Sobre la Política

La política está considerada por muchas personas como un arte o una ciencia del gobierno, y ha fascinado a la humanidad desde la antigüedad. Es un campo donde el poder, la democracia, la ética y el cambio social se entretejen en un tapiz complejo. A lo largo de los siglos, figuras históricas y contemporáneas han dejado frases y pensamientos que iluminan sus facetas más profundas, y de eso va este artículo, pues em él pretendo explorar esta faceta humana mediante citas seleccionadas de personajes relevantes, desde filósofos antiguos hasta líderes modernos, organizadas en temas clave. Con ello busco no solo capturar la esencia de la política, sino que también invitaros a reflexionar sobre su relevancia actual.

La política, en su esencia, es el reflejo de las relaciones de poder y la organización social humana, un terreno donde se negocian intereses, se establecen normas y se moldea el destino colectivo. Pero salgamos de definiciones genéricas y escuchemos voces más autorizadas, por ejemplo: Aristóteles, el filósofo griego del siglo IV a.C., sentó una base fundamental al declarar: “El hombre es por naturaleza un animal político”, lo que sugiere que la política no es una elección, sino una necesidad inherente, ya que los seres humanos, al ser seres sociales, requieren estructuras para convivir y prosperar, desarrollándose todo ello en la polis (ciudad-estado), el espacio natural donde se desarrollaba esta dimensión política, un lugar de diálogo y conflicto que definía la vida en comunidad. En un tono más pragmático y moderno, Mao Zedong, líder chino del siglo XX, ofreció una visión que resalta su carácter combativo: “La política es la guerra sin derramamiento de sangre, mientras que la guerra es la política con derramamiento de sangre”, metáfora que subraya cómo la política opera como un campo de batalla estratégico, donde las ideas, las alianzas y las negociaciones reemplazan las armas físicas, aunque con la misma intensidad y consecuencias para el poder, y es que Mao veía en la política un juego de poder constante, donde las tácticas y la movilización son tan cruciales como en un conflicto armado. Complementando estas perspectivas, Thomas Hobbes, en el siglo XVII, aportó una visión más sombría al describir: “la vida sin gobierno es solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta”, pues para él, la política surgía como un contrato social necesario para escapar del estado de naturaleza, donde el hombre es lobo para el hombre. Esta idea enfatiza que la política no solo organiza, sino que también protege, estableciendo un orden frente al caos primitivo. En el contexto actual, el filósofo contemporáneo Yuval Noah Harari ha reflexionado sobre cómo la política moderna trasciende lo local para abarcar lo global. En 2023, señaló: “La política del siglo XXI no se trata solo de fronteras, sino de enfrentar desafíos planetarios como el cambio climático y la inteligencia artificial”, lo que supone que esta visión amplía la naturaleza de la política, viéndola como un esfuerzo colectivo para abordar problemas que superan a las naciones, requiriendo cooperación y nuevas formas de gobernanza. Estas perspectivas, desde la antigüedad hasta hoy, revelan que la naturaleza de la política es dinámica: un equilibrio entre cooperación y conflicto, un medio para ordenar la sociedad y un reflejo de las aspiraciones y temores humanos. Es tanto un arte de gobernar como un campo de lucha por el poder y la supervivencia.

La democracia, como sistema de gobierno basado en la participación del pueblo, ha sido celebrada como un ideal de libertad y equidad, pero también enfrenta desafíos que cuestionan su estabilidad y efectividad. Abraham Lincoln, presidente de Estados Unidos durante la Guerra Civil, encapsuló su esencia en el Discurso de Gettysburg: “Gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” y esta definición, pronunciada en 1863, sigue siendo un faro para las democracias modernas, subrayando la soberanía popular y la responsabilidad compartida en la toma de decisiones. Sin embargo, la democracia no está exenta de críticas y vulnerabilidades. Lord Acton, historiador británico del siglo XIX, advirtió con agudeza: “El peligro no es que una clase particular sea incapaz de gobernar. Toda clase es incapaz de gobernar”, matizando que esta reflexión apunta a la corrupción y la ineptitud que pueden surgir en cualquier grupo, independientemente de su origen, sugiriendo que el poder, incluso en manos del pueblo, tiende a corromperse si no se controla adecuadamente. En el siglo XX, Winston Churchill aportó una perspectiva irónica pero realista: “La democracia es la peor forma de gobierno, excepto por todas las demás que se han probado”, frase que, dicha en 1947, reconoce los defectos inherentes a la democracia —lentitud, polarización, manipulación— mientras defiende su superioridad relativa frente a alternativas como la autocracia o la oligarquía, destacando la necesidad de perfeccionarla constantemente. En el panorama contemporáneo, los desafíos de la democracia se han intensificado con la era digital, como señaló la politóloga Yascha Mounk en 2022: “La democracia está en retroceso no por falta de apoyo popular, sino por la erosión de las instituciones y la desinformación masiva”, reflejando esta observación cómo las redes sociales y las “fake news” amenazan la capacidad de los ciudadanos para tomar decisiones informadas, mientras que la desconfianza en instituciones como los tribunales o los medios debilita los cimientos democráticos. Además, Kamala Harris, vicepresidenta de EE.UU. hasta 2025, ofreció un ejemplo de la retórica política moderna durante un debate en 2024 al responder a una pregunta sobre errores con: “No se me ocurre nada” , con esta respuesta, aunque breve, ilustra un desafío actual: la percepción de arrogancia o falta de autocrítica en los líderes, lo que puede alienar a los votantes y erosionar la confianza en el sistema democrático. Otro reto emergente es la desigualdad económica y su impacto en la representación, por lo que Amartya Sen, economista y filósofo indio, afirmó en 2023: “La democracia sin igualdad económica es una democracia hueca”, idea que subraya cómo la brecha entre ricos y pobres puede convertir el voto en un ejercicio simbólico, donde las voces de las minorías económicas quedan silenciadas por la influencia de élites. Estos desafíos —corrupción, desinformación, desconfianza y desigualdad— muestran que la democracia, aunque idealizada, requiere vigilancia constante y adaptación. Las voces de la historia y el presente nos recuerdan que su fortaleza radica en la capacidad de los ciudadanos para defenderla y renovarla frente a las amenazas internas y externas.

El poder, como eje central de la política, es una fuerza doblemente ambivalente: puede construir sociedades prósperas o conducirlas al deterioro a través de la corrupción. Nicolás Maquiavelo, en su obra El Príncipe (siglo XVI), ofreció una visión pragmática y realista al aconsejar: “Es mejor ser temido que amado, si no se puede ser ambos”. Esta máxima, escrita en 1513, refleja una concepción del poder como un instrumento de control, donde el miedo asegura obediencia, aunque a costa de la lealtad afectiva. Maquiavelo sugiere que los líderes deben priorizar la estabilidad sobre la moral, una idea que ha influido en gobernantes autoritarios y democráticos por igual, revelando el lado calculador del poder. En contraste, Martin Luther King Jr., activista por los derechos civiles en los años 60, aportó una dimensión ética con su reflexión: “Llega un momento en que uno debe tomar una posición que no es ni segura, ni política, ni popular, pero debe tomarla porque la conciencia le dice que es lo correcto”, frase pronunciada en 1963 y subraya que el poder genuino reside en la integridad y el sacrificio, desafiando la corrupción que surge cuando el interés personal eclipsa el bien común. La corrupción como consecuencia inevitable del poder fue magistralmente resumida por Lord Acton en 1887: El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente”, advertencia que trasciende épocas, sugiriendo que el acceso al poder, sin contrapesos, distorsiona los valores y las intenciones, un fenómeno observable en escándalos políticos a lo largo de la historia, desde monarquías hasta regímenes modernos. En 2020, Paul Krugman, economista y comentarista, aportó una crítica contemporánea al afirmar: “La política determina quién tiene el poder, no quién tiene la verdad”, reflexión que destaca cómo la corrupción puede manifestarse en la manipulación de narrativas, donde la verdad se subordina a intereses partidistas, un problema agravado por la polarización y las redes sociales en la actualidad. Un ejemplo más reciente proviene de 2024, cuando Jair Bolsonaro, expresidente de Brasil, fue citado diciendo: “El pueblo me eligió, no los jueces”, y esta declaración fue hecha en medio de investigaciones por corrupción, lo cual ilustra cómo los líderes pueden usar el apoyo popular para justificar abusos de poder, desafiando las instituciones democráticas y alimentando la percepción de impunidad. La filósofa Hannah Arendt, en su análisis del siglo XX, profundizó en esta dinámica al escribir: “El poder no corrompe, pero el miedo al perderlo sí”, lo que sugiere que la corrupción no surge del poder en sí, sino de la obsesión por retenerlo, llevando a líderes a recurrir a tácticas deshonestas como el clientelismo o la represión. Estos pensamientos históricos y modernos revelan que el poder y la corrupción están intrínsecamente vinculados, pero su manejo depende de la ética, los contrapesos institucionales y la voluntad colectiva. La lucha contra la corrupción requiere no solo leyes, sino también una conciencia constante de los peligros que el poder descontrolado representa para la justicia y la sociedad.

El liderazgo político es el motor del cambio, una cualidad que combina visión, coraje y la capacidad de inspirar a las masas en momentos de crisis o transformación. Me remito a la frase de Winston Churchill  que he utilizado más arriba para ejemplificar como no solo defiende la democracia como sistema resiliente, sino que también resalta el rol del líder en guiarla a través de sus imperfecciones, como él mismo hizo al mantener la moral británica durante los bombardeos nazis. Por su parte, Barack Obama, presidente de Estados Unidos de 2009 a 2017, aportó una visión optimista y activa con su declaración de 2008: “El cambio no vendrá si esperamos a otra persona o a otro momento. Somos los que hemos estado esperando”, una buena llamada a la acción en su campaña, donde enfatiza el liderazgo como un catalizador colectivo, inspirando a las personas a asumir responsabilidad y promover transformaciones sociales, desde la reforma sanitaria hasta los movimientos por la igualdad racial en los años 2010. En un tono más reciente, Angela Merkel, canciller de Alemania hasta 2021, reflexionó en 2020 sobre la adaptación al cambio: “La política es el arte de hacer lo posible en un mundo de incertidumbre”, hecha durante la pandemia de COVID-19, esta frase destaca el liderazgo como una respuesta pragmática a crisis globales, donde Merkel guió a su nación con decisiones basadas en ciencia y consenso, demostrando la importancia de la estabilidad en tiempos turbulentos. En las antípodas tenemos a Donald Trump, figura polarizante en la política moderna, quien añadió una dimensión disruptiva en 2024 con su afirmación durante un debate: “Están comiendo a los perros. Están comiendo a los gatos”, una de sus típicas declaraciones exageradas y controversiales, con la que refleja un estilo de liderazgo que busca provocar cambio a través de la retórica sensacionalista, movilizando bases leales, pero también exacerbando divisiones, un enfoque que marcó su influencia en la política estadounidense hasta 2025. Y si pegamos otro volantazo, llegamos a Nelson Mandela, ícono de la lucha contra el apartheid, quien ofreció una visión transformadora al decir en 1994: “La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo”, y como líder, Mandela usó esta creencia para reconstruir Sudáfrica tras décadas de opresión, promoviendo la reconciliación y el desarrollo como pilares de un cambio duradero, un legado que sigue resonando en los esfuerzos globales por la justicia social. En el contexto actual, Greta Thunberg, activista climática, ha redefinido el liderazgo juvenil desde 2018 con su desafío: “No queremos que nos digan cómo sobrevivir; queremos que nos escuchen y actuemos”. A sus 22 años en 2025, su liderazgo ha impulsado movimientos globales, presionando a los líderes políticos a abordar el cambio climático con urgencia, mostrando que el cambio puede surgir desde fuera de las estructuras tradicionales de poder. Estos ejemplos ilustran que el liderazgo y el cambio en política son inseparables, moldeados por la capacidad de los líderes para adaptarse, inspirar y enfrentar resistencias. Desde la resistencia heroica hasta la provocación estratégica, el liderazgo sigue siendo la fuerza que impulsa la evolución de las sociedades en un mundo en constante transformación.

Estas frases y pensamientos revelan que la política es un espejo de la condición humana: ambiciosa, conflictiva y esperanzadora. Desde Aristóteles hasta líderes de 2025, como Joe Biden, quien en 2024 dijo: «Finalmente vencimos a Medicare» (un lapsus que destaca la imprevisibilidad del discurso político), las voces del pasado y presente nos guían. En un mundo interconectado, entender estas perspectivas nos ayuda a navegar los desafíos actuales, fomentando una política más inclusiva y ética. Al final, como dijo Edmund Burke en el siglo XVIII: «La magnanimidad en la política no es rara vez la verdadera sabiduría; y un gran imperio y mentes pequeñas van mal juntos». La grandeza política radica en la amplitud de visión.

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