El remordimiento, de Borges

He cometido el peor de los pecados 
que un hombre puede cometer. No he sido 
feliz. Que los glaciares del olvido 
me arrastren y me pierdan, despiadados. 

Mis padres me engendraron para el juego 
arriesgado y hermoso de la vida, 
para la tierra, el agua, el aire, el fuego. 
Los defraudé. No fui feliz. Cumplida 

no fue su joven voluntad. Mi mente 
se aplicó a las simétricas porfías 
del arte, que entreteje naderías. 

Me legaron valor. No fui valiente. 
No me abandona. Siempre está a mi lado 
la sombra de haber sido un desdichado

Borges escribe este soneto en endecasílabos tras la muerte de su mejor amiga y su camarada más fiel, su madre, ocurrida el 8 de julio de 1975, y lo publicó en el diario La Nación pocos días después de este suceso.

Hombre de personalidad insaciable, siempre fue detrás de un imposible, tanto en sus ideales artísticos, como en aspiraciones filosóficas, incluso en su realización como ser humano. Por lo cual es fácil llegar a comprender que la insatisfacción fuera una de sus compañeras más asiduas, y la frustración le acechase por los rincones, incluso en los espejos que tanto temía: es difícil contemplarse a uno mismo tal como es…

Su variedad de intereses era casi incalculable y, como bien dice el refrán de la sabiduría popular, “quien mucho abarca, poco aprieta”, por lo que a cada nuevo descubrimiento se abrían nuevas dudas que se iban acumulando hasta el infinito, haciendo su búsqueda irrealizable. La creación de su mundo fantástico, subjetivo y metafísico le supuso, seguramente, un enorme esfuerzo: investigación, exploración, estudio, argumentación, deducción… una vida dedicada por entero al universo literario e intelectual. Su obra no es de fácil comprensión a causa de la constante simbología utilizada, en muchos casos totalmente personal, pero ahí también radica la fascinación que provoca en numerosos escritores, estudiosos y críticos literarios, porque este universo, cuando lo penetras, te atrapa.

El propio Borges se definió a sí mismo en los siguientes términos: “No soy ni un pensador ni un moralista, sino sencillamente un hombre de letras que refleja en sus escritos su propia confusión y el respetado sistema de confusiones que llamamos filosofía, en forma de literatura”.

Pero ¿y la vida?… ¿Se debe ceñir la existencia a esta labor agotadora e irrealizable?… ¿Se encuentra la felicidad en el logro de esas metas que todo estudioso se plantea?… La respuesta es complicada porque lo absoluto no existe, nuestro paso por la vida está compuesto por pequeños lapsos de tiempo, por diminutos instantes, inapreciables flases que se van acoplando unos con otros hasta formar nuestra historia. Nada es duradero y ni mucho menos eterno, por ello es muy posible que aparezcan momentos de vacío, esos en los que se piensa que todo lo que se ha hecho no vale para nada, que se ha desaprovechado el tiempo y has tirado las oportunidades por la borda… pero eso también depende del momento y del entorno y de otros factores que se nos escapan porque no dependen de nosotros. Sí, es difícil responder a las anteriores preguntas, pero de lo que no cabe ninguna duda, es que Borges hizo lo que quería hacer y llegó, como suele ocurrir, hasta donde pudo, pero en relación con el resto de los mortales, bastante lejos.

Así pues, este poema simplemente refleja el estado de ánimo de su autor en un momento determinado de su vida en el que estaba afectado por algo que se escapaba de su propia voluntad. Todo él rezuma una profunda tristeza y un amargo sentimiento de fracaso, y siente remordimientos por ello, por no haber cumplido las expectativas de felicidad que sus padres pusieron en él… Suele ocurrir cuando perdemos a un ser querido que aparezca un cierto sentimiento de culpa, tal vez porque se nos han quedado en el cajón del olvido tantas cosas por decir, tanto por dar, mucho por hacer, y nos embarga una sensación de impotencia insoportable, y tal vez entonces nos damos cuenta de lo puramente humanos, y por lo tanto frágiles y limitados, que somos…

Lo curioso de “El Remordimiento” es que, al contrario de lo que ocurre con gran parte del resto de su obra, se entiende perfectamente y podemos empatizar con él, percibir lo que siente. Sin embargo, esto no era muy común en sus creaciones poéticas, como ya he remarcado, pues Borges fue en su juventud un ultraísta ferviente, cuando reducía la expresión poética al uso casi exclusivo de la metáfora, construyendo las frases sin nexos ni prácticamente adjetivos y creando y sintetizando imágenes que estimularan la sugerencia en el lector, como podemos comprobar en el titulado “Mañana”:

Las banderas cantaron sus colores
y el viento es una vara de bambú entre las manos
El mundo crece como un árbol claro
Ebrio como una hélice
el sol toca la diana sobre las azoteas
el sol con sus espuelas desgarra los espejos
Como un naipe mi sombra
ha caído de bruces sobre la carretera
Arriba el cielo vuela
y lo surcan los pájaros como noches errantes
La mañana viene a posarse fresca en mi espalda.
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