Fricis Barda

El 13 de marzo de 1919 se cumplió un siglo de la muerte de Fricis Barda, poeta letón. Nacido el 25 de enero de 1880 en la localidad de Pociems, Fricis Barda llegó al mundo dentro de una familia numerosa, de la que él fue el tercero de nueve hijos, y de fuerte espíritu patriarcal y sentimiento religioso.

Su infancia transcurrió entre la escuela y el cuidado del ganado, por lo que en realidad conversó mucho más con el sol y las nubes, con el viento y los abedules blancos que aparecen en sus poemas, que con otras personas.

Una vez acabada la educación primaria, su padre no podía pagar una educación superior, por lo que no desaprovechó la oportunidad que le daba una beca para estudiar en el Seminario de Profesores de Valka en Riga.

Trabajó como profesor durante unos años en la escuela parroquial de Katlakalns, hasta que marchó a Viena para ingresar en la Facultad de Filosofía. A su regreso trabajó en la Escuela Real y fue jefe del departamento de ficción de la revista Stari.

En 1915 contrajo matrimonio y se desplazó con su familia a Valmiera, donde dirigió una escuela secundaria, hasta que fue clausurada a causa de la ocupación alemana durante la Primera Guerra Mundial. Al finalizar la guerra, fue profesor de lengua y literatura letonas en la Universidad Técnica Báltica.

El primer poema publicado de F. Barda fue «El hilo de lluvia», que se imprimió en el periódico «Rīgas Avīze» el 12 de noviembre de 1902. En 1911, apareció la primera colección de poemas «El Hijo de la Tierra», dedicada a la memoria de su padre, siendo una de las obras más destacadas del neo-romanticismo letón. La representación de la poesía de F. Bardas se encuentra en pinturas visuales específicas, fácilmente perceptibles. Sin embargo, el lugar simple y común de la poesía de F. Bardas siempre existe en la perspectiva de la eternidad, la expansión cósmica. La segunda colección de poemas «Canciones y oraciones para el árbol de la vida» se publicó después de su muerte en 1923.

Hijo de la Tierra

En la vastedad de la tierra,
donde los bosques susurran secretos,
donde los ríos cantan sus melodías,
allí nací, hijo de la tierra.

Mis pies descalzos tocaron la hierba,
mis ojos se perdieron en el horizonte,
mis manos acariciaron la corteza de los árboles,
allí viví, hijo de la tierra.

La brisa me susurró antiguas historias,
las estrellas me guiaron en la oscuridad,
el sol me abrazó con su cálido resplandor,
allí soñé, hijo de la tierra.

Y cuando llegue mi último aliento,
cuando mi cuerpo regrese al polvo,
sé que mi espíritu seguirá danzando,
porque siempre seré, hijo de la tierra.

Un artículo de Antonio Cruzans

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