Haikus de otoño

El haiku consiste en un poema breve de tres versos. El ritmo de los mismo se dividía en moras, teniendo en cuenta la distinción entre sílabas breves y largas, pero en castellano, ya que esa distinción no existe, lo computamos mediante sílabas, así los tres versos serán de cinco, siete y cinco sílabas respectivamente. Aunque no siempre los poetas cumplen con estas reglas tradicionales y se permiten diversas licencias a la hora de escribirlos. Otro caso diferente es el de las traducciones, pues es raro que coincidan los periodos fonéticos entre dos lenguas diferentes.

Este breve poema nos ha llegado de la tradición japonesa donde el arte de la brevedad alcanzó cotas sublimes. Sus contenidos pueden ser de lo más variado, aunque normalmente suelen estar relacionados con la naturaleza.

El hecho de que sean composiciones bastante pequeñas no está reñido con la riqueza de su contenido y mucho menos con su profundidad en los temas que traten, pues gracias a esa misma concisión se ejercita la capacidad de condensación y todas las palabras empleadas deben tener un sentido completo.

Escribir haikus es un ejercicio muy recomendable para toda persona con inquietudes poéticas, pues ayuda a desarrollar la capacidad de síntesis y a saber elegir las palabras que realmente sean necesarias.

Los haikus que hoy os presentamos tienen en común el tema del mes: otoño.

Francisco Diéguez

las hojas bailan
siempre que haya viento
sino, esperan 

el caminante
entre espigas en flor
corta camino

el árbol crece
amontonando al pie
hojas caducas

alejándose
acompaña al viento
la hoja seca

rasgan las hojas
con su suave caída
el aire quieto

las hojas secas
reciben el otoño
con remolinos
Dokushô Villalba

Impresionado por el bosque
amarillo ha llegado
el otoño.

¿Un ratón en patio?
¡Una hoja empujada
por el viento!

Primeras lluvias de otoño.
Se inclina el junco,
mecido por el viento.

Lluvia de otoño.
Bajo las mantas,
cuerpos calientes.

La lluvia quiebra
en mil círculos
el espejo del lago.

Terminada la tarea
el sol y los jornaleros
regresan a sus casas.

Hojas en llamas
rojas y amarillas
esta tarde de otoño.

Sin golondrinas,
la casa vacía.
Otoño.
Antonio Cruzans


Las hojas secas
son las nubes del otoño,
cubren el suelo.

Brazos desnudos
suplicando clemencia,
lluvia de hojas.

Otoño pinta
colores de verano
en frío cielo.

Charcos, espejos,
el cielo se repite
sobre la tierra.

Hoja, pájaro,
sus alas son de viento,
su fin el nido.

Cuando tú lloras,
otoño en mi pecho:
mi sol tus ojos.
Herme G. Donis


Sin hacer nada,
tirano, el tiempo crece.
Llega el otoño.

Hojas caídas,
compañeras del aire
para sus juegos.

Otoño en grises:
vegetal impudicia
tras la espesura.

Bashô


En una rama seca 
El cuervo posado 
Noche de otoño 

Kare eda ni 
karasu no tomarikeri 
Aki no kure

Issa 


Viento de otoño 
Quiere coger 
Las flores rojas 

Akikaze ya 
Mushiritagarishi 
Akai kana 

Luz del Olmo


En el otoño
las hojas amarillas
se difuminan.

Cierran sus párpados
las hojas del otoño.
¡Quieren dormir!

Tarde ambarina:
olmos, chopos, álamos.
Fuego de hojas. 

Tic – tac, por Raúl Molina

Tic-tac, tic-tac, mira el reloj, tic-tac, tic-tac, míralo otra vez. No es la misma hora, ha cambiado, ha pasado el tiempo. El instante que acabas de vivir ya no se va a repetir NUNCA, forma parte del PASADO. ¡Oh, el paso del tiempo! Todo lo cambia, todo lo muda, las más veces a mal como ocurre con las personas; es lo que llamamos la acción corrosiva del tiempo.

Pero ¿por qué nos preocupa el paso del tiempo? Muy sencillo, nos preocupa porque su control escapa de nuestras manos y porque ese inevitable paso de los años a razón de 60 segundos por minuto, 60 minutos por hora, 24 horas por día y 365,25 días por año nos transporta tranquilo y seguro hacia el irrevocable fin último que todos estamos condenados a sufrir algún día. Tratamos de resignarnos a ello, qué hacer si no, tenemos toda una vida para hacernos a la idea de que algún día, probablemente mañana o probablemente dentro de 60 años, acabarán nuestras andanzas por el mundo de los vivos, criaremos malvas, nos iremos al barrio de los callados… Cualquier expresión eufemística sirve si no queremos ser muy explícitos. Si por el contrario deseamos serlo podemos decir simplemente que algún día, uno y solo uno, moriremos. Sin embargo, y pese a tener toda una vida para hacernos a la idea, no conseguimos aceptar que algún día todo se acabará para nosotros. Por eso existen las religiones, por eso las personas tratan de distraerse con las tonterías más insignificantes cuando saben que se acerca el fin y por eso existen poesías que están dedicadas al paso del tiempo y a la inevitable preocupación que este causa en los poetas. De esta forma, el poeta plasma en el papel sus preocupaciones, que son también las preocupaciones de todas las personas (por tanto, hablaremos de unas poesías universales, es decir, válidas para todas las personas), y así consigue, al menos por un tiempo, que esas “malvadas” ideas sobre la muerte dejen de planear por su mente. Es una especie de catarsis (recordaréis este término del artículo del mes pasado).

El paso del tiempo es un tema transversal en la historia de la poesía, es decir, se ha tratado durante todos los períodos poéticos como vamos a ver a continuación.

Uno de los poetas que dedicó una parte importante de su obra al tema del “tempus fugit” fue Francisco de Quevedo. Para él el tiempo, y por tanto también la muerte, son elementos que destruyen la hermosura y el amor. Uno de los poemas suyos más estudiados es el Salmo XVII. En este poema de carácter muy visual el poeta recorre, en los dos cuartetos y el primer terceto, distintos espacios (patria, que puede ser la ciudad o el país; el campo y los espacios naturales; los espacios personales como la casa) yendo de los más generales a los más particulares.  Cada uno de ellos muestra claros signos de decadencia y abandono, en un lenguaje que va apuntando de forma progresiva a la muerte, que finalmente se manifiesta en el último terceto. No solo es la decadencia y la cercanía de la muerte para el poeta lo que intenta mostrar, sino que también plasma el fin inminente del antaño glorioso Imperio, que se está desmoronando por las malas gestiones de los Austrias menores durante este siglo XVII. Por tanto, Quevedo plasma mediante este poema dos preocupaciones relacionadas con el paso del tiempo y los estragos que este hace: la primera es de carácter personal y tiene que ver con la cercanía de la muerte; la segunda es de carácter social y está relacionada con el comienzo del fin del Imperio.

SALMO XVII 
(Francisco de Quevedo)

Miré los muros de la Patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de larga edad y de vejez cansados,
dando obediencia al tiempo en muerte fría.

Salíme al campo y vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
porque en sus sombras dio licencia al día.

Entré en mi casa y vi que, de cansada,
se entregaba a los años por despojos.
Hallé mi espada de la misma suerte;

mi vestidura, de servir gastada;
y no hallé cosa en que poner los ojos
donde no viese imagen de mi muerte.

Hagamos un salto temporal hasta el siglo XX para fijarnos en dos poetas importantísimos de la llamada Generación del 50, Ángel González y Jaime Gil de Biedma. Los poetas de esta generación no abandonan por completo el tono social de la generación anterior (Blas de Otero, Celaya…), pero no se centran solo en éste, sino que su poesía irá más allá, pasando a un plano mucho más intimista. Además, van a cambiar el lenguaje poético, pasando del prosaísmo de la Generación Social a un lenguaje mucho más lírico y cuidado.

Para Ángel González el tema del paso del tiempo comienza a ser importante sobre todo a partir del poemario de 1985 Prosemas o menos. Lo vemos claramente en el poema El día se ha ido. Podemos dividirlo en tres partes: la primera de ellas la componen los catorce primeros versos, en los que nos dice que el día se ha marchado, llevándose pocas cosas y trayendo nada, y que dentro de poco llegará la noche; en la segunda, desde el verso 15 al 19, nos dice que mañana volverá el día,  puntual como siempre, ahuyentando a la noche y levantándolo de la cama; en la última parte, que corresponde a los dos últimos versos, nos dice que ese otro día será diferente, pero igual, “otro perro de la misma raza”, la misma mentira pero vestida de una forma diferente. De esta forma intenta plasmar que pese a que los días pasen, y cada uno se diferencie en pequeños aspectos de los anteriores, la base, es siempre la misma, es decir, intenta plasmar, ni más ni menos, la monotonía que conlleva para él el paso de los días.

EL DÍA SE HA IDO 
(Ángel González, 
Prosemas o menos)

Ahora andará por otras tierras,
llevando lejos luces y esperanzas,
aventando bandadas de pájaros remotos,
y rumores, y voces, y campanas,
-ruidoso perro que menea la cola
y ladra ante las puertas entornadas.
(Entretanto, la noche, como un gato
sigiloso, entró por la ventana,
vio unos restos de luz pálida y fría, y
se bebió la última taza.) 
Sí; definitivamente el día se ha ido.
Mucho no se llevó (no trajo nada);
sólo un poco de tiempo entre los dientes,
un menguado rebaño de luces fatigadas.
Tampoco lo lloréis. Puntual e inquieto, 
sin duda alguna, volverá mañana.
Ahuyentará a ese gato negro.
Ladrará hasta sacarme de la cama.
Pero no será igual. Será otro día.
Será otro perro de la misma raza.

Jaime Gil de Biedma, nacido en Barcelona en 1929, es probablemente el poeta más reconocido de la generación del 50. De familia burguesa (“señoritos de nacimiento/por mala conciencia escritores/de poesía social”, “la edad de la pérgola y el tenis”), comienza su andadura literaria en 1952 con Versos a Carlos Barral. Para la gran mayoría de la crítica no hay duda de que su mejor poemario es Moralidades, publicado en 1966. En Biedma vemos un caso muy curioso en la historia de la poesía, y es que Jaime Gil dejó de escribir en un momento determinado, ya que, según ha afirmado en algunas entrevistas, no tenía nada más que decir mediante la poesía. El tema del paso del tiempo y los efectos devastadores de la vejez son importantes, sobre todo en el poemario de 1968 Poemas póstumos. En concreto, el poema que he escogido es No volveré a ser joven. En este breve pero intenso poema se contraponen dos ideas un tanto antagónicas que tenemos sobre el paso del tiempo: una es la que se da en nuestra juventud, cuando somos más rebeldes y tan solo queremos movernos y cambiar el mundo; la otra la adquirimos con el paso de los años y es la cruda realidad. La experiencia nos dice que la vida es más seria y no vamos a conseguir cambiar absolutamente nada, ya que la existencia solo es un mero tránsito, un camino al final del cual asoma únicamente la verdad desagradable, la muerte, que se convierte en el único argumento de esta gran obra de teatro en la que nos vemos inmersos desde que nacemos. Para Jaime Gil de Biedma el paso del tiempo, la llegada de la vejez y la muerte son en un principio elementos de relativamente poca importancia como “las dimensiones del teatro”, pero con el paso de los años se van convirtiendo en elementos centrales, hasta pasar a ser el “único argumento de la obra”. Como un último apunte sobre este poema, me gustaría decir que si lo leemos con tranquilidad podemos observar como los verbos “envejecer” y “morir” resuenan como ecos durante todo el poema desde el momento en el que aparecen por primera vez, e incluso quedan en nuestra mente una vez hemos terminado de leerlo por completo.

NO VOLVERÉ A SER JOVEN 
(Jaime Gil de Biedma, 
Poemas póstumos)

Que la vida iba en serio
Uno lo empieza a comprender más tarde 
-como todos los jóvenes, yo vine
A llevarme la vida por delante.
Dejar huella quería 
Y marcharme entre aplausos 
-envejecer, morir, eran tan solo
Las dimensiones del teatro.
Pero ha pasado el tiempo 
Y la verdad desagradable asoma:
Envejecer, morir, 
Es el único argumento de la obra

Por último, me gustaría incluir una canción de uno de los grandes cantautores de la música española, Joaquín Sabina. La conocida canción se titula A mis cuarenta y diez, y en ella habla de las consecuencias del paso del tiempo y de la no deseada llegada del momento de sentar la cabeza, pero lo hace tratando de autoconvencerse de que aún queda bastante para que llegue ese momento, ya que todavía no está plantado el árbol con el que tienen que hacer su ataúd y el cura que le tiene que dar la extremaunción no es todavía monaguillo. Por tanto vemos otra perspectiva con la que mirar el paso del tiempo, ya que desde la vena profundamente fatalista de Quevedo o Jaime Gil de Biedma hemos pasado a otro tipo de preocupación consciente del paso del tiempo y sus terribles consecuencias pero un tanto optimista a su vez, pues aunque aparezca la muerte como fin último no nos la presenta tan próxima, sino que trata de alejarla lo máximo posible del momento presente.

CREACIÓN LITERARIA

Este mes lo tengo fácil. Solo quiero pediros que penséis en el paso del tiempo, que reflexionéis sobre este interesante e inspirador tema y que tratéis de plasmar esas ideas, miedo etc., sobre la hoja en blanco. Puede ser un poema o no, lo que vosotros queráis. Solo quiero que me digáis algo sobre el paso del tiempo, en prosa o en verso. Ahí va uno mío:

BALCONES SEPARADOS 
(Raúl Molina)

El tiempo imparable nos separará,
tarde o temprano
cada uno seguirá su camino.
Tú al sur de mi sur,
yo al norte de tu norte.
Un día miraremos por el balcón,
viendo las montañas en el horizonte
 pensaremos que más allá de esa sierra
hay una persona añorada.
Nuestras miradas saldrán veloces,
cruzarán los montes, ríos, valles, caminos y parques
 y se encontrarán.
A mitad de camino
se enfrentarán,
una azul, otra marrón verdosa,
las dos tristes y perdidas en la rutina.
-Te quise -dirán-
pero ahora es imposible.
Sabemos que al amor lo marchitó
el tiempo imparable,
esa asquerosa acción corrosiva
que va ligada al paso de los años,
ese tic-tac sin fin,
ese camino hacia el abismo.
Y sin decir más, dejarán de mirarse,
se darán la espalda y cada una volverá a su lugar, 
a su sierra,
a esa rutina lejos de la otra mirada,
a la agónica y lenta muerte 
de la no deseada vida en pareja.
“Hasta que volvamos a vernos
en balcones separados” pensarán...

Hojas de otoño

“Hojas de otoño” (Autumn Leves) es una canción muy popular y conocida por todo el mundo. La versión original es francesa “Les feuilles mortes” (Las hojas muertas), basada en una partitura de Josph Kosma, compositor de origen húngaro, pero de nacionalidad francesa, alumno de Bartók, cuya canción más conocida fue “Les feuilles mortes”,  sobre un poema de Jacques Prévert, un gran poeta del surrealismo francés y cuyo estribillo se convirtió en un tema clásico del jazz con el título en inglés, “Autumn Leaves”.

La letra original era la siguiente:

Oh! je voudrais tant que tu te souviennes, 
des jours heureux où nous étions amis, 
en ce temps-là, la vie était plus belle, 
et le soleil plus brûlant qu'aujourd'hui. 

Les feuilles mortes se ramassent à la pelle, 
tu vois, je n'ai pas oublié. 
Les feuilles mortes se ramassent à la pelle, 
les souvenirs et les regrets aussi. 

Et le vent du Nord les emporte,  
dans la nuit froide de l'oubli. 
Tu vois, je n'ai pas oubli 
la chanson que tu me chantais... 

C'est une chanson qui nous ressemble, 
toi qui m'aimais, moi qui t'aimais. 
Nous vivions tous les deux ensemble, 
toi qui m'aimais, moi qui t'aimais. 

Mais la vie sépare ceux qui s'aiment, 
tout doucement sans faire de bruit. 
Et la mer efface sur le sable, 
les pas des amants désunis. 

Les feuilles mortes se ramassent à la pelle, 
les souvenirs et les regrets aussi 
mais mon amour silencieux et fidèle 
sourit toujours et remercie la vie. 

Je t'aimais tant, tu étais si jolie. 
Comment veux-tu que je t'oublie ? 
En ce temps-là, la vie était plus Belle 
et le soleil plus brûlant qu'aujourd'hui. 

Tu étais ma plus douce amie 
mais je n'ai que faire des regrets 
et la chanson que tu chantais, 
toujours, toujours je l'entendrai !
Oh! De verdad, espero que recuerdes 
aquellos días en los que éramos amigos. 
En aquellos momentos la vida era más bella 
y el sol brillaba más que ahora. 

Las hojas secas se amontonan en el rastrillo. 
Como ves, no he olvidado... 
Las hojas secas en el rastrillo se amontonan, 
como lo hacen los recuerdos y lamentos, 

y el viento del norte los acarrea 
al olvido de la noche fría. 
Como ves, no he olvidado 
la canción que solías cantarme. 

Es una canción que nos asemeja. 
Tu me amabas y yo te amaba 
y ambos vivimos juntos. 
Tu me amabas y yo te amaba. 

Pero la vida separa a aquellos que se aman, 
suavemente, sin hacer ruido, 
y el mar borra de la arena 
las pisadas de los amantes separados. 

Las hojas secas se amontonan en el rastrillo 
como lo hacen los recuerdos y lamentos, 
pero mi amor, silencioso y fiel, 
siempre sonríe y esta agradecido de por vida. 

Te ame tanto, eras tan bella 
¿cómo quieres que te olvide? 
En aquellos momentos la vida era más bella 
y el sol brillaba más que ahora. 

Tú eras mi dulce amiga. 
Pero yo solo me he lamentado. 
Y la canción que solías cantar, 
siempre, siempre la escucho!

La primera versión data de 1945, a cargo de Yves Montand, cantante y actor francés de origen italiano, cuyo nombre original era Ivo Livi y cuyos padres, unos campesinos bastante pobres, se trasladaron de Italia a Francia huyendo del régimen fascista de Musolini. A partir de ahí Montand tuvo una vida digna de novela: creció en Marsella, donde trabajó de peluquero, de cargador en los muelles del puerto y como cantante de opereta en un music-hall, y allí lo descubrió Édith Piaf quien lo convirtió en su amante y le dio el impulso a su carrera musical. Pero donde realmente alcanzó el éxito fue en el cine. En 1951 se casó con la famosa actriz Simone Signoret, con quien vivió un matrimonio bastante estable, en apariencia, hasta la muerte de ella en 1985. Sin embargo a Montand se le conocen variados amoríos que llenaron las páginas de las revistas rosas de la época, por ejemplo, con Marilyn Monroe, concibiendo, incluso, su único hijo reconocido con su propia asistente. Montand murió en 1991 durante el rodaje de su última película. Aquí podemos oírlo en su versión de “Les feuilles mortes” que se dio a conocer en la película “Les portes de la Nuit” de 1946: 

El compositor estadounidense Johnny Mercer escribió la versión inglesa a la que tituló “Autumn Leaves” (Hojas de otoño) en 1947 y que fue interpretada por primera vez por la cantante Jo Stafford:

La version inglesa es la siguiente:

The falling leaves / Drift by the window / The autumn leaves / All red and gold / I see your lips / The summer kisses / The sunburned hands / I used to hold. / Since you went away / The days grow longer…  / And soon I’ll hear / Old winter songs / But I miss you most of all / My darling, when autumn leaves start to fall… / Since you went away / The days grow longer… / And soon I’ll hear / Old winter songs / But I miss you most of all / My darling, when autumn leaves start to fall…

La caída de las hojas / La deriva por la ventana / Las hojas de otoño / Todas de color rojo y oro / Veo tus labios / Los besos de verano / Las manos quemadas por el sol / Que yo solía tener. / Desde que te fuiste / Los días se hacen más largos … / Y pronto voy a escuchar / Viejas canciones de invierno / Pero te extraño, sobre todo, / Mi amor, cuando el otoño las hojas comienzan a caer … / Desde que te fuiste / Los días se hacen más largos … / Y pronto voy a escuchar / Viejas canciones de invierno / Pero te extraño, sobre todo, / Mi amor, cuando el otoño las hojas comienzan a caer …

Jo Elizabeth Stafford nació en Coalinga, California. Aunque en su juventud quería ser cantante de ópera, por lo que estudio canto en su infancia. Sin embargo, a causa de la Gran Depresión, abandonó esa idea y se unió a sus hermanas Christine y Pauline para formar un grupo vocal de música popular, «The Stafford Sisters», llegando a trabajar incluso con Fred Astaire. Cuando sus hermanas se casaron, el grupo se disolvió y Stafford se unió a un nuevo conjunto, The Pied Pipers, que llegó a ser muy popular trabajando tanto en radio como en cine. En 1944 Stafford dejó a The Pied Pipers para iniciar una carrera en solitario y comenzó trabajando para los soldados del frente en la Segunda Guerra Mundial, quienes le pusieron el mote de “Gi Jo”. En la década de 1950 consiguió varios éxitos junto a Frankie Laine que llegaron a estar en las listas de éxitos de los Estados Unidos. Pero su mayor esplendor como cantante lo consiguió junto a Weston. Falleció en Century City (Los Ángeles), California, en el 2008 a los 90 años de edad.

A partir de ese momento se fueron sucediendo las versiones de esta canción. En 1950, la controvertida y famosa cantante francesa Edith Piaf realizó dos versiones, una en francés y otra en inglés, para el programa radifónico “The Big Show”, dirigido por Tallulah Bankhead. Aquí podemos escuchar la versión en inglés de esta fabulosa cantante francesa:

En 1956 se estrenó la película “Las hojas de otoño”, protagonizada por Joan Crawford, donde puede escucharse esta canción interpretada por el sublime Nat King Cole:

Este tema también fue un referente importante para la música de jazz, incluso para los instrumentales, como podemos comprobar en la versión de 1958 del músico Julian «Cannonball» Adderley, con la contribución de Miles Davis, que apareció en el mítico álbum “Somethin’ Else”, grabado por el sello Blue Note que es considerado por la crítica como uno de los mejores álbumes de jazz de todos los tiempos:

Muchas han sido las versiones que se han hecho de esta canción a cargo de los más variopintos intérpretes, por lo que sería muy extenso, e incluso pesado, hacer una relación de todos ellos, pero, como ejemplos, podemos destacar algunos que, por diversas cuestiones, son dignos de mencionar.

Sin ir más lejos en el tiempo, allá por el año 1962, el insuperable Frank Sinatra nos regalaba con esta breve interpretación desde Royal Festival Hall de Londres. No se lo pierdan, vale la pena…

Tres años más tarde, la cantante francesa de voz dulce y aterciopelada François Hardy hizo esta versión de la que, según sus propias palabras, no quedó nada contenta y odiaba escuchar a causa del acompañamiento musical… Ustedes juzgarán…

En 1966, grabó su álbum “Je m’appelle Barbra” en lengua francesa, donde aparece una deliciosa versión de la canción que nos ocupa. Disfrútenla…

Otra francesa inmortal, Juliette Greco, realizó su propia aportación que en esta grabación podemos saborear en directo desde un concierto en Berlín en 1967:

Y ya por los años 70, la voz americana de la libertad y la revolución, Joan Baez, hizo su aportación a la gloria de este tema interpretándolo, con su estilo peculiar, en francés:

Claro que versiones siempre hay para todos los gustos y no me resisto a dejar en el olvido una totalmente rompedora de una de las cantantes más provocadoras de su época y creó escuela, como más tarde se ha visto. Me refiero a Grace Jones, quien nos la canta en francés dentro de su álbum “Fame”, de 1978. Es una versión un poco larga, pero os aconsejo que la escuchéis, es, simplemente, diferente…:

También hay interpretaciones en las que es difícil encontrar la original, como ocurre con la versión de la cantante de jazz y soul norteamericana Eva Cassidy, como podéis comprobar:

Y para concluir con la recopilación de versiones, he dejado para el final la de uno de los grandes del rock, Eric Clapton, el enorme guitarrista con voz opaca pero llena de sensibilidad, una voz otoñal, pero con experiencia que nos evoca otros momentos más primaverales de nuestras vidas… Esta grabación es bastante reciente, nada menos que del 2010… Comprobar que aunque su voz ha cambiado con el tiempo, no así su guitarra… los solos son magníficos…

Pero antes de despedirnos, me resisto a marcharme sin dejaros un poema. Se titula “Recuerdo y elegía de una canción francesa”, es de Jaime Gil de Biedma y, sí, habéis acertado, está dedicado a nuestra “Les feuilles mortes”. Deleitaros con él y hasta la próxima canción…

c' est une chanson
qui nous ressemble.
kosma y prévert: les feuilles mortes
Os acordáis: Europa estaba en ruinas.
Todo un mundo de imágenes me queda de aquel tiempo
descoloridas, hiriéndome los ojos
con los escombros de los bombardeos.
En España la gente se apretaba en los cines
y no existía la calefacción.

Era la paz -después de tanta sangre--
que llegaba harapienta, como la conocimos
durante cinco años.
Y todo un continente empobrecido,
carcomido de historia y de mercado negro,
de repente nos fue más familiar.

¡Estampas de la Europa de post-guerra
que parecen mojadas en lluvia silenciosa,
ciudades grises adonde llega un tren
sucio de refugiados: cuántas cosas
de nuestra historia próxima trajisteis, despertando
la esperanza en España, y el temor!

Hasta el aire de entonces parecía
que estuviera suspenso, como si preguntara,
y en las viejas tabernas de barrio
los vencidos hablaban en voz baja...
Nosotros, los más jóvenes, como siempre esperábamos
algo definitivo y general.

Y fue en aquel momento, justamente
en aquellos momentos de miedo y esperanzas
-tan irreales, ay- que apareciste,
oh rosa de lo sórdido, manchada
creación de los hombres, arisca, vil y bella
canción francesa de mi juventud!

Eras lo no esperado que se impone
a la imaginación, porque es así la vida,
tú que cantabas la heroicidad canalla,
el estallido de las rebeldías
igual que llamaradas, y el miedo a dormir solo,
la intensidad que aflige al corazón.

Cuánto enseguida te quisimos todos!
En tu mundo de noches, con el chico y la chica
entrelazados, de pie en un quicio oscuro,
en la sordina de tus melodías,
un eco de nosotros resonaba exaltándonos
con la nostalgia de la rebelión.

Y todavía, en la alta noche, solo,
con el vaso en la mano, cuando pienso en mi vida,
otra vez más sans faire du bruit tus músicas
suenan en la memoria, como una despedida:
parece que fue ayer y algo ha cambiado.
Hoy no esperamos la revolución.

Desvencijada Europa de post-guerra
con la luna asomando tras las ventanas rotas,
Europa anterior al milagro alemán,
imagen de mi vida, melancólica!
Nosotros los de entonces, ya no somos los mismos,
aunque a veces nos guste una canción.

Elegía y catarsis, por Raúl Molina

En las elegías el poeta se lamenta por cualquier cosa perdida, como por ejemplo un amor, un ser querido, la vida, la ilusión, la libertad… Son poesías libres, es decir, no están atadas a la métrica ni a la rima y, además, pueden tener la longitud que el poeta necesite. En definitiva, actualmente consideramos que una poesía es una elegía por su temática, no por su forma.

Para entender en su plenitud estos poemas debemos entender la poesía como catarsis, es decir, como la purificación emocional, mental, corporal etc. del poeta. Este tiene unos fantasmas que lo atormentan, que día tras día  vienen a su mente y, para tratar de librarse y encontrarse en paz con ellos, siente la necesidad de plasmar en una hoja en blanco sus sentimientos hacia aquello que ha perdido, de realizar un poema, que es lo mejor que un poeta puede regalar. De esta forma logra su purificación y purgación sentimental, su catarsis, para así sentirse un poco más a gusto consigo mismo e intentar espantar esos fantasmas que lo atormentan.

Las primeras elegías conservadas fueron escritas por los poetas griegos arcaicos. Estas eran de temática más variada y sí que tenían una forma cerrada regida por el dístico elegíaco, formado por un hexámetro y un pentámetro. Esta forma también fue utilizada por los poetas romanos.

Ya en lengua castellana encontramos numerosos poetas que han realizado elegías entre sus composiciones desde época medieval, por ejemplo nos encontramos en el siglo XV las Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique: La obra al completo es una gran elegía formada por 40 coplas en las que se lamenta, como indica el título del poemario, de la muerte de su padre, tratando además temas como el paso del tiempo (Tempus fugit), fugacidad de las glorias de la vida (Ubi sunt?)… Manrique siente la necesidad de escribir unos versos a su padre para espantar a ese fantasma del pasado que lo atormenta. Regalándole estas poesías y plasmando sus sentimientos en el papel realiza su propia catarsis que lo ayudará a sobrellevar la pérdida. Veamos una de las coplas, concretamente la I, en la que se pueden observar los temas que he dicho más arriba:

Recuerde el alma dormida, 
avive el seso e despierte 
contemplando 
cómo se passa la vida, 
cómo se viene la muerte 
tan callando; 

cuán presto se va el plazer, 
cómo, después de acordado, 
da dolor; 
cómo, a nuestro parescer, 
cualquiere tiempo passado 
fue mejor. 

Realicemos ahora un salto temporal hasta el neoclasicismo español, siglos XVIII-XIX. En esta época un importante escritor llamado Leandro Fernández de Moratín (1760-1828) escribió la famosa Elegía a las musas. Para entenderla debemos saber que las musas a las que se refiere son aquellas que en Grecia eran consideradas como portadoras de inspiración a los artistas para realizar sus creaciones. También debemos saber que esta poesía fue escrita durante los últimos años de su vida en el exilio que vivió en Burdeos. Moratín va a lamentarse del paso del tiempo (tempus fugit), y de cómo durante su vida no ha podido ser constante en su labor literaria por culpa de las Guerras y los viajes alrededor de Europa. La decisión de incluir a las musas en esta elegía es porque también se lamenta de haber perdido la inspiración durante la vejez. Al final del poema, en esos versos que parecen las últimas palabras que una persona pronuncia antes de morir, deja testado que desea que sus cenizas descansen a las orillas del río Garona. De nuevo podemos ver el poema como una catarsis en el que trata de librarse del miedo al paso del tiempo, a su vez, lo atormenta la idea de  no haber escrito más obras, por lo que trata de liberarse de esos fantasmas mediante los versos de esta elegía.

ifernam001p1
ELEGÍA A LAS MUSAS

Esta corona, adorno de mi frente, 
esta sonante lira y flautas de oro
y máscaras alegres, que algún día
me disteis, sacras Musas, de mis manos
trémulas recibid, el canto acabe, 
que filera osado intento repetirle. 
He visto ya cómo la edad ligera, 
apresurando a no volver las horas, 
robó con ellas su vigor al numen. 
Sé que negáis vuestro favor divino
a la cansada senectud, y en vano
filera implorarle; pero en tanto, bellas
ninfas, del verde Pindo habitadoras, 
no me neguéis que os agradezca humilde
los bienes que os debí. Si pude un día,  
no indigno sucesor de nombre ilustre, 
dilatarle famoso, a vos file dado
llevar al fin mi atrevimiento. Solo
pudo bastar vuestro amoroso anhelo
a prestarme constancia en los afanes
que turbaron mi paz, cuando insolente, 
vano saber, enconos y venganzas 
codicia y ambición la patria mía
abandonaron a civil discordia. 
Yo vi del polvo levantarse audaces
a dominar y perecer tiranos, 
atropellarse efímeras las leyes
y llamarse virtudes los delitos. 
Vi las fraternas armas nuestros muros
bañar en sangre nuestra, combatirse
vencido y vencedor, hijos de España, 
y el trono desplomándose al vendido
ímpetu popular, De las arenas
que el mar sacude en la fenicia Gades
a las que el Tajo lusitano envuelve
en oro y conchas, uno y otro imperio, 
iras, desorden esparciendo y luto, 
comunicarse el fimeral estrago. 
Así cuando en Sicilia el Etna ronco
revienta incendios, su bifronte cima
cubre el Vesubio en humo denso y llamas, 
turba el Averno sus calladas ondas; 
y allá del Tiber en la ribera etrusca
se estremece la cúpula soberbia, 
que da sepulcro al sucesor de Cristo. 
¿Quién pudo en tanto horror mover el plectro? 
¿Quién dar al verso acordes armonías, 
oyendo resonar grito de muerte? 
Tronó la tempestad; bramó iracundo
el huracán, y arrebató a los campos
sus frutos, su matiz; la rica pompa
destrozó de los árboles sombríos; 
todas huyeron tímidas las aves
del blando nido, en el espanto mudas: 
no más trinos de amor. Así agitaron
los tardos años mi existencia, y pudo
solo en región extraña el oprimido
ánimo hallar dulce descanso y vida. 
Breve será, que ya la tumba aguarda
y sus mármoles abre a recibirme; 
ya los voy a ocupar…Si no es eterno
el rigor de los hados, y reservan
a mi patria infeliz mayor ventura, 
dénsela presto, y mi postrer suspiro
será por ella… Prevenid en tanto
flébiles tonos, enlazad coronas
de ciprés fimeral, Musas celestes; 
y donde a las del mar sus aguas mezcla
el Garona opulento, en silencioso
bosque de lauros y menudos mirtos,
ocultad entre flores mis cenizas. 

Vamos a saltar ahora hasta la primera parte del siglo XX. Durante estos años la poesía fue de una gran importancia en España. Tras la generación del 98 llegó la del 14 con Juan Ramón Jiménez a la cabeza, luego la del 27 con Lorca, Aleixandre, Dámaso Alonso… Después llegaría Miguel Hernández, ese “genial epígono” de la generación del 27 que publicaría su primer poemario en 1933. La Elegía a Ramón Sijé, que es el poema que quiero comentar, apareció publicada en 1935 en su poemario Rayo que no cesa. Para entender este poema es necesario saber que hubo una relación de amistad entre Hernández y Sijé. Ambos vivían en Orihuela y estaban apasionados por la literatura. Miguel Hernández comenzó a publicar en la revista de Sijé, pero la amistad se vio truncada por las distantes ideas políticas que tenían. El 24 de diciembre de 1935 murió Ramón Sijé, y Miguel Hernández, atormentado por no estar al lado del que había sido su amigo en sus últimos momentos, decidió dedicarle un poema, una elegía que se ha convertido en una de las obras cumbre de la poesía universal. Con el poema va a tratar de alejar a esos fantasmas que cada día vienen a su cabeza cargados de remordimientos por no haber pasado junto a Sijé muchos más momentos, de ahí que: “Quiero minar la tierra hasta encontrarte / y besarte la noble calavera / y desamordazarte y regresarte”.  Podemos estructurar el poema en tres partes: la primera formada por los seis primeros tercetos en los que se lamenta de la muerte de su amigo y muestra claros signos de dolor. Los cinco tercetos siguientes plasman la rabia que siente el poeta por la pérdida. En los últimos el tono es más relajado, ya que pese a que entiende que nunca más va a volver a estar con él físicamente, sabe que su recuerdo y su alma sí que seguirán a su lado, acompañándolo en todos aquellos sitios en los que alguna vez fueron felices juntos.

ELEGIA A RAMÓN SIJÉ 

(En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha 
muerto como del rayo Ramón Sijé, con quien 
tanto quería.) 

Yo quiero ser llorando el hortelano 
de la tierra que ocupas y estercolas, 
compañero del alma, tan temprano. 

Alimentando lluvias, caracolas 
Y órganos mi dolor sin instrumento, 
a las desalentadas amapolas 

daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado, 
que por doler me duele hasta el aliento. 

Un manotazo duro, un golpe helado, 
un hachazo invisible y homicida, 
un empujón brutal te ha derribado. 

No hay extensión más grande que mi herida, 
lloro mi desventura y sus conjuntos 
y siento más tu muerte que mi vida. 

Ando sobre rastrojos de difuntos, 
y sin calor de nadie y sin consuelo 
voy de mi corazón a mis asuntos. 

Temprano levantó la muerte el vuelo, 
temprano madrugó la madrugada, 
temprano estás rodando por el suelo. 

No perdono a la muerte enamorada, 
no perdono a la vida desatenta, 
no perdono a la tierra ni a la nada. 

En mis manos levanto una tormenta 
de piedras, rayos y hachas estridentes 
sedienta de catástrofe y hambrienta 

Quiero escarbar la tierra con los dientes, 
quiero apartar la tierra parte 
a parte a dentelladas secas y calientes. 

Quiero minar la tierra hasta encontrarte 
y besarte la noble calavera 
y desamordazarte y regresarte 

Volverás a mi huerto y a mi higuera: 
por los altos andamios de mis flores 
pajareará tu alma colmenera 

de angelicales ceras y labores. 
Volverás al arrullo de las rejas 
de los enamorados labradores. 

Alegrarás la sombra de mis cejas, 
y tu sangre se irá a cada lado 
disputando tu novia y las abejas. 

Tu corazón, ya terciopelo ajado, 
llama a un campo de almendras espumosas
mi avariciosa voz de enamorado. 

A las aladas almas de las rosas... 
de almendro de nata te requiero, 
que tenemos que hablar de muchas cosas, 

compañero del alma, compañero. 

(10 de enero de 1936) 

La poesía impresa hoy en día no pasa por su mejor momento. Las ventas de poemarios son muy bajas, y poetas con grandes cualidades son completos desconocidos para el lector no especializado. Sin embargo, la  poesía se mantiene viva en las canciones de muchos de los cantautores actuales. Lo que ellos hacen es poesía, pero en lugar de publicarla en poemarios les añaden música y crean canciones que son verdaderas obras de arte. Cada uno de nosotros conoce y ha escuchado a muchos de estos exitosos cantautores, Joaquín Sabina, Joan Manuel Serrat, María del Mar Bonet, Ana Belén, Víctor Manuel, Paco Ibáñez, Lluis Llach Ismael Serrano… Ellos también han escrito y musicado elegías. Concretamente la que propongo es una de Ismael Serrano titulada “Elegía”, en la que habla sobre la dura vida de Juan José Moreno Cuenca, El Vaquilla, famoso ladrón de esa mitificada generación perdida de la heroína de los años 80. En ella Ismael Serrano toma como modelo al Vaquilla para hablar del implacable destino que determina y marca nuestras vidas desde el momento en el que nacemos (“Antes de nacer ya eras carne de trena”). Serrano trata de trasmitir la idea de que cada uno de nosotros tiene un camino marcado del que no se puede salir. Además, la canción tiene unos tintes sociales, ya que denuncia que las prisiones no son ese modelo de reinserción que nos intentas hacer creer.

CREACIÓN LITERARIA

Todos tenemos nuestros fantasmas y buscamos la forma de liberarnos de ellos de diversas formas, la mía también es la poesía…

Noches a la intemperie,
arrozales sureños, 
viñedos tricolorados. 
Manos curtidas del esparto doblado, 
de la poda en verano. 
Nadie te dio las gracias, 
y ahora yo, 
a modo de catarsis
 te dedico estas líneas. 
Sé que es poco, 
pero por experiencia te digo
que son los pequeños detalles
los que al final se convierten
en grandes recuerdos. 

Seguro que vosotros también tenéis unos fantasmas que os atormentan, que cada día vienen a vuestra mente. ¿Habéis probado alguna vez a escribir en una hoja en blanco sobre ellos? Os lo recomiendo, puede ayudaros a conseguir espantarlos, o por lo menos puede haceros sentir mejor con vosotros mismos y hacer que sus visitas no sean tan recurrentes. Me gustaría que tratarais de pensar en estos fantasmas e intentar realizar mediante un poema vuestra propia catarsis interior. Seguro que os sentís mucho mejor después de hacerlo.

¡Ahora os toca a vosotros!

Luque, Aurora

Aurora Luque es una poeta, traductora, profesora y escritora española, que nació en Almería en 1962. Se licenció en Filología Clásica por la Universidad de Granada y desde 1988 enseña griego antiguo en Málaga. Ha publicado varios libros de poesía, entre ellos Gavieras, que ganó el Premio Loewe de Poesía en 2019, y Un número finito de veranos, que recibió el Premio Nacional de Poesía en 2022. También ha traducido obras del francés, el latín y el griego, y ha fundado y dirigido colecciones de poesía como «Cuadernos de Trinacria» y «maRemoto». Ha colaborado como articulista en el diario Sur de Málaga y ha participado en encuentros y eventos internacionales de poesía.

Oliver, Antonio

Antonio Oliver fue un poeta, crítico literario, historiador de arte, ensayista y biógrafo español. Nació en Cartagena el 29 de enero de 1903 y murió en Madrid el 28 de julio de 1968. Fue parte de la generación del 27 y se inspiró en autores como Rubén Darío y Juan Ramón Jiménez. Publicó libros de poesía como Mástil y Tiempo Cenital. Junto con su esposa Carmen Conde, fundó la primera Universidad Popular de Cartagena en 1931, donde realizó una amplia labor cultural y educativa. Durante la guerra civil, trabajó como telegrafista y sufrió una enfermedad cardíaca que lo afectó el resto de su vida. También se dedicó al estudio y la edición de obras de otros autores, como Ramón Llull. Fue un escritor que mantuvo su estilo modernista a pesar de las tendencias vanguardistas y posguerra. Algunas de las obras más importantes de Antonio Oliver son: Mástil (1925): su primer libro de poesía, con influencias de Juan Ramón Jiménez y el modernismo. Tiempo cenital (1932): su segundo libro de poesía, con rasgos creacionistas y vanguardistas. Canto funeral por Manolete (1947): un poema dedicado al famoso torero muerto en la plaza. Libro de loas (1947): una colección de poemas líricos que celebran la vida y el arte. Don Luis de Góngora (1963): un estudio sobre la obra y la vida del poeta barroco. Garcilaso de la Vega (1965): una biografía novelada del poeta renacentista. Archivo Rubén Darío (1968): una edición crítica de los documentos del poeta nicaragüense que Oliver rescató y publicó.

Martínez Sarrión, Antonio

Antonio Martínez Sarrión fue un poeta, ensayista y traductor español que nació en Albacete el 1 de febrero de 1939 y falleció en Madrid el 14 de septiembre de 2021. Fue miembro de la generación del 68 y uno de los renovadores de la literatura española. Perteneció al grupo de los novísimos, figura representativa de la poesía española contemporánea. Su obra poética se caracteriza por el uso del collage, las técnicas surrealistas, las referencias culturalistas y el testimonio social. También fue un destacado memorialista y un notable traductor del francés, especialmente de Baudelaire. Entre las obras más destacadas de Antonio Martínez Sarrión se pueden mencionar las siguientes: Pautas para conjurados (1970), su libro más generacional y representativo de la poética de los novísimos. El centro inaccesible (1981), una recopilación de su poesía completa hasta ese momento, que abarca desde el experimentalismo hasta la transparencia. Infancia y corrupciones (1993), Una juventud (1996) y Jazz y días de lluvia (2002), una trilogía de memorias que narra su infancia en Albacete, su formación universitaria en Murcia y su ascensión a la vida literaria en Madrid. Las flores del mal de Charles Baudelaire (1985), una de las mejores versiones al español de este clásico de la poesía francesa, por la que recibió el Premio Stendhal de traducción en 1990.

Machado, Antonio

Antonio Machado fue un poeta, dramaturgo y narrador español, nacido en Sevilla en 1875 y fallecido en Colliure, Francia, en 1939. Es considerado uno de los representantes más destacados de la generación del 98, un grupo de escritores que se preocuparon por la situación política, social y cultural de España a finales del siglo XIX y principios del XX. Su obra poética se caracteriza por una evolución desde el modernismo y el simbolismo hacia un intimismo personal y una reflexión filosófica sobre la existencia y la realidad española. Entre sus obras más importantes se encuentran Soledades. Galerías. Otros poemas (1907), Campos de Castilla (1912), Nuevas canciones (1924) y Juan de Mairena (1936). También escribió teatro en colaboración con su hermano Manuel, destacando obras como La Lola se va a los puertos (1929) o La duquesa de Benamejí (1932). Machado fue un hombre comprometido con su tiempo y con la República Española, participando activamente en el Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura durante la Guerra Civil. Su muerte en el exilio fue un símbolo del drama de la España dividida. Su poesía ha sido reconocida como una de las más influyentes y universales de la literatura española

Espina, Antonio

Antonio Espina fue un escritor y periodista español, nacido en Madrid en 1891 y fallecido en la misma ciudad en 1972. Fue un autor vanguardista, que cultivó la poesía, la narrativa, el ensayo y la biografía. Colaboró en revistas como Revista de Occidente, La Gaceta Literaria y Nueva España. Fue también un activo republicano de izquierdas, que ocupó varios cargos políticos durante la Segunda República. Era hijo del pintor y grabador Juan Espina y Capo y nieto del médico y académico Antonio Espina y Capo, pionero de la radiología en España. Entre las obras más destacadas de Antonio Espina se pueden mencionar las siguientes: Umbrales (1918) y Signario (1923), sus dos únicos libros de poesía, de estilo vanguardista e introspectivo. Pájaro pinto (1926) y Luna de copas (1929), dos novelas experimentales que aplican técnicas cinematográficas y metafóricas a la narrativa. Luis Candelas, el bandido de Madrid (1930), una biografía del famoso bandolero del siglo XIX, que forma parte de una serie de vidas españolas e hispanoamericanas del siglo XIX editada por Espasa Calpe. El nuevo diantre (1934), una colección de ensayos sobre temas literarios, artísticos y sociales, con un tono crítico e irónico. Poesía completa y epistolario (1975), una edición póstuma de su obra poética y su correspondencia con otros escritores como Juan Ramón Jiménez, Ramón Gómez de la Serna o José Ortega y Gasset.

Cruzans, Antonio

Antonio Cruzans es un escritor nacido en Castellnovo, un pueblo de Castellón, en marzo de 1957. Contrajo la poliomielitis cuando era niño, lo que le impulsó a dedicarse a la lectura y la escritura. Estudió Filología Hispánica en la UNED de Villarreal y ha publicado varios libros de relatos, poesía y teatro. También dirige una revista digital llamada «El volumen de una sombra» y colabora en varios proyectos educativos y culturales. Algunos de sus libros son: La voz interior (2012), Carpe diem (2014), Desde mi ventana (2016), Bisiesto (2016), Cuatro comedias cortas (2018), Como pompas de jabón (2019), Castellnovo. Memoria gráfica de un pueblo (2019), (junto con Rigoberto Cardells), El pez en la pecera (2021) o Presencias. Antología pretérita (2023).