Autorretratos.

El autorretrato es otra herramienta literaria que permite a los poetas explorar y expresar su propia identidad de manera íntima y subjetiva. A través de sus versos, los autores pueden revelar sus pensamientos, emociones y experiencias personales, por lo que podríamos afirmar que un poema autorretrato es una composición poética en la que el autor se describe a sí mismo transmitiendo no solo su identidad, sino también sus sueños, miedos o anhelos de una manera profundamente personal. Lo bueno que tiene este tipo de poemas es que nos permite mirarnos desde diferentes perspectivas, descubrir nuestras luces y sombras, al mismo tiempo que enfrentarnos a nuestros propios demonios internos.

Las características que definen a los poemas autorretratos se pueden reducir a tres principalmente: la intimidad, la autenticidad y la autoexploración. La primera aporta una carga importante de subjetivismo a la obra creada ya que el autor se sumerge en su propio mundo interior y comparte con el mundo sus pensamientos más profundos. La segunda característica aparece cuando el poeta es sincero, auténtico y honesto al momento de describir su identidad y experiencias. Y la tercera se fundamenta en el mismo hecho de explorar aspectos personales, como la historia, las relaciones y las emociones.

Veamos dos ejemplos importantes de sendos poetas mundialmente reconocidos:

Poema XX
Pablo Neruda


Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

Escribir, por ejemplo: «La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos.»

El viento de la noche gira en el cielo y canta.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.

Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.

Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.

Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
Mi alma no se contenta con haberla perdido.

Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.

Como habréis observado, Neruda nos abre una puerta hacia su intimidad y muestra su yo más profundo por medio de un sentimiento de dolor por la pérdida de la amada, claro que podréis pensar que este ejemplo no es un autorretrato al uso como el ejemplo que nos aporta Antonio Machado:

Retrato
Antonio Machado


Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.

Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
-ya conocéis mi torpe aliño indumentario-,
más recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.

Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.

Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.

Converso con el hombre que siempre va conmigo
-quien habla solo espera hablar a Dios un día-;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.

Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.

Sin embargo, para poder identificar la personalidad de un poeta, tan válido es uno como el otro porque ambos hablan de los sentimientos y de la forma de reconocerse de sus autores, quienes se dejan en evidencia ante las demás personas describiendo, con justicia y sinceridad, cómo se ven a sí mismos, pues esconder los propios defectos y maquillar la propia imagen no es un autorretrato, sino simplemente una descripción fantástica que se aleja de la realidad.

El autorretrato en la poesía tiene bastante importancia porque nos permite conectar con otras personas al compartir nuestras vivencias y emociones, al mismo tiempo que el poeta puede cuestionar y reafirmar su identidad, explorando lo que le hace único y auténtico.

Seguidamente cerraremos con otros cuatro ejemplos de diferentes estilos y hechuras:

AUTORRETRATO DE ADOLESCENCIA
PABLO DE ROKHA


Entre serpientes verdes y verbenas,
mi condición de león domesticado
tiene un rumor lacustre de colmenas
y un ladrido de océano quemado.

Ceñido de fantasmas y cadenas,
soy religión podrida y rey tronchado,
o un castillo feudal cuyas almenas
alzan tu nombre como un pan dorado.

Torres de sangre en campos de batalla,
olor a sol heroico y a metralla,
a espada de nación despavorida.

Se escuchan en mi ser lleno de muertos
y heridos, de cenizas y desiertos,
en donde un gran poeta se suicida.
AUTORRETRATO
SERAFÍN Y JOAQUÍN ÁLVAREZ QUINTERO



Fuimos… entre espigas y olivares:
el uno esperó al otro en la lactancia,
y en el primer pinito de la infancia
ya escribimos comedias y cantares

Después… libros, y novias y billares
¡memorias que ilumina la distancia!
luego… una juventud cuya fragancia
envenenan agobios y pesares.

Fuimos… cuanto hay que ser: covachuelistas,
estudiantes, “diablillos”, editores,
críticos, “pintamonos”, retratistas…

Y hoy, como ayer, sencillos escritores
que siguen, a la luz de sus conquistas,
sembrando sueños por que nazcan flores.
AUTORRETRATO 
SERGIO ANDRADE

me sentaré sin moverme
en la completa oscuridad del día
al amparo de mis imperfecciones
enclaustrado en la disimulación
que me otorgue una trinchera cómica
ilusoria
de tan rebuscadamente pergeñada
levitando
después de mil meditaciones de gurú
con la persistencia del pájaro carpintero
que dibujara su propio tótem en un sauce
les diré a las manzanas
que abandonen por un segundo sólo
sus aspiraciones de elegías
sus platones de elipses
ni cósmicas ni keplerianas
sencillamente hogareñas
que dejen de lado ya
de plano
su naturaleza muerta
sus inercias guturales
y me canten al oído coplas
para sobrellevar mi infierno
me acompañen
sean ahora ellas
las que
por fin
me nombren
AUTORRETRATO 
ANTONIO CRUZANS

Quisiera, como el sol, tener mi propia luz,
alumbrar con mis rayos la tiniebla más espesa,
calentar con mi fuego la soledad y su inquietud,
dar la esperanza de que un mañana amanezca.

Quisiera, como el viento, peinar los trigales,
mover las hojas en alegre danza,
portar en mis hombros las aves,
hacer girar las aspas de la esperanza.

Quisiera, como las nubes, volar sobre el mundo,
ver desde arriba todos sus colores,
dejar caer mi vida en forma de llanto
sobre las cabezas de todos los hombres.

Quisiera, como la lluvia, caer sobre los árboles,
resbalar por su tronco y filtrarme en la tierra,
borrar el exterior al caer en los cristales
obligando a retirar a unos ojos que esperan.

Quisiera, como el mar, mecer en mi oleaje
la barca de mi vida, peregrina sin rumbo,
posarla suavemente en la arena, al final del viaje,
y acariciarla con la espuma sin descanso alguno.

Quisiera, como la tierra, sentir la vida pisándome,
notar como la hierba crece hacia afuera,
ver como las raíces penetran desgarrándome,
creerme algo importante y que a la vez lo fuera.
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