Jaime Sáenz

Jaime Sáenz fue un literato boliviano nacido el 8 de octubre de 1921 en La Paz, capital de Bolivia, donde también falleció el 16 de agosto de 1986, a la edad de 65 años. Hijo de un teniente coronel del ejército boliviano, tuvo una educación humanística y artística. Siendo todavía joven, viajó a Alemania, donde se introdujo en las obras de Hegel, Heidegger y Schopenhauer, al mismo tiempo que se familiarizaba con la música de Wagner, Bruckner y Strauss, sin olvidar las obras de literatos como: Thomas Mann, William Blake o Franz Kafka. Recibiendo una fuerte influencia del nazismo alemán y, sobre todo, de su líder, Adolf Hitler. A su regreso a Bolivia en 1939, trabajó en varios ministerios y en la Embajada de los Estados Unidos. En 1943 contrajo matrimonio con su esposa Erika y cuatro años más tarde nacería su hija Jourtaine, pero ambas lo abandonaron, marchándose a Alemania, a causa de su alcoholismo, problema que le acompañó hasta la muerte. En su faceta artística, Sáenz fue un hombre muy creativo y heterogéneo, tocando diversos géneros y artes, como la poesía, la novela, el periodismo, el ensayo, el teatro y la ilustración.En 1970 obtuvo la cátedra de Literatura Boliviana en  la Universidad Mayor de San Andrés de La Paz. También fueron famosos sus Talleres Krupp, un espacio de intercambio cultural que se desarrollaron durante muchos años.

VISITANTE PROFUNDO (I)

Este visitante profundo habita en el vello y en las trompetas, decora una penumbra.
Vaga por los acordes y los perfiles diversos aquí, en la ventana y allá, en el monte de la suprema finura,
este viajero me contempla, inexplicable,
se esconde en el olor claro y denso de las luminarias
y en aquellos tejidos que dibujó el olvido
—su mirada de piedra lisa y lavada
no suele posarse en el don de la vida,
sus ojos y aires y su bastón profundo cantan vapores nocturnos a las esferas grises
y mueven desde abajo y desde lo alto los flujos y los contornos de una broza de los sueños
que nuestro paso aplasta rítmicamente.
Una llamarada se cierne en las pláticas y ensombrece la borra de vino,
y anuncia la llegada de un muerto a los quehaceres matinales
—miedoso de la luz, el muerto de orejas de oro y cacao
tiene el tórax grabado en la memoria,
lágrimas tan hermosas como las arañas
y las manos dispuestas en su sitio,
entre la quietud de los salmos.

Un artículo de Antonio Cruzans

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