Mucho se discutió el anonimato de este libro. Lo que yo discutía en mi interior mientras tanto, era si debía o no sacarlo de su origen íntimo: revelar su progenitura era desnudar la intimidad de su nacimiento. Y no me parecía que tal acción fuera leal a los arrebatos de amor y furia, al clima desconsolado y ardiente del destierro que le dio nacimiento.
Por otra parte pienso que todos los libros debieran ser anónimos. Pero entre quitar a todos los míos mi nombre o entregarlo al más misterioso, cedí, por fin, aunque sin muchas ganas.
¿Que por qué guardó su misterio por tanto tiempo? Por nada y por todo, por lo de aquí y lo de más allá, por alegrías impropias, por sufrimientos ajenos. Cuando Paolo Ricci, compañero luminoso, lo imprimió por primera vez en Nápoles en 1952 pensamos que aquellos escasos ejemplares que él cuidó y preparó con excelencia, desaparecerían sin dejar huellas en las arenas del sur.
No ha sido así. Y la vida que reclamó su estallido secreto hoy me lo impone como presencia del inconmovible amor.
Entrego, pues, este libro sin explicarlo más, como si fuera mío y no lo fuera: basta con que pudiera andar solo por el mundo y crecer por su cuenta. Ahora que lo reconozco espero que su sangre furiosa me reconocerá también.
Pablo Neruda
Isla Negra, noviembre de 1963
Este fue el reconocimiento que Pablo Neruda, el poeta chileno universal y Premio Nobel en 1971, cuyo nombre real era el de Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, hacía de su obra “Los versos del Capitán” en su edición chilena de 1963, poemario escrito durante su exilio en Italia y editado por primera vez en ese país europeo en 1952.
El libro comienza con una carta prólogo firmada en La Habana por una tal Rosario de la Cerda el 3 de octubre de 1951:
Habana, 3 de octubre de 1951
Estimado señor:
Me permito enviarle estos papeles que creo le interesarán y que no he podido dar a la publicidad hasta ahora.
Tengo todos los originales de estos versos. Están escritos en los sitios más diversos, como trenes, aviones, cafés y en pequeños papelitos extraños en los que no hay casi correcciones.
En una de sus últimas cartas venía la «Carta en el camino».
Muchos de estos papeles por arrugados y cortados son casi ilegibles, pero creo que he logrado descifrarlos.
Mi persona no tiene importancia, pero soy la protagonista de este libro y eso me hace estar orgullosa y satisfecha de mi vida.
Este amor, este gran amor, nació un agosto de un año cualquiera, en mis giras que hacía como artista, por los pueblos de la frontera franco española.
Él venía de la guerra de España. No venía vencido. Era del partido de Pasionaria, estaba lleno de ilusiones y de esperanzas para su pequeño y lejano país, en Centro América. Siento no poder dar su nombre. Nunca he sabido cuál era el verdadero, si Martínez, Ramírez o Sánchez. Yo lo llamo simplemente mi Capitán y éste es el nombre que quiero conservar en este libro.
Sus versos son como él mismo: tiernos, amorosos, apasionados, y terribles en su cólera. Era fuerte y su fuerza la sentían todos los que a él se acercaban. Era un hombre privilegiado de los que nacen para grandes destinos. Yo sentía su fuerza y mi placer más grande era sentirme pequeña a su lado.
Entró a mi vida, como él lo dice en un verso, echando la puerta abajo. No golpeó la puerta con timidez de enamorado. Desde el primer instante, él se sintió dueño de mi cuerpo y de mi alma. Me hizo sentir que todo cambiaba en mi vida, esa pequeña vida mía de artista, de comodidad, de blandura, se transformó como todo lo que él tocaba.
No sabía de sentimientos pequeños, ni tampoco los aceptaba. Me dio su amor, con toda la pasión que él era capaz de sentir y yo lo amé como nunca me creí capaz de amar. Todo se transformó en mi vida. Entré a un mundo que antes nunca soñé que existía. Primero tuve miedo, hubo momentos de duda, pero el amor no me dejó vacilar mucho tiempo.
Este amor me traía todo.
La ternura dulce y sencilla cuando buscaba una flor, un juguete, una piedra de río y me la entregaba con sus ojos húmedos de una ternura infinita. Sus grandes manos eran, en este momento, de una blandura dulce y en sus ojos se asomaba entonces un alma de niño.
Pero había en mí un pasado que él no conocía y había celos y furias incontenibles. Éstas eran como tempestades furiosas que azotaban su alma y la mía, pero nunca tuvieron fuerza para destrozar la cadena que nos unía, que era nuestro amor, y de cada tempestad salíamos más unidos, más fuertes, más seguros de nosotros mismos.
En todos estos momentos, él escribía estos versos, que me hacían subir al cielo o bajar al mismo infierno, con la crudeza de sus palabras que me quemaban como brasas.
Él no podía amar de otra manera.
Estos versos son la historia de nuestro amor, grande en todas sus manifestaciones. Tenía la misma pasión que él ponía en sus combates, en sus luchas contra las injusticias. Le dolía el sufrimiento y la miseria, no sólo de su pueblo, sino de todos los pueblos, todas las luchas por combatirlas eran suyas y se entregaba entero, con toda su pasión.
Yo soy muy poco literaria y no puedo hablar del valor de estos versos, fuera del valor humano que indiscutiblemente tienen. Tal vez el Capitán nunca pensó que estos versos se publicarían, pero ahora creo que es mi deber darlos al mundo.
Saluda atentamente a usted.
Rosario de la Cerda
Pero en realidad este prólogo fue una invención del mismo Pablo Neruda ya que los poemas contenidos en el libro estaban dedicados a la mujer con la que compartía el exilio en la isla de Capri, la también chilena Matilde Urrutia, a quien conoció durante su estancia en México cuando ella fue a trabajar como su asistenta, llevándola posteriormente a distintos lugares de Europa bajo identidades diferentes: como cantante al Festival Mundial de la Juventud en Alemania, como amante de Nicolás Guillén a la Unión Soviética…, siempre evitando que su esposa, la pintora Delia del Carril, se enterase de la relación: “La única verdad es que no quise, durante mucho tiempo que esos poemas hirieran a Delia, de quien me separaba. Delia del Carril, pasajera suavísima, hilo de acero y miel que ató mis manos en los años sonoros, fue para mí durante dieciocho años una ejemplar compañera”. Hasta que en enero de 1952 se separó de Delia quien diría de su relación con Neruda: “lo más fuerte que me queda es una desilusión”.
EN TI LA TIERRA Pequeña rosa, rosa pequeña, a veces, diminuta y desnuda, parece que en una mano mía cabes, que así voy a cerrarte y llevarte a mi boca, pero de pronto mis pies tocan tus pies y mi boca tus labios, has crecido, suben tus hombros como dos colinas, tus pechos se pasean por mi pecho, mi brazo alcanza apenas a rodear la delgada línea de luna nueva que tiene tu cintura: en el amor como agua de mar te has desatado: mido apenas los ojos más extensos del cielo y me inclino a tu boca para besar la tierra.
Neruda y Matilde fueron a vivir a Capri por invitación de Erwin Cerio quien les dejó la casa que poseía en la isla y donde Pablo escribiría los versos de este poemario mientras vivía su historia de amor con la mujer que le acompañaría hasta el final de sus días y quien iba guardando los poemas en una caja de madera nacarada:
LA REINA Yo te he nombrado reina. Hay más altas que tú, más altas. Hay más puras que tú, más puras. Hay más bellas que tú, hay más bellas. Pero tú eres la reina. Cuando vas por las calles nadie te reconoce. Nadie ve tu corona de cristal, nadie mira la alfombra de oro rojo que pisas donde pasas, la alfombra que no existe. Y cuando asomas suenan todos los ríos en mi cuerpo, sacuden el cielo las campanas, y un himno llena el mundo. Sólo tú y Yo, sólo tú y yo, amor mío, lo escuchamos.
Sobre los acantilados que daban al Tirreno, Neruda se inspiraba en ella para crear uno de sus más bellos cantos al amor, tal como descubrimos en las memorias de misma Matilde “Mi vida junto a Pablo Neruda”:
“Llegamos a esta hermosa isla en la noche, todo era misterioso para nosotros, sus calles estrechas, peatonales. La llegada a la plaza nos hizo exclamar al unísono: «¡Qué belleza!» Esta plaza parecía un escenario para representar una obra con ambiente mágico. Vamos viendo todo con avidez, con asombro. Seguimos caminando, tenemos prisa, nos espera nuestra casa, por fin tenemos casa y esto, que es tan simple para todo el mundo, para nosotros es una victoria, la hemos conseguido después de tantas batallas, hemos acariciado este sueño tantos años y ahora está aquí, delante de nosotros, y su puerta se abre y una cara bondadosa y amable nos da la bienvenida en italiano.
Pablo, con toda naturalidad, me toma en brazos y entra, me deposita al lado de una mesa en la que hay un hermoso ramo de flores con una tarjeta grande que dice: «Para Matilde, homenaje de Erwin Cerio.»
En este momento mi corazón late con fuerza. El hombre más amado y más admirado por mí me hace entrar en sus brazos, soy su novia, su esposa. Tengo delante mío el homenaje del gran escritor y patriarca de Capri, Erwin Cerio. En este momento, yo me siento una pequeñita chillaneja provinciana que comienza a romper el cascarón…”
EL ALFARERO Todo tu cuerpo tiene copa o dulzura destinada a mí. Cuando subo la mano encuentro en cada sitio una paloma que me buscaba, como si te hubieran, amor, hecho de arcilla para mis propias manos de alfarero. Tus rodillas, tus senos, tu cintura faltan en mí como en el hueco de una tierra sedienta de la que desprendieron una forma, y juntos somos completos como un solo río, como una sola arena.
“…Pasamos al living y un grito sale de nuestros labios al unísono, hay una gran chimenea con un hermoso fuego que chisporrotea alegría. Junto a él, Erwin Cerio, todo vestido de blanco, alto, hermoso.
Pablo en sus memorias, hablando de esta llegada, dice de Cerio: «En la penumbra se alzaba como la imagen del taita Dios de los cuentos infantiles.» Todo esto es como un hermoso sueño, estamos allí, abrazados, mirándonos sin decir nada. Cerio, riendo, se acercó a nosotros, nos tomó las manos dándonos la bienvenida, «están en su casa», nos dijo. Era una frase convencional, pero para nosotros tenía un significado inmenso. Estábamos en nuestra casa, realizábamos un sueño tanto tiempo acariciado, lo debemos haber mirado con una gratitud inmensa, él, siempre riendo, nos abrazó y se fue.
Amelia nos mira entre sorprendida y divertida. Le damos las gracias por habernos esperado. Era la empleada de la hija de Cerio que estaba de viaje y en esos días vendría a acompañarnos. Todo había sido preparado para hacernos la vida fácil y agradable. Nosotros lo único que queríamos era estar solos, y con nuestro escaso vocabulario italiano nos costó mucho hacer entender a Amelia que yo serviría la cena, que podía retirarse. Con su cara llena de risa, nos dijo: Io me ne vado, y se fue.
Por fin solos y en nuestra casa. Nuestra primera comida en ella, nuestra primera noche en ella. Sería tonto describirla, jamás llegaría a encontrar las palabras para dar la mínima idea de lo que fue. Solamente diré de aquella y de aquella noche: ¡qué fiesta!…”
8 DE SEPTIEMBRE Hoy, este día fue una copa plena, hoy, este día fue la inmensa ola, hoy, fue toda la tierra. Hoy el mar tempestuoso nos levantó en un beso tan alto que temblamos a la luz de un relámpago y, atados, descendimos a sumergirnos sin desenlazarnos. Hoy nuestros cuerpos se hicieron extensos, crecieron hasta el límite del mundo y rodaron fundiéndose en una sola gota de cera o meteoro. Entre tú y yo se abrió una nueva puerta y alguien, sin rostro aún, allí nos esperaba.
“…Al día siguiente, dormida todavía, comienzo a oír unos pequeños golpecitos en la puerta y una voz, también suave, que me habla en italiano, a la que no entiendo nada. Hago un gran esfuerzo para despertar. Era nuestra Amelia, venía con una mese de panecitos humeantes que había hecho ella misma, y con un café que olía a gloria. Le di las gracias. ¿Qué hacer? Había que levantarse. ¿Cómo podíamos dormir cuando Capri nos esperaba? ¿Cómo sería de día? Riendo, no sé por qué, nos sentábamos a desayunar en esa mesa en que nada faltaba. La alegría desbordaba, nuestro perro correteaba por la casa, él también se sentía dichoso de tener espacio y jardín. Abrimos las ventanas, al fondo teníamos una pequeña terraza, abajo un bosque, y, muy a lo lejos, las rocas de la Marina Piccola, una playa. Íbamos de sorpresa en sorpresa, esta casa era un paraíso. Bajamos al bosque lleno de musgo, de pasto que, por suerte, nadie cuidaba y todo crecía en él con libertad.
Hacía frío, pronto subimos a abrigarnos para salir a conocer el pueblo.
Nos fuimos caminando, no había otro medio, sus calles muy estrechas tenían un encanto especial, las casas, como incrustadas en ellas; sólo veíamos unas pequeñas tapias de piedra, sin fachadas ostentosas, las grandes casas estaban más allá de esas murallas…”
TUS PIES Cuando no puedo mirar tu cara miro tus pies. Tus pies de hueso arqueado, tus pequeños pies duros. Yo sé que te sostienen, y que tu dulce peso sobre ellos se levanta. Tu cintura y tus pechos, la duplicada púrpura de tus pezones, la caja de tus ojos que recién han volado, tu ancha boca de fruta, tu cabellera roja, pequeña torre mía. Pero no amo tus pies sino porque anduvieron sobre la tierra y sobre el viento y sobre el agua, hasta que me encontraron.
“… Son nuestros primeros días en Capri, había tanto que ver, tanto que admirar. Tuvimos que aprender a vivir en una isla, todo era diferente.
Este Capri, con esta quietud de invierno, no tiene nada que ver con el Capri lleno de turistas del verano. Ahora había quietud. Comenzamos a conocer a la gente que allí vivía permanentemente, gentes sencillas, confiadas, con deseos de ayudarnos.
Nos fuimos a la plaza, la noche anterior nos había parecido un gran escenario, nos seguía pareciendo lo mismo rodeada de cafés, toda llena de sillas y mesitas; varias calles salen de sus costados irregulares. Son tan pequeñas que casi no se notan y, como lo principal que atrae la vista, una iglesia pequeña, antigua, bella; a su costado, una gran escalinata: es una calle…
…Un día, Pablo me dijo: » en unos días más, cuando la luna esté llena, quiero que nos casemos, porque va a nacer un hijo y debemos estar casados. Haremos una fiesta y nos casará la luna, hoy mandaré a hacer el anillo que usted llevará toda la vida.» En Capri había un viejo joyero que nos hizo mi anillo, donde se lee: «Capri, 3 de mayo, 1952, Su Capitán…”
TUS MANOS Cuando tus manos salen, y amor, hacia las mías, qué me traen volando? Por qué se detuvieron en mi boca, de pronto, por qué las reconozco como si entonces antes, las hubiera tocado, como si antes de ser hubieran recorrido mi frente, mi cintura? Su suavidad venía volando sobre el tiempo, sobre el mar, sobre el humo, sobre la primavera, y cuando tú pusiste tus manos en mi pecho, reconocí esas alas de paloma dorada, reconocí esa greda y ese color de trigo. Los años de mi vida yo caminé buscándolas. Subí las escaleras, crucé los arrecifes, me llevaron los trenes, las aguas me trajeron, y en la piel de las uvas me pareció tocarte. La madera de pronto me trajo tu contacto, la almendra me anunciaba tu suavidad secreta, hasta que se cerraron tus manos en mi pecho y allí como dos alas terminaron su viaje.
“…Cuando todo estuvo preparado, llegó el día elegido para nuestra ceremonia. Muy temprano brindamos con Amelia y le dimos la tarde libre, necesitábamos estar solos. Pablo tenía todo preparado para hacer la decoración de la casa, yo me fui a la cocina, le hice un pato a l’orange y muchos platitos pequeños de pescados en diversas salsas y camarones de varias maneras.
….Miré esos muros llenos de flores, de ramas, y en todas partes se leía Matilde, te amo, te amo, Matilde, con letras grandes, recortadas en papeles de todos colores. Nos abrazamos largamente. Salimos a la terraza. Una luna llena, brillante, había acudido a nuestra cita…”
TU RISA Quítame el pan si quieres, quítame el aire, pero no me quites tu risa. No me quites la rosa, la lanza que desgranas, el agua que de pronto estalla en tu alegría, la repentina ola de planta que te nace. Mi lucha es dura y vuelvo con los ojos cansados a veces de haber visto la tierra que no cambia, pero al entrar tu risa sube al cielo buscándome y abre para mí todas las puertas de la vida. Amor mío, en la hora más oscura desgrana tu risa, y si de pronto ves que mi sangre mancha las piedras de la calle, ríe, porque tu risa será para mis manos como una espada fresca. Junto al mar en otoño, tu risa debe alzar su cascada de espuma, y en primavera, amor, quiero tu risa como la flor que yo esperaba, la flor azul, la rosa de mi patria sonora. Ríete de la noche, del día, de la luna, ríete de las calles torcidas de la isla, ríete de este torpe muchacho que te quiere, pero cuando yo abro los ojos y los cierro, cuando mis pasos van, cuando vuelven mis pasos, niégame el pan, el aire, la luz, la primavera, pero tu risa nunca porque me moriría.
“…Allí, en la terraza, temblorosa de emoción, vestida con mi traje verde que daba luces, sentí que esa luz de luna no era fría, había algo alrededor nuestro, un embrujo extraño. Allí, Pablo, muy serio, sin un asomo de broma, le pidió a la luna que nos casara. Le contó que no podíamos casarnos en la tierra, pero que ella, la musa de todos los poetas enamorados, nos casaría en ese momento, y que este matrimonio lo respetaríamos como el más sagrado. Tomó mi mano y me puso el anillo. Pablo me aseguró que la gran boca de la luna en ese momento se movía. Estaba dándonos su bendición, de eso estábamos bien seguros. Ya estábamos casados, nos besamos largo, largo, y después, tomados de la mano, desfilamos por toda la casa cantando el himno nupcial de Lohengrin, el que me traía recuerdos del coro Municipal, donde había cantado para ganarme unos pesos cuando era alumna del conservatorio.”
EL INCONSTANTE Los ojos se me fueron detrás de una morena que pasó. Era de nácar negro, era de uvas moradas, y me azotó la sangre con su cola de fuego. Detrás de todas me voy. Pasó una clara rubia como una planta de oro balanceando sus dones. Y mi boca se fue como una ola descargando en su pecho relámpagos de sangre. Detrás de todas me voy. Pero a ti, sin moverme, sin verte, tú distante, van mi sangre y mis besos, morena y clara mía, alta y pequeña mía, ancha y delgada mía, mi fea, mi hermosura, hecha de todo el oro y de toda la plata, hecha de todo el trigo y de toda la tierra, hecha de toda el agua de las olas marinas, hecha para mis brazos, hecha para mis besos, hecha para mi alma.
Otro amigo de Neruda, el pintor italiano Paolo Ricci le propuso editar estos poemas y el Partido Comunista Italiano corrió con los gastos de la edición como un homenaje al “compañero exiliado” promoviendo una suscripción pública de 5.000 liras por persona, colaborando nombres tan famosos como el aristócrata y cineasta Luchino Visconti, el escritor Carlo Levi, el pintor Renato Gattuso, el poeta Salvatore Quasimodo, o los novelistas Elsa Morente y Jorge Amado…
LA NOCHE EN LA ISLA Toda la noche he dormido contigo junto al mar, en la isla. Salvaje y dulce eras entre el placer y el sueño, entre el fuego y el agua. Tal vez muy tarde nuestros sueños se unieron en lo alto o en el fondo, arriba como ramas que un mismo viento mueve, abajo como rojas raíces que se tocan. Tal vez tu sueño se separó del mío y por el mar oscuro me buscaba como antes, cuando aún no existías, cuando sin divisarse navegué por tu lado, y tus ojos buscaban lo que ahora -pan, vino, amor y cólera- te doy a manos llenas porque tú eres la copa que esperaba los dones de mi vida. He dormido contigo toda la noche mientras la oscura tierra gira con vivos y con muertos, y al despertar de pronto en medio de la sombra mi brazo rodeaba tu cintura. Ni la noche, ni el sueño pudieron separarnos. He dormido contigo y al despertar tu boca salida de tu sueño me dio el sabor de tierra, de agua marina, de algas, del fondo de tu vida, y recibí tu beso mojado por la aurora como si me llegara del mar que nos rodea.
El 8 de julio de 1952 aparece la primera edición, con una tirada de tan solo 44 ejemplares, con ilustraciones del propio Ricci, quien dibujó la cabeza de una medusa para la portada y con una autoría anónima ya que se le quiso dar un cierto aire de clandestinidad…
EL VIENTO EN LA ISLA El viento es un caballo: óyelo cómo corre por el mar, por el cielo. Quiere llevarme: escucha cómo recorre el mundo para llevarme lejos. Escóndeme en tus brazos por esta noche sola, mientras la lluvia rompe contra el mar y la tierra su boca innumerable. Escucha cómo el viento me llama galopando para llevarme lejos. Con tu frente en mi frente, con tu boca en mi boca, atados nuestros cuerpos al amor que nos quema, deja que el viento pase sin que pueda llevarme. Deja que el viento corra coronado de espuma, que me llame y me busque galopando en la sombra, mientras yo, sumergido bajo tus grandes ojos, por esta noche sola descansaré, amormío.
Tendrían que pasar diez años para que el propio poeta reconociera su autoría pues, como él mismo dijo: “… revelar su progenitura era desnudar la intimidad de su nacimiento.”, “Y no me parecía que tal acción fuera leal a los arrebatos de amor y furia, al clima desconsolado y ardiente del destierro que le vio nacer.”
LA INFINITA ¿Ves estas manos? Han medido la tierra, han separado los minerales y los cereales, han hecho la paz y la guerra, han derribado las distancias de todos los mares y ríos, y sin embargo cuando te recorren a ti, pequeña, grano de trigo, alondra, no alcanzan a abarcarle, se cansan alcanzando las palomas gemelas que reposan o vuelan en tu pecho, recorren las distancias de tus piernas, se enrollan en la luz de tu cintura. Para mí eres tesoro más cargado de inmensidad que el mar y sus racimos y eres blanca y azul y extensa como la tierra en la vendimia. En ese territorio, de tus pies a tu frente, andando, andando, andando, me pasaré la vida.
La estructura del libro se desarrolla a partir del canto de bodas titulado “Epitalamio” que es la culminación de las cinco etapas previas de noviazgo: “El amor” (de la cual son todos los poemas presentados en este trabajo), “El deseo”, “Las furias”, “Las vidas” y “Oda y germinaciones”, concluyendo todo el poemario el poema “La carta en el camino” como cierre y contrapunto a todo el proceso.
BELLA Bella, como en la piedra fresca del manantial, el agua abre un ancho relámpago de espuma, así es la sonrisa en tu rostro, bella. Bella, de finas manos y delgados pies como un caballito de plata, andando, flor del mundo, así te veo, bella. Bella, con un nido de cobre enmarañado en tu cabeza, un nido color de miel sombría donde mi corazón arde y reposa, bella. Bella, no te caben los ojos en la cara, no te caben los ojos en la tierra. Hay países, hay ríos, en tus ojos, mi patria está en tus ojos, yo camino por ellos, ellos dan luz al mundo por donde yo camino, bella. Bella, tus senos son como dos panes hechos de tierra cereal y luna de oro, bella. Bella, tu cintura la hizo mi brazo como un río cuando pasó mil años por tu dulce cuerpo, bella. Bella, no hay nada como tus caderas, tal vez la tierra tiene en algún sitio oculto la curva y el aroma de tu cuerpo, tal vez en algún sitio, bella. Bella, mi bella, tu voz, tu piel, tus uñas, bella, mi bella, tu ser, tu luz, tu sombra, bella, todo eso es mío, bella, todo eso es mío, mía, cuando andas o reposas, cuando cantas o duermes, cuando sufres o sueñas, siempre, cuando estás cerca o lejos, siempre, eres mía, mi bella, siempre.
Para concluir nada mejor que las palabras de Mario Benedetti sobre esta obra escritas como prólogo al libro el año 2003:
“La poesía de Neruda es, antes que nada, palabra. Pocas obras se han escrito, o se escribirán, en nuestra lengua, con un lujo verbal tan asombroso como las dos primeras Residencias o como algunos pasajes del Canto general. Nadie como Neruda para lograr un insólito centelleo poético mediante el simple acoplamiento de sustantivos y un adjetivo que antes jamás habían sido aproximados. Por supuesto que en la obra de Neruda hay también sensibilidad, actitudes, compromiso, emoción, pero (aún cuando el poeta no siempre lo quiera así) todo parece estar al noble servicio de su verbo. La sensibilidad humana, por amplia que sea, pasa en su poesía casi inadvertida ante la más angosta sensibilidad del lenguaje; las actitudes y compromisos políticos, por detonantes que parezcan, ceden en importancia ante la actitud y compromiso artísticos que el poeta asume frente a cada palabra y cada uno de sus encuentros y desencuentros. Y así con la emoción y con el resto. A esta altura no sé qué es más creador en los divulgadísimos Veinte poemas de amor y una canción desesperada : si las distintas estancias de amor que le sirven de contexto, o la formidable capacidad para hallar un original lenguaje destinado a cantar ese amor…”
LA RAMA ROBADA En la noche entraremos a robar una rama florida. Pasaremos el muro, en las tinieblas del jardín ajeno, dos sombras en la sombra. Aún no se fue el invierno, y el manzano aparece convertido de pronto en cascada de estrellas olorosas. En la noche entraremos hasta su tembloroso firmamento, y tus pequeñas manos y las mías robarán las estrellas. Y sigilosamente, a nuestra casa, en la noche y en la sombra, entrará con tus pasos el silencioso paso del perfume y con pies estrellados el cuerpo claro de la primavera.
“… Así y todo, de los varios libros sobre temas de amor, escritos y publicados por Neruda entre 1924 y 1959, Los versos del Capitán es seguramente el más espontáneo, el más diáfano, y asimismo el más vinculado a la naturaleza, el que mejor funde sus palabras con las raíces de la tierra : «te vi salir mirándome, / desde las torturadas ,/ y sedientas raíces». También es posible que esa asunción tan directa y conmovedora del tema del amor, se deba en parte al anonimato que rodea la primera aparición del libro. Como nunca antes ni tampoco después, el poeta se siente libre y para nada restringido por el prejuicio ante lo melancólico ni temeroso de caer en la cursilería : «Bella, / tus senos son como dos panes hechos ,/ de tierra cereal y luna de oro»…
EL HIJO Ay hijo, sabes, sabes de dónde vienes? De un lago con gaviotas blancas y hambrientas. Junto al agua de invierno ella y yo levantamos una fogata roja gastándonos los labios de besarnos el alma, echando al fuego todo, quemándonos la vida. Así llegaste al mundo. Pero ella para verme y para verte un día atravesó los mares y yo para abrazar su pequeña cintura toda la tierra anduve, con guerras y montañas, con arenas y espinas. Así llegaste al mundo. De tantos sitios vienes, del agua y de la tierra, del fuego y de la nieve, de tan lejos caminas hacia nosotros dos, desde el amor terrible que nos ha encadenado, que queremos saber cómo eres, qué nos dices, porque tú sabes más del mundo que te dimos. Como una gran tormenta sacudimos nosotros el árbol de la vida hasta las más ocultas fibras de las raíces y apareces ahora cantando en el follaje, en la más alta rama que contigo alcanzamos.
“… Por algo estos poemas de amor no traen consigo «una canción desesperada». Más bien entonan una alegría de vivir : «Y somos juntos la mayor riqueza / que jamás se reunió sobre la tierra». No obstante, esa exaltación verbal no esconde una vanidad hueca ni apila las cenizas de lo fácil. Hay una sencillez que no es adorno ni artificio : «no solo el fuego entre nosotros arde, / sino toda la vida, / la simple historia, /el simple amor / de una mujer y un hombre / parecidos a todos».
En los Veinte poemas de amor el protagonista era sobre todo la metáfora: el amor estaba al servicio de la imagen. En Los versos del Capitán, en cambio, la imagen está al servicio del amor. En los Veinte poemas los rostros y cuerpos de mujeres desfilan como seductores espejismos, como hermosas visiones, como facsímiles de la realidad. En Los versos del Capitán, en cambio la realidad es una: sobria, sencilla, conmovedora. El rostro y el cuerpo son de una sola mujer y el enamoramiento también es de alma a alma. Cuando el anonimato pierde al fin su razón de ser, el personaje adquiere su luminoso y verdadero nombre : Matilde Urrutia…”
LA TIERRA La tierra verde se ha entregado a todo lo amarillo, oro, cosechas, terrones, hojas, grano, pero cuando el otoño se levanta con su estandarte extenso eres tú la que veo, es para mí tu cabellera la que reparte las espigas. Veo los monumentos de antigua piedra rota, pero si toco la cicatriz de piedra tu cuerpo me responde, mis dedos reconocen de pronto, estremecidos, tu caliente dulzura. Entre los héroes paso recién condecorados por la tierra y la pólvora y detrás de ellos, muda, con tus pequeños pasos, eres o no eres? Ayer cuando sacaron de raíz, para verlo, el viejo árbol enano te vi salir mirándome desde las torturadas y sedientas raíces. Y cuando viene el sueño a extenderme y llevarme a mi propio silencio hay un gran viento blanco que derriba mi sueño y caen de él las hojas, caen como cuchillos sobre mí desangrándome. Y cada herida tiene la forma de tu boca.
“…¿Quién es esa musa inspiradora, tercera mujer del poeta? El mismo Pablo la define : «Mi mujer es provinciana como yo. Nació en una ciudad del Sur, Chillán, famosa en lo feliz por su cerámica campesina y en la desdicha por sus terribles terremotos». Y en otra confesión, expresa y comprime su cándida, entrañable reseña : «Eres del pobre Sur, de donde viene mi alma : en su cielo tu madre sigue lavando ropa / con mi madre. Por eso te escogí, compañera».
Como se ve, son varios y decisivos los factores (literarios, biográficos, eróticos) que hacen de esa obra única uno de los textos amorosos que ayer, hoy y mañana, suelen emerger de las bibliotecas para reconciliarnos con el mundo.”
AUSENCIA Apenas te he dejado, vas en mí, cristalina o temblorosa, o inquieta, herida por mí mismo o colmada de amor, como cuando tus ojos se cierran sobre el don de la vida que sin cesar te entrego. Amor mío, nos hemos encontrado sedientos y nos hemos bebido toda el agua y la sangre, nos encontramos con hambre y nos mordimos como el fuego muerde, dejándonos heridas. Pero espérame, guárdame tu dulzura. Yo te daré también una rosa.