Soneto CLXVI, de Luis de Góngora y Argote

Un artículo de Raúl Molina

Mientras por competir con tu cabello,
oro bruñido al sol relumbra en vano;
mientras con menosprecio en medio el llano
mira tu blanca frente el lilio bello;

mientras a cada labio, por cogello,                  
siguen más ojos que al clavel temprano;
y mientras triunfa con desdén lozano
del luciente cristal tu gentil cuello:

goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue en tu edad dorada                  
oro, lilio, clavel, cristal luciente,

no sólo en plata o vïola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

Es, Luis de Góngora, de la poesía castellana barroca uno de los más grandes representantes. Córdoba lo vio nacer en julio de 1561 y morir en mayo del año 27 del siglo XVII, pero sus obras, creadas desde el amor a la, durante muchos siglos, segunda Meca, lograron salir con él hacia el resto de la Península de los Austria gracias a su posición de canónigo de la catedral de su ciudad natal.

En el convulso año de 1609 vuelve a la omeyítica ciudad y su poesía cambia de radical forma, pasando de los metros tradicionales hacia un nuevo estilo, a la postre llamado culteranismo, e incluso Gongorismo, por la enorme importancia que en su creación tuvo el autor de El Polifemo.

Tamaña obra poética levantó pasiones y odios por igual durante su vida, aquellas representadas por los veneradores que llevaron a cabo la exégesis de sus textos incluso en vida del autor y estas por los pecadores que deberían dejarse coser los ojos y por los que estando a su altura cruzaron con él algún que otro poema, como tras su muerte, encarnadas aquellas por todos los que sumergieron sus textos en la fuente gongorina y estas por otros pecadores que no han podido ni, sobre todo, querido ahondar en sus trabajados versos.

Son el ‘Collige virgo rosas’, el ‘Tempus fugit’ o el actualmente mal entendido ‘Carpe Diem’ los tópicos a los que este soneto con fuerza se aferra. Divisibles los dos cuartetos en dos secciones, cuyos versos se abren, y esto es importante, con la conjunción temporal ‘mientras’, iniciando así la alabanza de cuatro selectas cualidades presentes, en el sentido temporal, del objeto de deseo: cabello dorado que compite con el oro bañado por el Sol; frente tan blanca que es capaz de mirar los lirios con desprecio; labios rojos como claveles tempranos; cuello lozano y cristalino. Entonces, ¿qué debe hacer ella mientras perdure la edad dorada en su cuerpo? Gozar, afirma el canónigo cordobés dando paso, acto seguido, a la antítesis, pues el cabello, antes brillante y luminoso, plateado ha de tornarse, en tanto el delicado cuerpo, de pronunciadas caderas, por la similitud con una viola y sus escotaduras, irá decayendo irremediablemente a razón de sesenta segundos por minuto. Pero Góngora no se detiene en este punto, y este pesimismo es la clave de la época en la que vive: aparecerá la muerte que va a igualar, por siempre, a la antaño juvenil y pulcra dama con el resto de mortales al mudarla “en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada”.

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