Es frecuente escuchar la afirmación de que en la vida se debe dar más importancia a lo esencial y no perder el tiempo en tonterías, y a todos nos parece muy juiciosa esta aseveración si no fuera por lo difícil que es llevarla a cabo, pues en verdad, ¿quién conoce con exactitud lo esencial?
Ante esta pregunta cada cual dará su opinión y en muy escasas ocasiones estas coincidirán. Quizá la única aseveración donde encontrar mayor acuerdo sería que lo esencial para la vida es estar vivo, pero vayan ustedes a saber, pues hay gente para todo.
Si siguiéramos el pensamiento platónico, la esencia consistiría en la idea inmutable y eterna de las cosas que percibimos, ya saben, la historia aquella de la caverna; sin embargo, Aristóteles, que fue discípulo de Platón, ya matizaba este concepto divergiendo de él en ciertos matices, ya que establecía la esencia como la definición de las cosas, lo que las describía, es decir, aquello que las cosas son con respecto a sí mismas. Y es, desde ese momento, o incluso antes, que la esencia fue variando de significado, más o menos, hasta nuestros días.
Como todo sustantivo puede derivar en adjetivo, de “esencia” surgió “esencial” que, como podemos comprobar en el diccionario de la RAE, además del propio contenido semántico originalmente heredado, también significa: “sustancial, principal, notable”, y si dejamos de lado su contenido bioquímico, también hace referencia a ciertas “sustancias o compuestos”. De ahí hemos llegado a emplear “esencial” como lo “más importante”. Y aquí la cosa se complica…
En principio, estoy de acuerdo con el bueno de Arturo Schopenhauer, aquel filósofo alemán que lideró el pesimismo filosófico, cuando dijo: “El hombre conoce solamente lo aparencial, lo esencial de las cosas, lo no numérico, es incognoscible”, como también lo estoy con la novelista española Lucía Etxebarría: “En la belleza, lo esencial, es invisible a los ojos.” Pero me cuesta dar la razón a afirmaciones como la que hizo el escritor chino Lin Yutang: “La sabiduría de la vida consiste en eliminar lo que no sea esencial”, pues ¿cómo decidir qué es o no esencial? Puede que para mí hallan miles de cosas que no considere esenciales y podría eliminarlas de mi existencia, pero entonces entraría en contradicción con otras personas de mi entorno que no pensarían lo mismo, además de que, si ello pudiera llevarse a cabo, ¿no nos convertiríamos en una sociedad de ascetas?… y si fuera así, ¿de verdad que sería una sociedad perfecta?…
También me da algo de miedo la frase: “La enseñanza de las buenas costumbres o hábitos sociales es tan esencial como la instrucción”, y ya no porque fuera dicha por un político y militar, Simón Bolivar, sino porque todo aquello de conservar y enseñar las “buenas costumbres o hábitos sociales”, que casi siempre son las de las élites poderosas que temen los cambios, tiene el sabor rancio de conservar una forma de vida por encima de todo, y eso ya sabemos cómo acaba…
Por otra parte, muy poético me parece el pensamiento del literato paraguayo Rafael Barrett: “Lo esencial no es comprenderse, sino entregarse” y, por lo mismo, lo considero algo utópico, aunque, sinceramente, tiene su gancho a la hora de declamarlo. Más pragmático, sin embargo, veo al virtuoso violinista norteamericano Yehudi Menuhin cuando aseguro aquello de que: “Los enemigos son esenciales en la carrera del héroe, pues depende de ellos para hacerse grande, no solamente de los que le siguen.”
¿Y qué decir de la respuesta del entrañable mimo francés Marcel Marceau a una pregunta un tanto insidiosa, supongo hecha por algún periodista anhelante de rascar roña?: “(¿Con el silencio se dicen menos tonterías?) – Se dicen sólo las esenciales”, donde “esenciales” tiene un significado rotundo, pero complicado de aceptar.
En cambio, la frase del novelista británico Julian Barnes da mucho que pensar: “Puede que el amor sea esencial porque es innecesario”, y que opinar… Por su parte, el escritor francés Pierre Lemaitre escribió en su novela “Alex”: “La verdad, la verdad… ¿Quién puede decir qué es la verdad y qué no lo es, comandante? Para nosotros, lo esencial no es la verdad, sino la justicia”, a lo que yo me pregunto: ¿quién puede decir lo que es la justicia?…
Ahora que para provocar tenemos al pluriempleado francés Boris Vian, quien, pensando en la inclinación natural de los seres humanos, aseguró con bastante ironía: “En la vida, lo esencial es formular juicios a priori sobre todas las cosas.” Y a eso sabemos aplicarnos todos sin demasiado esfuerzo.
Concluyendo, seguro que cada persona cree saber lo que es esencial en su vida y no debe importarle lo que piensen los demás sobre ello, pues si eso da sentido a su existencia, siempre y cuando no perjudique a nadie, y ese caso sobran opiniones. En el fondo todo es más fácil, es como afirmaba el poeta español Carlos Sahagún: “En poesía, lo esencial no es sólo lo que se dice, sino cómo se dice. En la vida, lo esencial no es ni lo uno ni lo otro, sino nuestros actos.”