Romance de la muerte del Cid, Anónimo

Un artículo de Raúl Molina

Banderas antiguas, tristes, 
de victoria un tiempo amadas, 
tremolando están al viento 
y lloran, aunque no hablan. 
Sonaban las roncas voces 
de las destempladas cajas, 
y los pífanos, soberbios, 
calles y plazas arrancan. 
Estaba el Campeador 
humilde y manso en la cama, 
y sujeto a la inclemencia 
de la vengativa Parca. 
Hizo traer las reliquias 
de las victorias pasadas, 
y mandó que le truxesen 
sus compaíieras espadas. 
Y desque fueron traídas 
levantábase en la cama; 
tomándolas en sus manos 
les dijo aquestas palabras: 
"¡Colada y Tizona mías, 
no colada, mas calada 
por mil contrarios arneses 
y por mil contrarias armas! 
¿Cómo os hallaréis sin mí? 
¿A quién os dejaré en guarda 
que no manche vuestro honor, 
pues que tan fácil se mancha?" 
Y luego, en diciendo aquesto, 
mandó que a "Babieca" traigan, 
que quiere verle primero 
que comience su jornada. 
Entró el caballo más manso 
que una corderilla mansa: 
abriendo los anchos ojos, 
como si sintiera, calla. 
"Ya me parto, caro amigo; 
quien os gobierna, ya falta. 
Quisiera pagaros bien, 
pero recibid por paga 
que con los fechos que he fecho 
será inmortal vuestra fama." 
Y no diciendo más que eso, 
la muerte tira una jara... 

Aprovechando la ocasión que nos brinda hoy la lectura de una novela histórica que nos retrotrae hasta la Edad Media, quiero recuperar una parte de la literatura popular de mayor difusión en el medievo y de gran influencia en la historia literaria posterior. Hablo, evidentemente, de la poesía de romancero. El romance es una composición de origen medieval, anónima y escrita con el verso más tradicional de la poesía castellana: el octosílabo. Estas construcciones eran perfectas para su difusión oral, ya que la longitud del verso y su ritmo facilitaba enormemente su memorización. Hay diversas teorías sobre su origen. Quizás, la más popular de ellas cuenta que estas poesías tenían un origen popular (quizás desgajadas o inspiradas en los cantares épicos de gesta, como el Poema de Mío Cid) y se transmitían de generación en generación, sirviendo en muchos casos para dar a conocer hechos relevantes de la historia medieval de la Península Ibérica. A caballo entre el siglo XV y XVI, algunos autores cultos los recopilaron en cancioneros y romanceros que han permitido preservarlos hasta nuestros días. Así pues, teniendo en cuenta el componente de noticiario histórico de los mismo, es muy común encontrar romances dedicados a figuras heroicas como el Cid, Carlomagno o Bernardo del Carpio, entre otros, así como de temática fronteriza (esto es: de la relación entre musulmanes y cristianos durante la conquista; no la reconquista, grave equivocación terminológica demasiado anclada por siglos de uso). Pero no sólo se cultivaron romances históricos, sino también de tipo amoroso o lírico, de tipo folclórico o satírico, incluso los llamados vulgares o ciegos, que narraban hechos sensacionalistas o bandoleristas). El romancero (entendido como el conjunto de romances recopilados y transmitidos a lo largo de los siglos de forma oral y, posteriormente, recogidos por escrito) ha tenido una grandísima influencia en la literatura posterior a la Edad Media. Góngora, Quevedo o Cervantes lo cultivaron; fue muy popular en el Romanticismo (tan propicio a rescatar lo medieval sumándole un plus gótico y exótico), gracias al Duque de Rivas; pero también en la Generación del 27, con Lorca como gran cultivador en su Romancero Gitano. Este conjunto, recibió el nombre de Romancero nuevo y la diferencia principal es su transmisión por escrito y la ampliación temática y formal (ya no sólo vamos a poder hablar de romances en octosílabo, sino en otros versos y adjuntándoles otras formas tradicionales, como la letrilla o los estribillos). Pero la influencia del romancero no se limitó a la literatura española. Principalmente, los poetas medievalizantes europeos del Romanticismo se dejaron mecer por sus versos: el francés Víctor Hugo, autor de Los Miserables y de Nuestra señora de París, escribió varios poemas inspirados en esta tradición, Betty Paoli, escritora vienesa, fue autora de un Romancero en 1845, como también el filósofo y escritor alemán Heinrich Heine. Así pues, nos encontramos ante una de las formas populares de creación poética de mayor recorrido en la historia de la literatura española. Son miles los romances escritos desde época medieval hasta la más estricta contemporaneidad. Hoy, aquí, vamos a leer un romance de tema medieval aprovechando la lectura de Las memorias del Infante Fortuna, de Rafael Martín Artíguez, novela en forma de diario que, como ya hemos podido ver, recupera los sucesos acaecidos durante la denominada Guerra de los Tres Meses, entre el Duque de Segorbe, Enrique de Aragón (el Infante Fortuna), y la población de la ciudad por la oposición de los segorbinos a depender de un señor feudal. Al fin y al cabo, la construcción de ambas obras de ficción no dista demasiado: si bien es verdad que la novela está mucho más trabajada desde el punto de vista histórico y son centenares los detalles que su autor ha tenido que recuperar en antiguos archivos y bibliotecas, no es menos cierto que en ambos casos la historia, como toda obra de ficción, está más o menos “decorada” de artificios diversos. El poema elegido para su lectura hoy es el “Romance de la muerte del Cid”, perteneciente a uno de los ciclos, el dedicado a Rodrigo Díaz de Vivar, que más material literario inspiró en los siglos posteriores a su muerte. Son centenares los romances sobre su vida y sus gestas, las más de las veces ficticios, tal y como ha demostrado la historiografía. Existió un Cid real, histórico, pero también uno literario capaz de las mayores heroicidades. Ambos se confunden en un gran revuelto de hechos, hazañas, guerras, traiciones, amores y promesas, que hacen muy difícil distinguir la realidad de la ficción. El presente romance, cuya sencillez no exige un gran comentario del mismo, narra el instante de la muerte del héroe castellano quien, “humilde y manso en la cama” pide que le traigan las reliquias de sus victorias pasadas. Primero, las espadas, Colada y Tizona y, segundo, a Babieca, su caballo, fiel y valiente compañero de andanzas al que le dice, a modo de disculpa, “quisiera pagaros bien, / pero recibid por paga / que con los fechos que he fecho / será inmortal vuestra fama”. Y es cierto lo que dice el poema: Colada, Tizona, Babieca y el propio Cid, inmortales gracias a la literatura, gracias a la difusión oral de las mismas durante le Edad Media en forma de cantares de gesta o de romances. Sea como sea, la tercera vida de la que hablaban en el medioevo, representada en unos versos y recuperada, muchos siglos después, por nosotros.

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