Rilke: la búsqueda de lo trascendente.

Rainer Maria Rilke (1875-1926) es uno de los poetas más influyentes de la literatura europea, conocido por su profundidad lírica, su exploración de la existencia humana y su capacidad para capturar lo inefable. Su poética, que evoluciona a lo largo de su obra, se caracteriza por una búsqueda constante de la trascendencia, la interioridad y la conexión entre el mundo material y lo espiritual.

Rilke nació en Praga, entonces parte del Imperio Austrohúngaro, en un entorno culturalmente rico pero marcado por tensiones sociales y políticas. Su vida estuvo profundamente influenciada por sus viajes por Europa, su contacto con artistas como Auguste Rodin y su interés por la filosofía, la mística y las culturas orientales. Su formación incluyó una sensibilidad romántica inicial, que luego se transformó en una poética más moderna y existencial, influida por el simbolismo, el modernismo y el naciente existencialismo.

Rilke vivió en un período de crisis espiritual y cultural, con el declive de las estructuras tradicionales y el advenimiento de la modernidad. Esta tensión se refleja en su obra, que busca reconciliar la fragmentación del mundo moderno con una visión integradora de la existencia. Su relación con el arte, especialmente a través de Rodin, le enseñó a observar con precisión y a buscar la esencia de las cosas, un principio que define su poética.

Rilke explora la relación entre lo humano y lo divino, pero su concepción de lo divino no es convencional. En El libro de las horas (1899-1903), escrito en su juventud, aborda a Dios como una construcción poética, una proyección de la interioridad humana. Poemas como “El libro de la vida monástica” reflejan una espiritualidad mística, donde Dios es tanto una presencia íntima como un proceso creativo.

El libro de horas
Rainer María Rilke

Señor, a cada uno dale su muerte,
una muerte que de cada vida brote
y en que haya amor, significado y sufrimiento.
Pues nosotros somos sólo la corteza y la hoja.
La muerte que cada uno lleva en sí
es la fruta en torno de la cual todo gira.

Señor, las grandes ciudades están perdidas y disueltas.
En la más grande se vive como quien huye de un incendio.
No hay en ella consuelo capaz de consolar
y el tiempo demasiado corto cierra el paso.

Allí viven seres humanos, con gestos angustiados,
vidas malas y difíciles en cuartos profundos…
Allí crecen niños en sótanos con ventanas
siempre hundidas en las mismas sombras
y donde no saben que afuera los llaman las flores
a un día lleno de espacio, de júbilo y de viento.

En Las elegías de Duino (1912-1922), esta búsqueda se torna más existencial. Rilke se pregunta cómo el ser humano puede encontrar sentido en un mundo aparentemente desprovisto de trascendencia. La famosa primera elegía comienza con una invocación a los ángeles, pero estos no son figuras religiosas tradicionales, sino símbolos de una conciencia superior que trasciende lo humano. La trascendencia, para Rilke, no está en un más allá, sino en la capacidad de transformar la experiencia terrenal en algo eterno a través del arte.

Elegía primera

Rainer María Rilke

¿Quién, si yo gritara, me escucharía entre las órdenes
angélicas? Y aun si de repente algún ángel
me apretara contra su corazón, me suprimiría
su existencia más fuerte. Pues la belleza no es nada
sino el principio de lo terrible, lo que somos apenas capaces
de soportar, lo que sólo admiramos porque serenamente
desdeña destrozarnos. Todo ángel es terrible.
Así que me contengo, y me ahogo el clamor de la garganta
tenebrosa. Ay, ¿quién de veras podría ayudarnos? No
los ángeles, no los hombres, y ya saben los astutos
animales que no nos sentimos muy seguros en casa,
dentro del mundo interpretado. Nos queda quizás
algún árbol en la loma, al cual mirar todos los días;
nos queda la calle de ayer y la demorada lealtad
de una costumbre, a la que le gustamos, y permaneció,
y no se fue. Oh, y la noche, y la noche, cuando el viento
lleno de espacio cósmico nos roe la cara:
¿Para quién no permanecería aquélla, la anhelada,
la tierna desengañadora, ahí, dolorosamente próxima
al corazón solitario? ¿Es más suave con los amantes?
Ay, ellos sólo se ocultan uno a otro su suerte.
¿Todavía no lo sabes? Arroja el espacio que abarquen
tus brazos hacia los espacios que respiramos; quizá
los pájaros sientan el aire ensanchado con un vuelo más íntimo.
Sí, las primaveras de veras te necesitaban. Varias
estrellas te pedían que las rastrearas. Se alzaba
en el pasado una ola hacia ti, o cuando pasabas
por una ventana abierta, se te entregaba un violín.
Todo esto era una misión, ¿pero fuiste capaz de cumplirla?
¿No estabas siempre distraído por la esperanza, como
si todo ello te anunciara a una amada?
¿Dónde intentas alojarla, si en ti los grandes pensamientos extraños
entran y salen, y con frecuencia se quedan durante la noche?.
Pero si sientes anhelos, canta pues a las amantes; no es,
en absoluto, suficientemente inmortal su famoso
sentimiento. Aquéllas que casi envidias, las abandonadas,
las encuentras mucho más amantes que las saciadas.
Empieza siempre de nuevo la alabanza siempre inalcanzable.
Piensa: el héroe sigue en pie, aun el ocaso fue para él
sólo un pretexto para ser: su último nacimiento.
Pero a las amantes la exhausta naturaleza las recoge
en su seno, como si no hubiera fuerzas para lograr esto
dos veces. ¿Has pensado lo suficiente en Gaspara Stampa,
y lo que puede sentir cualquier chica a quien el amado
abandonó, frente a tan elevado ejemplo de mujer amante:
¿Llegaré a ser como ella? ¿Estos, los más antiguos
dolores, no deberán, por fin, darnos fruto? ¿No es
tiempo ya de que, al amar, nos liberemos del amado y,
temblorosos, resistamos, como la flecha resiste al arco,
para ser, unidos en el salto, algo más que la sola
flecha? Porque el permanecer está en ninguna parte.
Voces, voces. Corazón mío, escucha, como sólo los santos
escuchaban; la enorme llamada los alzaba del suelo;
pero ellos seguían de rodillas, de modo imposible,
sin darse cuenta: de tal manera escuchaban. No
que pudieras soportar la voz de Dios, lejos de eso, pero
escucha el soplo, las noticia incesante que se forma
del silencio. Murmura hasta ti desde aquellos que han
muerto jóvenes. ¿Acaso su destino no se dirigió siempre
tranquilamente a ti, en Roma y Nápoles, cuando entrabas
en alguna iglesia? O una inscripción sublime se grababa
para ti, como hace poco la lápida de Santa María Formosa?
¿Qué quieren de mí? Debo apartar en silencio
la apariencia de injusticia que a veces estorba un poco
el puro movimiento de sus espíritus.
Realmente es extraño ya no habitar la tierra,
ya no ejercitar las costumbres apenas aprendidas;
a las rosas, y a otras cosas particularmente promisorias,
ya no darles el significado del futuro humano; ya no ser
aquél que uno fue en interminables manos angustiadas
y hasta hacer a un lado el propio nombre, como un juguete
roto. Extraño, ya no seguir deseando los deseos. Extraño,
ver todo lo que tenía sus propias relaciones, aletear
tan suelto en el espacio. Y estar muerto es doloroso,
y lleno de recuperación, de modo que uno rastree
lentamente un poco de eternidad. Pero todos los vivos
cometen el mismo error de diferenciar demasiado
tajantemente. Los ángeles (se dice) con frecuencia no
sabrían si andan entre los vivos o entre los muertos.
La corriente eterna arrastra siempre consigo todas
las edades a través de las dos zonas y atruena sobre ambas.
Finalmente ya no nos necesitan, los que partieron
temprano, uno se desteta dulcemente de lo terrestre, como
uno se emancipa con ternura de los senos de la madre.
Pero nosotros, que necesitamos tan grandes secretos,
nosotros que tan frecuentemente obtenemos del duelo
progresos dichosos, ¿podríamos existir sin ellos?
¿Es inútil el mito de que, en la antigüedad, durante
las lamentaciones fúnebres por Linos,
una atrevida música primitiva se abrió paso en la árida materia
inerte; y entonces, por primera vez, en el espacio
sobresaltado, en el que un muchacho casi divino de pronto
se perdió para siempre, el vacío produjo esa vibración
que ahora nos entusiasma y nos consuela y ayuda?

La soledad es un tema recurrente en la poética de Rilke, no como un estado de alienación, sino como una condición necesaria para la introspección y la creación. En Los cuadernos de Malte Laurids Brigge (1910), su única novela, explora la disolución del yo en la modernidad, pero también la posibilidad de reconstruirlo a través de la atención a los detalles y las experiencias internas. Malte, el protagonista, es un alter ego de Rilke, que enfrenta la fragmentación de la identidad en la gran ciudad (París).

En su poesía, la soledad permite al poeta escuchar la “voz interior” y conectarse con lo esencial. En poemas como “Pantera” (de Nuevos poemas, 1907-1908), la observación de un animal enjaulado se convierte en una meditación sobre la libertad interior y la alienación.

La Pantera

Rainer María Rilke

En el Jardín de Plantas de París

Su mirada está del paso de las barras
tan cansada, que ya nada retiene.
Es como si mil barras hubiera
y detrás de las mil barras ningún mundo.

La marcha suave de pasos flexibles y fuertes,
girando en el más pequeño círculo,
es como una danza de fuerza en torno a un centro,
en que se yergue una gran voluntad narcotizada.

Sólo a veces, se abre en silencio el velo
de la pupila. - E ingresa entonces una imagen:
recorre la tensa quietud de sus miembros
y en el corazón su existencia acaba.

Influido por Rodin, Rilke desarrolló una poética de la “cosa” (Dinggedicht), donde los objetos cotidianos se convierten en portadores de significado profundo. En Nuevos poemas, Rilke practica una observación minuciosa, casi escultórica, que transforma lo material en un reflejo de lo espiritual. Por ejemplo, en “El arco” o “Las rosas”, los objetos no son meros símbolos, sino entidades con una presencia autónoma que el poeta debe captar.

Las rosas

Rainer María Rilke

Si tu frescura a veces nos sorprende tanto
dichosa rosa,
es que en ti misma, por dentro,
pétalo contra pétalo, descansas.

Conjunto bien despierto cuyo centro
duerme, mientras se tocan, innumerables,
las ternuras de ese corazón silencioso
que suben hasta la extrema boca.

Esta atención al mundo material culmina en Las elegías de Duino, donde Rilke propone que el poeta debe “transformar” lo visible en invisible, es decir, internalizar la experiencia del mundo para preservarla en el arte. En la novena elegía, escribe: “Alabar, eso es. / Un hombre destinado a alabar / salió como el mineral de la roca silenciosa”.

La muerte es un tema omnipresente en la obra de Rilke, pero no como un final, sino como una dimensión de la vida. En Las elegías de Duino, la muerte es una compañera constante que da profundidad a la existencia. Rilke distingue entre la “pequeña muerte” (la disolución cotidiana del yo) y la “gran muerte” (la culminación de una vida plenamente vivida). En Los sonetos a Orfeo (1922), la muerte se entrelaza con la música y la poesía, como en el soneto I, 3, donde Orfeo, el poeta mítico, trasciende la mortalidad a través del canto.

Sonetos a Orfeo
Soneto I

Rainer María Rilke

Y se elevó un árbol. ¡Oh pura elevación!
¡Oh canto de Orfeo! ¡Oh gran árbol frondoso en la oreja!
Y todo calla. Sin embargo, en el vasto silencio
hay un nuevo principio, una señal y un cambio.

Animales de quietud salen de la clara
y liberada selva de guaridas y de nidos;
y entonces revelan que no por astucia
ni por angustia se han callado,

sino para escuchar. Rugidos, gritos, bramidos
parecían pequeños a sus corazones. Y ahí donde apenas
había una choza para acoger el canto,

un humilde refugio nacido del más obscuro anhelo,
con una entrada de temblorosos quiciales,
ahí creaste tú un templo en el oído.

El estilo de Rilke es caracterizado por su precisión, musicalidad y riqueza simbólica. Su lenguaje evoluciona desde el lirismo romántico de sus primeras obras hacia una densidad filosófica en sus textos tardíos. Algunos rasgos destacados incluyen: Musicalidad: Rilke utiliza ritmos y aliteraciones para crear una experiencia sensorial. En Los sonetos a Orfeo, el verso fluye como una melodía, reflejando la influencia de la música en su poética. Imágenes sensoriales: Sus poemas están llenos de imágenes táctiles, visuales y auditivas que convierten lo abstracto en concreto. Por ejemplo, en “La pantera”, la descripción del movimiento del animal es casi cinematográfica. Simbolismo y ambigüedad: Rilke evita significados unívocos, dejando espacio para la interpretación. Los ángeles de Las elegías de Duino o el mito de Orfeo son símbolos abiertos que invitan a múltiples lecturas. Y evolución formal: Mientras que El libro de las horas sigue formas tradicionales, Nuevos poemas experimenta con estructuras más libres, y Las elegías de Duino combina verso libre con una cadencia casi bíblica.

La poética de Rilke puede dividirse en varias etapas: Juventud romántica (1895-1903): En obras como El libro de las horas, Rilke muestra una sensibilidad mística y romántica, influida por el simbolismo y la poesía checa. Su tono es introspectivo y devocional. Período de transición (1903-1910): Bajo la influencia de Rodin y París, Rilke desarrolla una poética más objetiva en Nuevos poemas. Su novela Los cuadernos de Malte Laurids Brigge marca un punto de inflexión, explorando la modernidad y la crisis existencial. Y madurez existencial (1912-1922): Las elegías de Duino y Los sonetos a Orfeo, escritos en un período de intensa creatividad, representan el culmen de su poética. Aquí, Rilke aborda cuestiones universales como la muerte, el arte y la trascendencia con una profundidad filosófica única.

La poética de Rilke ha influido en poetas, filósofos y artistas de todo el mundo. Su capacidad para combinar lo lírico con lo existencial lo convierte en un precursor de movimientos como el existencialismo y la poesía moderna. Autores como W.H. Auden, Paul Celan y Octavio Paz reconocieron su impacto. Además, su exploración de la interioridad y la espiritualidad resuena en disciplinas como la psicología y la teología.

En el contexto de la literatura alemana, Rilke se sitúa junto a Hölderlin y Goethe como un poeta que trasciende su tiempo. Su énfasis en la transformación del mundo a través del arte sigue siendo relevante en un mundo marcado por la incertidumbre.

En conclusión, la poética de Rainer Maria Rilke es un viaje hacia lo esencial, un intento de capturar la intersección entre lo humano y lo divino, lo material y lo espiritual. A través de su observación minuciosa, su lenguaje musical y su profundidad filosófica, Rilke transforma la experiencia cotidiana en una meditación sobre la existencia. Su obra no solo refleja las tensiones de su época, sino que ofrece una guía para enfrentar las preguntas eternas sobre el sentido de la vida, la muerte y el arte. Como él mismo escribe en Las elegías de Duino, el poeta debe “alabar” el mundo, preservando su belleza y su misterio en el acto creativo.

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