.

-Junto al cuerpo que anoche me gustaba
tanto desnudo, déjame que encienda
la luz para besarte cara a cara,
                 en el amanecer.
Porque conozco el día que me espera,
                 y no por el placer 

Relacionemos este poema con lo dicho anteriormente. Nuestra intuición lírica nos lleva a pensar que el protagonista del poema, el yo lírico que cuenta el mágico despertar al lado de la persona “que anoche me gustaba / tanto desnudo”, es el propio poeta, es decir, Jaime Gil de Biedma. Mi pregunta es: ¿Por qué debe ser él y no puede ser un personaje creado para ser protagonista de una historia ficticia? Pienso que no tenemos por qué pensar que el escritor y el yo lírico comparten identidad, ya que, pese a que en este caso puede ser así, también puede no serlo y en manos del lector las mismas pruebas existen para probar que sea Gil de Biedma como para probar que no lo es. Por tanto, las mismas razones tenemos para leerlo en clave ficticia como hacerlo pensando que es el poeta. Aunque nuestra intuición lírica nos lleve a hacerlo de esta última forma ¿por qué no contradecir a nuestra intuición?

Quiero proponer ahora un poema de un autor de la misma Generación, Ángel González, cuyo título es “Cumpleaños”:

CUMPLEAÑOS

Yo lo noto: cómo me voy volviendo
menos cierto, confuso,
disolviéndome en el aire
cotidiano, burdo
jirón de mí, deshilachado
y roto por los puños
Yo comprendo: he vivido
un año más, y eso es muy duro.
¡Mover el corazón todos los días
casi cien veces por minuto!

Para vivir un año es necesario
morirse muchas veces mucho.

De nuevo la doble vía de interpretación. En esta reflexión sobre el paso del tiempo que toma como pretexto para crearse el cumpleaños del yo lírico cabría preguntarse si las preocupaciones de este eran también del propio Ángel González o tan solo fueron una mera invención del poeta, que tuvo la idea de plasmar por escrito el miedo de un yo lírico a envejecer. De nuevo tenemos las mismas pruebas para probar una y otra cosa, por tanto, de nuevo podemos leerlo como ficción o como plasmación de los sentimientos del poeta.

Crucemos el Charco hasta Chile para leer al Premio Cervantes de Literatura, Nicanor Parra:

CARTAS A UNA DESCONOCIDA

Cuando pasen los años, cuando pasen 
los años y el aire haya cavado un foso 
entre tu alma y la mía; cuando pasen los años 
y yo sólo sea un hombre que amó, 
un ser que se detuvo un instante frente a tus labios, 
un pobre hombre cansado de andar por los jardines, 
¿dónde estarás tú? ¡Dónde 
estarás, oh, hija de mis besos!

En este breve poema epistolar, si atendemos a su título, el yo lírico se cuestiona dónde estará su amada cuando pasen los años y “el aire haya cavado un foso / entre tu alma y la mía”. Ese “ser que se detuvo un instante frente a tus labios”, puede no ser Nicanor Parra, como podemos pensar si le hacemos caso a nuestra intuición poética (¡maldita engatusadora ¡). Comparemos: el yo lírico tiene las mismas posibilidades de ser Nicanor Parra que Vladimir Nabokov de ser Humbert Humbert, protagonista de Lolita.

Mantengámonos en América Latina, pero viajemos al primer tercio de siglo XX para proponer un poema de uno de los más grandes literatos peruanos, César Vallejo:

EL POETA A SU AMADA 

Amada, en esta noche tú te has crucificado
sobre los dos maderos curvados de mi beso;
y tu pena me ha dicho que Jesús ha llorado,
y que hay un viernes santo más dulce que ese beso.

En esta noche clara que tanto me has mirado,
la Muerte ha estado alegre y ha cantado en su hueso.
En esta noche de setiembre se ha oficiado
mi segunda caída y el más humano beso.

Amada, moriremos los dos juntos, muy juntos;
se irá secando a pausas nuestra excelsa amargura;
y habrán tocado a sombra nuestros labios difuntos.

Y ya no habrá reproches en tus ojos benditos;
ni volveré a ofenderte.  Y en una sepultura
los dos nos dormiremos, como dos hermanitos.

Demos un paso más en esta teoría. En este poema el título relaciona de forma directa a poeta y yo lírico: “El poeta a su amada”, ¿Es esto suficiente como para afirmar que esta correspondencia es perfecta? No, rotundamente. En literatura existe la autoficción, un procedimiento que provoca que autor, narrador y protagonista compartan la misma identidad, como por ejemplo ocurre en Soldados de Salamina de Javier Cercas, sin embargo, estas obras no cuentan historias reales de sus autores. La propia palabra lo dice: autoficción, es decir, ficción propia, de y sobre uno mismo. En este sentido, muchos narradores introducen elementos autobiográficos en sus obras que hacen que compartan parte de su identidad con el protagonista y narrador de la novela, sin embargo, la gran mayoría de sucesos que se narran poco o nada tienen que ver con lo que realmente ha sucedido, lo que provoca una enorme cantidad de juegos entre ficción y realidad. Este mismo juego puede estar proponiendo Vallejo con el título haciendo creer que él mismo, el poeta, es el protagonista de lo contado a una amada que también existe o existió. ¿Por qué no pensar esto? Al fin y al cabo, ya sabéis que: las mismas posibilidades tenemos de afirmar esto que de decir que lo narrado es la expresión de una vivencia y unos sentimientos del poeta.

Tic – tac, por Raúl Molina

Tic-tac, tic-tac, mira el reloj, tic-tac, tic-tac, míralo otra vez. No es la misma hora, ha cambiado, ha pasado el tiempo. El instante que acabas de vivir ya no se va a repetir NUNCA, forma parte del PASADO. ¡Oh, el paso del tiempo! Todo lo cambia, todo lo muda, las más veces a mal como ocurre con las personas; es lo que llamamos la acción corrosiva del tiempo.

Pero ¿por qué nos preocupa el paso del tiempo? Muy sencillo, nos preocupa porque su control escapa de nuestras manos y porque ese inevitable paso de los años a razón de 60 segundos por minuto, 60 minutos por hora, 24 horas por día y 365,25 días por año nos transporta tranquilo y seguro hacia el irrevocable fin último que todos estamos condenados a sufrir algún día. Tratamos de resignarnos a ello, qué hacer si no, tenemos toda una vida para hacernos a la idea de que algún día, probablemente mañana o probablemente dentro de 60 años, acabarán nuestras andanzas por el mundo de los vivos, criaremos malvas, nos iremos al barrio de los callados… Cualquier expresión eufemística sirve si no queremos ser muy explícitos. Si por el contrario deseamos serlo podemos decir simplemente que algún día, uno y solo uno, moriremos. Sin embargo, y pese a tener toda una vida para hacernos a la idea, no conseguimos aceptar que algún día todo se acabará para nosotros. Por eso existen las religiones, por eso las personas tratan de distraerse con las tonterías más insignificantes cuando saben que se acerca el fin y por eso existen poesías que están dedicadas al paso del tiempo y a la inevitable preocupación que este causa en los poetas. De esta forma, el poeta plasma en el papel sus preocupaciones, que son también las preocupaciones de todas las personas (por tanto, hablaremos de unas poesías universales, es decir, válidas para todas las personas), y así consigue, al menos por un tiempo, que esas “malvadas” ideas sobre la muerte dejen de planear por su mente. Es una especie de catarsis (recordaréis este término del artículo del mes pasado).

El paso del tiempo es un tema transversal en la historia de la poesía, es decir, se ha tratado durante todos los períodos poéticos como vamos a ver a continuación.

Uno de los poetas que dedicó una parte importante de su obra al tema del “tempus fugit” fue Francisco de Quevedo. Para él el tiempo, y por tanto también la muerte, son elementos que destruyen la hermosura y el amor. Uno de los poemas suyos más estudiados es el Salmo XVII. En este poema de carácter muy visual el poeta recorre, en los dos cuartetos y el primer terceto, distintos espacios (patria, que puede ser la ciudad o el país; el campo y los espacios naturales; los espacios personales como la casa) yendo de los más generales a los más particulares.  Cada uno de ellos muestra claros signos de decadencia y abandono, en un lenguaje que va apuntando de forma progresiva a la muerte, que finalmente se manifiesta en el último terceto. No solo es la decadencia y la cercanía de la muerte para el poeta lo que intenta mostrar, sino que también plasma el fin inminente del antaño glorioso Imperio, que se está desmoronando por las malas gestiones de los Austrias menores durante este siglo XVII. Por tanto, Quevedo plasma mediante este poema dos preocupaciones relacionadas con el paso del tiempo y los estragos que este hace: la primera es de carácter personal y tiene que ver con la cercanía de la muerte; la segunda es de carácter social y está relacionada con el comienzo del fin del Imperio.

SALMO XVII 
(Francisco de Quevedo)

Miré los muros de la Patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de larga edad y de vejez cansados,
dando obediencia al tiempo en muerte fría.

Salíme al campo y vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
porque en sus sombras dio licencia al día.

Entré en mi casa y vi que, de cansada,
se entregaba a los años por despojos.
Hallé mi espada de la misma suerte;

mi vestidura, de servir gastada;
y no hallé cosa en que poner los ojos
donde no viese imagen de mi muerte.

Hagamos un salto temporal hasta el siglo XX para fijarnos en dos poetas importantísimos de la llamada Generación del 50, Ángel González y Jaime Gil de Biedma. Los poetas de esta generación no abandonan por completo el tono social de la generación anterior (Blas de Otero, Celaya…), pero no se centran solo en éste, sino que su poesía irá más allá, pasando a un plano mucho más intimista. Además, van a cambiar el lenguaje poético, pasando del prosaísmo de la Generación Social a un lenguaje mucho más lírico y cuidado.

Para Ángel González el tema del paso del tiempo comienza a ser importante sobre todo a partir del poemario de 1985 Prosemas o menos. Lo vemos claramente en el poema El día se ha ido. Podemos dividirlo en tres partes: la primera de ellas la componen los catorce primeros versos, en los que nos dice que el día se ha marchado, llevándose pocas cosas y trayendo nada, y que dentro de poco llegará la noche; en la segunda, desde el verso 15 al 19, nos dice que mañana volverá el día,  puntual como siempre, ahuyentando a la noche y levantándolo de la cama; en la última parte, que corresponde a los dos últimos versos, nos dice que ese otro día será diferente, pero igual, “otro perro de la misma raza”, la misma mentira pero vestida de una forma diferente. De esta forma intenta plasmar que pese a que los días pasen, y cada uno se diferencie en pequeños aspectos de los anteriores, la base, es siempre la misma, es decir, intenta plasmar, ni más ni menos, la monotonía que conlleva para él el paso de los días.

EL DÍA SE HA IDO 
(Ángel González, 
Prosemas o menos)

Ahora andará por otras tierras,
llevando lejos luces y esperanzas,
aventando bandadas de pájaros remotos,
y rumores, y voces, y campanas,
-ruidoso perro que menea la cola
y ladra ante las puertas entornadas.
(Entretanto, la noche, como un gato
sigiloso, entró por la ventana,
vio unos restos de luz pálida y fría, y
se bebió la última taza.) 
Sí; definitivamente el día se ha ido.
Mucho no se llevó (no trajo nada);
sólo un poco de tiempo entre los dientes,
un menguado rebaño de luces fatigadas.
Tampoco lo lloréis. Puntual e inquieto, 
sin duda alguna, volverá mañana.
Ahuyentará a ese gato negro.
Ladrará hasta sacarme de la cama.
Pero no será igual. Será otro día.
Será otro perro de la misma raza.

Jaime Gil de Biedma, nacido en Barcelona en 1929, es probablemente el poeta más reconocido de la generación del 50. De familia burguesa (“señoritos de nacimiento/por mala conciencia escritores/de poesía social”, “la edad de la pérgola y el tenis”), comienza su andadura literaria en 1952 con Versos a Carlos Barral. Para la gran mayoría de la crítica no hay duda de que su mejor poemario es Moralidades, publicado en 1966. En Biedma vemos un caso muy curioso en la historia de la poesía, y es que Jaime Gil dejó de escribir en un momento determinado, ya que, según ha afirmado en algunas entrevistas, no tenía nada más que decir mediante la poesía. El tema del paso del tiempo y los efectos devastadores de la vejez son importantes, sobre todo en el poemario de 1968 Poemas póstumos. En concreto, el poema que he escogido es No volveré a ser joven. En este breve pero intenso poema se contraponen dos ideas un tanto antagónicas que tenemos sobre el paso del tiempo: una es la que se da en nuestra juventud, cuando somos más rebeldes y tan solo queremos movernos y cambiar el mundo; la otra la adquirimos con el paso de los años y es la cruda realidad. La experiencia nos dice que la vida es más seria y no vamos a conseguir cambiar absolutamente nada, ya que la existencia solo es un mero tránsito, un camino al final del cual asoma únicamente la verdad desagradable, la muerte, que se convierte en el único argumento de esta gran obra de teatro en la que nos vemos inmersos desde que nacemos. Para Jaime Gil de Biedma el paso del tiempo, la llegada de la vejez y la muerte son en un principio elementos de relativamente poca importancia como “las dimensiones del teatro”, pero con el paso de los años se van convirtiendo en elementos centrales, hasta pasar a ser el “único argumento de la obra”. Como un último apunte sobre este poema, me gustaría decir que si lo leemos con tranquilidad podemos observar como los verbos “envejecer” y “morir” resuenan como ecos durante todo el poema desde el momento en el que aparecen por primera vez, e incluso quedan en nuestra mente una vez hemos terminado de leerlo por completo.

NO VOLVERÉ A SER JOVEN 
(Jaime Gil de Biedma, 
Poemas póstumos)

Que la vida iba en serio
Uno lo empieza a comprender más tarde 
-como todos los jóvenes, yo vine
A llevarme la vida por delante.
Dejar huella quería 
Y marcharme entre aplausos 
-envejecer, morir, eran tan solo
Las dimensiones del teatro.
Pero ha pasado el tiempo 
Y la verdad desagradable asoma:
Envejecer, morir, 
Es el único argumento de la obra

Por último, me gustaría incluir una canción de uno de los grandes cantautores de la música española, Joaquín Sabina. La conocida canción se titula A mis cuarenta y diez, y en ella habla de las consecuencias del paso del tiempo y de la no deseada llegada del momento de sentar la cabeza, pero lo hace tratando de autoconvencerse de que aún queda bastante para que llegue ese momento, ya que todavía no está plantado el árbol con el que tienen que hacer su ataúd y el cura que le tiene que dar la extremaunción no es todavía monaguillo. Por tanto vemos otra perspectiva con la que mirar el paso del tiempo, ya que desde la vena profundamente fatalista de Quevedo o Jaime Gil de Biedma hemos pasado a otro tipo de preocupación consciente del paso del tiempo y sus terribles consecuencias pero un tanto optimista a su vez, pues aunque aparezca la muerte como fin último no nos la presenta tan próxima, sino que trata de alejarla lo máximo posible del momento presente.

CREACIÓN LITERARIA

Este mes lo tengo fácil. Solo quiero pediros que penséis en el paso del tiempo, que reflexionéis sobre este interesante e inspirador tema y que tratéis de plasmar esas ideas, miedo etc., sobre la hoja en blanco. Puede ser un poema o no, lo que vosotros queráis. Solo quiero que me digáis algo sobre el paso del tiempo, en prosa o en verso. Ahí va uno mío:

BALCONES SEPARADOS 
(Raúl Molina)

El tiempo imparable nos separará,
tarde o temprano
cada uno seguirá su camino.
Tú al sur de mi sur,
yo al norte de tu norte.
Un día miraremos por el balcón,
viendo las montañas en el horizonte
 pensaremos que más allá de esa sierra
hay una persona añorada.
Nuestras miradas saldrán veloces,
cruzarán los montes, ríos, valles, caminos y parques
 y se encontrarán.
A mitad de camino
se enfrentarán,
una azul, otra marrón verdosa,
las dos tristes y perdidas en la rutina.
-Te quise -dirán-
pero ahora es imposible.
Sabemos que al amor lo marchitó
el tiempo imparable,
esa asquerosa acción corrosiva
que va ligada al paso de los años,
ese tic-tac sin fin,
ese camino hacia el abismo.
Y sin decir más, dejarán de mirarse,
se darán la espalda y cada una volverá a su lugar, 
a su sierra,
a esa rutina lejos de la otra mirada,
a la agónica y lenta muerte 
de la no deseada vida en pareja.
“Hasta que volvamos a vernos
en balcones separados” pensarán...

Hojas de otoño

“Hojas de otoño” (Autumn Leves) es una canción muy popular y conocida por todo el mundo. La versión original es francesa “Les feuilles mortes” (Las hojas muertas), basada en una partitura de Josph Kosma, compositor de origen húngaro, pero de nacionalidad francesa, alumno de Bartók, cuya canción más conocida fue “Les feuilles mortes”,  sobre un poema de Jacques Prévert, un gran poeta del surrealismo francés y cuyo estribillo se convirtió en un tema clásico del jazz con el título en inglés, “Autumn Leaves”.

La letra original era la siguiente:

Oh! je voudrais tant que tu te souviennes, 
des jours heureux où nous étions amis, 
en ce temps-là, la vie était plus belle, 
et le soleil plus brûlant qu'aujourd'hui. 

Les feuilles mortes se ramassent à la pelle, 
tu vois, je n'ai pas oublié. 
Les feuilles mortes se ramassent à la pelle, 
les souvenirs et les regrets aussi. 

Et le vent du Nord les emporte,  
dans la nuit froide de l'oubli. 
Tu vois, je n'ai pas oubli 
la chanson que tu me chantais... 

C'est une chanson qui nous ressemble, 
toi qui m'aimais, moi qui t'aimais. 
Nous vivions tous les deux ensemble, 
toi qui m'aimais, moi qui t'aimais. 

Mais la vie sépare ceux qui s'aiment, 
tout doucement sans faire de bruit. 
Et la mer efface sur le sable, 
les pas des amants désunis. 

Les feuilles mortes se ramassent à la pelle, 
les souvenirs et les regrets aussi 
mais mon amour silencieux et fidèle 
sourit toujours et remercie la vie. 

Je t'aimais tant, tu étais si jolie. 
Comment veux-tu que je t'oublie ? 
En ce temps-là, la vie était plus Belle 
et le soleil plus brûlant qu'aujourd'hui. 

Tu étais ma plus douce amie 
mais je n'ai que faire des regrets 
et la chanson que tu chantais, 
toujours, toujours je l'entendrai !
Oh! De verdad, espero que recuerdes 
aquellos días en los que éramos amigos. 
En aquellos momentos la vida era más bella 
y el sol brillaba más que ahora. 

Las hojas secas se amontonan en el rastrillo. 
Como ves, no he olvidado... 
Las hojas secas en el rastrillo se amontonan, 
como lo hacen los recuerdos y lamentos, 

y el viento del norte los acarrea 
al olvido de la noche fría. 
Como ves, no he olvidado 
la canción que solías cantarme. 

Es una canción que nos asemeja. 
Tu me amabas y yo te amaba 
y ambos vivimos juntos. 
Tu me amabas y yo te amaba. 

Pero la vida separa a aquellos que se aman, 
suavemente, sin hacer ruido, 
y el mar borra de la arena 
las pisadas de los amantes separados. 

Las hojas secas se amontonan en el rastrillo 
como lo hacen los recuerdos y lamentos, 
pero mi amor, silencioso y fiel, 
siempre sonríe y esta agradecido de por vida. 

Te ame tanto, eras tan bella 
¿cómo quieres que te olvide? 
En aquellos momentos la vida era más bella 
y el sol brillaba más que ahora. 

Tú eras mi dulce amiga. 
Pero yo solo me he lamentado. 
Y la canción que solías cantar, 
siempre, siempre la escucho!

La primera versión data de 1945, a cargo de Yves Montand, cantante y actor francés de origen italiano, cuyo nombre original era Ivo Livi y cuyos padres, unos campesinos bastante pobres, se trasladaron de Italia a Francia huyendo del régimen fascista de Musolini. A partir de ahí Montand tuvo una vida digna de novela: creció en Marsella, donde trabajó de peluquero, de cargador en los muelles del puerto y como cantante de opereta en un music-hall, y allí lo descubrió Édith Piaf quien lo convirtió en su amante y le dio el impulso a su carrera musical. Pero donde realmente alcanzó el éxito fue en el cine. En 1951 se casó con la famosa actriz Simone Signoret, con quien vivió un matrimonio bastante estable, en apariencia, hasta la muerte de ella en 1985. Sin embargo a Montand se le conocen variados amoríos que llenaron las páginas de las revistas rosas de la época, por ejemplo, con Marilyn Monroe, concibiendo, incluso, su único hijo reconocido con su propia asistente. Montand murió en 1991 durante el rodaje de su última película. Aquí podemos oírlo en su versión de “Les feuilles mortes” que se dio a conocer en la película “Les portes de la Nuit” de 1946: 

El compositor estadounidense Johnny Mercer escribió la versión inglesa a la que tituló “Autumn Leaves” (Hojas de otoño) en 1947 y que fue interpretada por primera vez por la cantante Jo Stafford:

La version inglesa es la siguiente:

The falling leaves / Drift by the window / The autumn leaves / All red and gold / I see your lips / The summer kisses / The sunburned hands / I used to hold. / Since you went away / The days grow longer…  / And soon I’ll hear / Old winter songs / But I miss you most of all / My darling, when autumn leaves start to fall… / Since you went away / The days grow longer… / And soon I’ll hear / Old winter songs / But I miss you most of all / My darling, when autumn leaves start to fall…

La caída de las hojas / La deriva por la ventana / Las hojas de otoño / Todas de color rojo y oro / Veo tus labios / Los besos de verano / Las manos quemadas por el sol / Que yo solía tener. / Desde que te fuiste / Los días se hacen más largos … / Y pronto voy a escuchar / Viejas canciones de invierno / Pero te extraño, sobre todo, / Mi amor, cuando el otoño las hojas comienzan a caer … / Desde que te fuiste / Los días se hacen más largos … / Y pronto voy a escuchar / Viejas canciones de invierno / Pero te extraño, sobre todo, / Mi amor, cuando el otoño las hojas comienzan a caer …

Jo Elizabeth Stafford nació en Coalinga, California. Aunque en su juventud quería ser cantante de ópera, por lo que estudio canto en su infancia. Sin embargo, a causa de la Gran Depresión, abandonó esa idea y se unió a sus hermanas Christine y Pauline para formar un grupo vocal de música popular, «The Stafford Sisters», llegando a trabajar incluso con Fred Astaire. Cuando sus hermanas se casaron, el grupo se disolvió y Stafford se unió a un nuevo conjunto, The Pied Pipers, que llegó a ser muy popular trabajando tanto en radio como en cine. En 1944 Stafford dejó a The Pied Pipers para iniciar una carrera en solitario y comenzó trabajando para los soldados del frente en la Segunda Guerra Mundial, quienes le pusieron el mote de “Gi Jo”. En la década de 1950 consiguió varios éxitos junto a Frankie Laine que llegaron a estar en las listas de éxitos de los Estados Unidos. Pero su mayor esplendor como cantante lo consiguió junto a Weston. Falleció en Century City (Los Ángeles), California, en el 2008 a los 90 años de edad.

A partir de ese momento se fueron sucediendo las versiones de esta canción. En 1950, la controvertida y famosa cantante francesa Edith Piaf realizó dos versiones, una en francés y otra en inglés, para el programa radifónico “The Big Show”, dirigido por Tallulah Bankhead. Aquí podemos escuchar la versión en inglés de esta fabulosa cantante francesa:

En 1956 se estrenó la película “Las hojas de otoño”, protagonizada por Joan Crawford, donde puede escucharse esta canción interpretada por el sublime Nat King Cole:

Este tema también fue un referente importante para la música de jazz, incluso para los instrumentales, como podemos comprobar en la versión de 1958 del músico Julian «Cannonball» Adderley, con la contribución de Miles Davis, que apareció en el mítico álbum “Somethin’ Else”, grabado por el sello Blue Note que es considerado por la crítica como uno de los mejores álbumes de jazz de todos los tiempos:

Muchas han sido las versiones que se han hecho de esta canción a cargo de los más variopintos intérpretes, por lo que sería muy extenso, e incluso pesado, hacer una relación de todos ellos, pero, como ejemplos, podemos destacar algunos que, por diversas cuestiones, son dignos de mencionar.

Sin ir más lejos en el tiempo, allá por el año 1962, el insuperable Frank Sinatra nos regalaba con esta breve interpretación desde Royal Festival Hall de Londres. No se lo pierdan, vale la pena…

Tres años más tarde, la cantante francesa de voz dulce y aterciopelada François Hardy hizo esta versión de la que, según sus propias palabras, no quedó nada contenta y odiaba escuchar a causa del acompañamiento musical… Ustedes juzgarán…

En 1966, grabó su álbum “Je m’appelle Barbra” en lengua francesa, donde aparece una deliciosa versión de la canción que nos ocupa. Disfrútenla…

Otra francesa inmortal, Juliette Greco, realizó su propia aportación que en esta grabación podemos saborear en directo desde un concierto en Berlín en 1967:

Y ya por los años 70, la voz americana de la libertad y la revolución, Joan Baez, hizo su aportación a la gloria de este tema interpretándolo, con su estilo peculiar, en francés:

Claro que versiones siempre hay para todos los gustos y no me resisto a dejar en el olvido una totalmente rompedora de una de las cantantes más provocadoras de su época y creó escuela, como más tarde se ha visto. Me refiero a Grace Jones, quien nos la canta en francés dentro de su álbum “Fame”, de 1978. Es una versión un poco larga, pero os aconsejo que la escuchéis, es, simplemente, diferente…:

También hay interpretaciones en las que es difícil encontrar la original, como ocurre con la versión de la cantante de jazz y soul norteamericana Eva Cassidy, como podéis comprobar:

Y para concluir con la recopilación de versiones, he dejado para el final la de uno de los grandes del rock, Eric Clapton, el enorme guitarrista con voz opaca pero llena de sensibilidad, una voz otoñal, pero con experiencia que nos evoca otros momentos más primaverales de nuestras vidas… Esta grabación es bastante reciente, nada menos que del 2010… Comprobar que aunque su voz ha cambiado con el tiempo, no así su guitarra… los solos son magníficos…

Pero antes de despedirnos, me resisto a marcharme sin dejaros un poema. Se titula “Recuerdo y elegía de una canción francesa”, es de Jaime Gil de Biedma y, sí, habéis acertado, está dedicado a nuestra “Les feuilles mortes”. Deleitaros con él y hasta la próxima canción…

c' est une chanson
qui nous ressemble.
kosma y prévert: les feuilles mortes
Os acordáis: Europa estaba en ruinas.
Todo un mundo de imágenes me queda de aquel tiempo
descoloridas, hiriéndome los ojos
con los escombros de los bombardeos.
En España la gente se apretaba en los cines
y no existía la calefacción.

Era la paz -después de tanta sangre--
que llegaba harapienta, como la conocimos
durante cinco años.
Y todo un continente empobrecido,
carcomido de historia y de mercado negro,
de repente nos fue más familiar.

¡Estampas de la Europa de post-guerra
que parecen mojadas en lluvia silenciosa,
ciudades grises adonde llega un tren
sucio de refugiados: cuántas cosas
de nuestra historia próxima trajisteis, despertando
la esperanza en España, y el temor!

Hasta el aire de entonces parecía
que estuviera suspenso, como si preguntara,
y en las viejas tabernas de barrio
los vencidos hablaban en voz baja...
Nosotros, los más jóvenes, como siempre esperábamos
algo definitivo y general.

Y fue en aquel momento, justamente
en aquellos momentos de miedo y esperanzas
-tan irreales, ay- que apareciste,
oh rosa de lo sórdido, manchada
creación de los hombres, arisca, vil y bella
canción francesa de mi juventud!

Eras lo no esperado que se impone
a la imaginación, porque es así la vida,
tú que cantabas la heroicidad canalla,
el estallido de las rebeldías
igual que llamaradas, y el miedo a dormir solo,
la intensidad que aflige al corazón.

Cuánto enseguida te quisimos todos!
En tu mundo de noches, con el chico y la chica
entrelazados, de pie en un quicio oscuro,
en la sordina de tus melodías,
un eco de nosotros resonaba exaltándonos
con la nostalgia de la rebelión.

Y todavía, en la alta noche, solo,
con el vaso en la mano, cuando pienso en mi vida,
otra vez más sans faire du bruit tus músicas
suenan en la memoria, como una despedida:
parece que fue ayer y algo ha cambiado.
Hoy no esperamos la revolución.

Desvencijada Europa de post-guerra
con la luna asomando tras las ventanas rotas,
Europa anterior al milagro alemán,
imagen de mi vida, melancólica!
Nosotros los de entonces, ya no somos los mismos,
aunque a veces nos guste una canción.