Arte poética, de Vicente Huidobro

Un artículo de Raúl Molina

Que el verso sea como una llave
que abra mil puertas.
Una hoja cae; algo pasa volando;
cuanto miren los ojos creado sea,
y el alma del oyente quede temblando.

Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra;
el adjetivo, cuando no da vida, mata.

Estamos en el ciclo de los nervios.
El músculo cuelga,
como recuerdo en los museos;
mas no por eso tenemos menos fuerza:
el vigor verdadero
reside en la cabeza.

Por qué cantáis la rosa, ¡oh, Poetas!
Hacedla florecer en el poema.

Sólo para vosotros
viven todas las cosas bajo el Sol.

El poeta es un pequeño Dios.

Desde Arica hasta el Cabo de Hornos, es Chile tierra de poetas. Quizás tenga la culpa el Pacífico: “Dicen que acalla los ruidos, los ruidos inútiles, se sobreentiende”, afirmaba un personaje de Bolaño. Es cierto que el rumor del océano más grande del planeta acompaña a un chileno desde su nacimiento hasta el día de su muerte a lo largo de seis mil kilómetros de costa, pero también es innegable que lo cubre la sombra de Los Andes, a los que Nicanor Parra gritaba  “Perdonadme si pierdo la razón / en el jardín de la naturaleza / pero debo gritar hasta morir / ¡¡¡Viva la Cordillera de Los Andes!!!”. Sea por la razón que sea no son pocos los chilenos dedicados a la poesía: desde los citados Roberto Bolaño y Nicanor Parra, hasta Raúl Zurita, Pablo de Rokha, Gonzalo Rojas, Gabriela Mistral o Pablo Neruda.

También merece Vicente Huidobro (1893-1948) entrar en esta envidiable lista. Lo merece desde su primer poemario de huella modernista Ecos del alma, aparecido en 1911, hasta el póstumo Últimos poemas, de 1948. Pero si uno de todos ellos le hace merecedor de un espacio reservado junto a los grandes nombres, este debe ser Altazor, un poema en siete cantos que juega con la desarticulación del lenguaje forzándolo hasta los mismos límites de la expresión. El último de los movimientos, el más corto con apenas 65 versos, representa la luxación definitiva del lenguaje. En él, el yo poético únicamente articula fonemas inconexos que se convierten en el último grito desesperado con el que intentar salvar una caída que no tiene vuelta atrás. Acaba así:

Tempovío
Infilero e infinauta zurrosía
Jaurinario ururayú
Montañendo oraranía
Arorasía ululacente
Semperiva
ivarisa tarirá
Campanudio lalalí
Auriciento auronida
Lalalí
Io ia
iiio
Ai a i a a i i i i o ia

Altazor, más allá de su intrínseca e innegable calidad poética, marca un hito en la historia de la poesía de vanguardia, ya que supone para muchos estudiosos el inicio del creacionismo literario. No confundir, por favor, con la fundamentalista creencia religiosa según la cual el universo y los seres vivos provienen de la acción divina. No lo confundáis, pero no descartéis la relación. Según esta corriente poética la poesía no debe retratar el mundo, sino crear uno propio a través del lenguaje: “Hasta ahora”, dice Huidobro en el Manifiesto creacionista “Non Serviam”, “no hemos hecho otra cosa que imitar al mundo en sus aspectos, no hemos creado nada. ¿Qué ha salido de nosotros que no estuviera antes parado ante nosotros, rodeando nuestros ojos, desafiando nuestros pies o nuestras manos? Hemos aceptado, sin mayor reflexión, el hecho de que no puede haber otras realidades que las que nos rodean, y no hemos pensado que nosotros también podemos crear realidades en un mundo nuestro, en un mundo que espera su fauna y su flora propias. Flora y fauna que sólo el poeta puede crear, por ese don especial que le dio la misma madre Naturaleza a él y únicamente a él”.

Precisamente, el contrapunto en forma de poema a este manifiesto es “Arte poética”. Según la concepción huidobriana y creacionista, la poesía es la única tarjeta de embarque a espacios otros, tiempos otros o sensaciones otras, inalcanzables por otros medios: “Que el verso sea como una llave / que abra mil puertas”, dice el poema. Así, es labor del poeta inventar nuevos y diferentes mundos, eso sí, cuidando la expresión: “cuida tu palabra; / el adjetivo, cuando no da vida, mata”. Ya sabemos qué hacer y cómo hacerlo. Ahora bien, ¿de dónde extraer las fuerzas necesarias si “El músculo cuelga / como recuerdo en los museos”? Huidobro tiene la respuesta: “el vigor verdadero / reside en la cabeza”. Esto es: el arma del poeta no es la fuerza física, sino la capacidad de controlar el lenguaje. Así, dejándonos llevar entre los versos, llegamos a la más famosa de las estrofas: “Por qué cantáis la rosa, ¡oh, poetas! / Hacedla florecer en el poema”. Y es que no hay síntesis más clara.

Os he dicho, recordadlo, que no confundamos corriente poética con religiosa. Pero también he dicho que no descartéis los vínculos. Pues bien, fijémonos en el último verso: “El poeta es un pequeño dios”. Aquí la palabra dios juega en una doble dirección: como ser superior y, sobre todo, como creador. Recordemos el inicio del Génesis bíblico: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Y dijo Dios: Sea la luz. Y fue la luz”. Más adelante, en el Evangelio de Juan se lee: “En el principio era la palabra y la palabra estaba con Dios y Dios era la palabra […] Y el verbo se hizo carne”. En el cristianismo la palabra se convierte en creadora del Universo y de los seres humanos. No es este un caso aislado, sino que se repite en multitud de relatos cosmogónicos. El increíble poema babilónico Enuma Elis, similar en muchos detalles al Génesis bíblico, comienza así:

Cuando en lo alto los cielos no habían sido nombrados
y abajo el nombre de la tierra no se había pronunciado,
existía ya Apsu, el primordial, su procreador,
y también la creadora Tiámat, la paridora de todos ellos.
Cuando mezclaron sus aguas,
no estaban juntos los pastos, no se extendían los cañaverales.
Cuando ninguno de los dioses había aparecido,
no se había pronunciado ningún nombre ni se habían establecido los destinos, entonces, los dioses fueron creados en su interior:
Lahmu y Lahamu aparecieron, sus nombres fueron pronunciados.

Por tanto, la palabra es en muchas concepciones religiosas, el cincel utilizado por los dioses cuando crean el universo. Para el creacionismo en general y para Huidobro en particular, en un movimiento metafórico, el poeta se convierte en Creador porque sabe manejar el lenguaje. De la palabra poética brotan mundos que nunca habían existido, como lo hacen de la palabra divina en los relatos cosmogónicos. Ese es su poder. El poder que lo asemeja a la divinidad. Recordemos de nuevo ese verso: “El poeta es un pequeño dios”. Nada más que decir.

Post Scriptum 1: En el siguiente enlace podéis encontrar un interesante documental sobre Vicente Huidobro.

Post Scriptum 2: Una de las formas poéticas que el creacionismo contribuyó a difundir fueron los caligramas: composiciones que utilizan las palabras para formar imágenes acerca de lo que trata el poema. Al contrario de lo que mucha gente cree, los caligramas no son formas poéticas inventadas en la vanguardia, sino que ya fueron utilizados en la poesía clásica griega y romana y tuvieron relativa importancia en las composiciones religiosas medievales. Ahora bien, sí es cierto que las vanguardias (cubismo, ultraísmo y creacionismo, principalmente), las popularizaron en todo el mundo occidental. Guillem Apollinaire, que les dio el nombre de ideogramas, fue su más famoso cultivador. Vicente Huidobro no quiso quedar atrás y nos legó caligramas tan interesantes como los que aquí os dejo:

Entradas creadas 298

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Publicaciones relacionadas

Comienza escribiendo tu búsqueda y pulsa enter para buscar. Presiona ESC para cancelar.

Volver arriba