Es poeta, traductora, ensayista, profesora y crítica, y una de las figuras más relevantes de la “Generación del 45” en Uruguay. Su poesía es esencialista, es decir, busca la esencia de las cosas a través de las palabras. Sus poemas son breves, pero intensos, y a menudo reflexionan sobre el propio acto de escribir. Ha recibido muchos galardones por su obra, entre ellos el Premio Octavio Paz, el Premio Reina Sofía, el Premio Cervantes y el Premio Max Jacob.
La vida de Ida Vitale ha estado marcada por el exilio. En 1974, tuvo que dejar su país por la dictadura y se fue a México, donde vivió una década. Allí conoció a Octavio Paz, quien la invitó a formar parte de la revista Vuelta. También se enamoró de la cultura mexicana, especialmente de las palabras del náhuatl, que aprendió a pronunciar. En México, además de escribir poesía, se dedicó al ensayo y la crítica, y participó en varios eventos literarios. Más tarde, se mudó a Estados Unidos, donde siguió escribiendo y traduciendo. En 2018, tras la muerte de su segundo marido, el poeta Enrique Fierro, volvió a Montevideo, donde vive actualmente. Tiene un libro pendiente sobre su experiencia mexicana, que se llamará “Shakespeare Palace”.
Ida Vitale es una poeta de la vida, la ética y el verbo. Su obra refleja su pasión por la naturaleza, que le viene de su infancia, cuando le gustaba observar las plantas y los animales. Algunos de sus libros, como “De plantas y animales” y “Léxico de afinidades”, son testimonio de ello. Su estilo es a la vez conceptual y sensorial, y sus temas abarcan desde la existencia hasta el sentido de las palabras. Es una de las voces más importantes de la literatura latinoamericana, y una referente para las nuevas generaciones de poetas. También ha hecho una gran labor como traductora de autores como Mario Praz, Simone de Beauvoir, Gaston Bachelard, Luigi Pirandello y Jules Supervielle.
ACCIDENTES NOCTURNOS
Palabras minuciosas, si te acuestas
te comunican sus preocupaciones.
Los árboles y el viento te argumentan
juntos diciéndote lo irrefutable
y hasta es posible que aparezca un grillo
que en medio del desvelo de tu noche
cante para indicarte tus errores.
Si cae un aguacero, va a decirte
cosas finas, que punzan y te dejan
el alma, ay, como un alfiletero.
Sólo abrirte a la música te salva:
ella, la necesaria, te remite
un poco menos árida a la almohada,
suave delfín dispuesto a acompañarte,
lejos de agobios y reconvenciones,
entre los raros mapas de la noche.
Juega a acertar las sílabas precisas
que suenen como notas, como gloria,
que acepte ella para que te acunen,
y suplan los destrozos de los días.
Un artículo de Antonio Cruzans