

El 23 de octubre de 1938, el diario bonaerense La Nación recibió un poema de Alfonsina Storni titulado Voy a dormir, que decía así:
Dientes de flores, cofia de rocío, manos de hierbas, tú, nodriza fina, tenme puestas las sábanas terrosas y el edredón de musgos escardados. Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame. Ponme una lámpara a la cabecera, una constelación, la que te guste, todas son buenas; bájala un poquito. Déjame sola: oyes romper los brotes, te acuna un pie celeste desde arriba y un pájaro te traza unos compases para que olvides. Gracias... Ah, un encargo, si él llama nuevamente por teléfono le dices que no insista, que he salido...

Dos días después, en la mañana del 25 de octubre, Alfonsina se suicidaba en la playa de La Perla, de Mar del Plata. Tenía 46 años y estaba enferma de cáncer de mama, dejaba un hijo de 27 años y una interesante obra poética y dramática. Este poema fue su despedida…
En realidad, esta fue una muerte anunciada… Ya hacia mediados de 1935 aparecieron editados sus libros Mascarilla y trébol y una Antología poética, donde aparecían sus poemas preferidos, como una recopilación final, definitiva. Curiosamente, envió Mascarilla y trébol a un certamen poético y preguntó al Director de la Comisión General de Cultura “¿Y si uno muere, a quién le pagan el premio?” Otro hecho bastante indicativo fue cuando, en esos últimos días, quiso ir a la casa de su amiga Fifí, en Real de San Carlos, pero aquella se excusó porque tenía invitados, a lo que Alfonsina respondió: “Tenés miedo de que muera en tu casa.” Días después se encontró con la poetisa Abella Caprile a quien le confesó que su neurastenia le estaba dando verdaderos problemas y que sólo pensaba en suicidarse. El 18 de octubre viajo hasta el Mar del Plata, desde allí le escribió dos cartas a su hijo Alejandro que le hicieron a éste levantar sospechas sobre sus intenciones, en las cuales le decía que los dolores en el brazo eran insoportables… El día 20 de octubre, jueves, lo pasó escribiendo, a pesar de su malestar, al sábado siguiente, 22 de octubre, envió los correos… y el martes por la mañana, unos obreros de la Dirección de Puertos encontraron su cuerpo flotando en el agua de la playa… y un zapato olvidado sobre los hierros de la escollera.
Mucho se ha escrito sobre los dos últimos versos de su último poema:
si él llama nuevamente por teléfono le dices que no insista, que he salido...

Pero ellos han sabido guardar el secreto que encerraban y, a pesar de todas las suposiciones, sólo ella podría desvelar su significado. Esa es la magia del poeta: llevarse a la tumba algo que todo quisieran desvelar… Las palabras de un poeta son puro misterio para el resto de los humanos…
Alfonsina Storni Martignoni nació en Sala Capriasca, una localidad de los cantones de habla italiana de Suiza, un día todavía no determinado entre el 22 y el 29 de mayo de 1892. Cuatro años después, su familia emigró a Argentina para no volver jamás a Europa. Su padre, Alfonso Storni, era un hombre melancólico, extraño y bebedor, como ella dejó reflejado en su poema A mi padre:
Que por días enteros, vagabundo y huraño no volvía a la casa, y como un ermitaño se alimentaba de aves, dormía sobre el suelo y sólo cuando el Zonda, grandes masas ardientes de arena y de insectos levanta en los calientes desiertos sanjuaninos, cantaba bajo el cielo.
Este hombre se estableció en Rosario como regente de un bar donde Alfonsina trabajó de camarera durante su adolescencia.
Sin embargo, la imagen que tiene de su madre era muy diferente, pues la veía desde una perspectiva melancólica, llena de tristeza y resignación femenina:
No las grandes verdades yo te pregunto, que no las contestarías; solamente investigo si, cuando me gestaste, fue la luna testigo, por los oscuros patios en flor, paseándose. Y si, cuando en tu seno de fervores latinos yo escuchando dormía, un ronco mar sonoro te adormeció las noches, y miraste, en el oro del crepúsculo, hundirse los pájaros marinos. Porque mi alma es toda fantástica, viajera, y la envuelve una nube de locura ligera cuando la luna nueva sube al cielo azulino. Y gusta, si el mar abre sus fuertes pebeteros. Arrullada en un claro cantar de marineros mirar las grandes aves que pasan sin destino.
Su madre, Pulina Martignoni, tuvo que abrir una academia de clases particulares en Rosario para mantener a la familia a causa del alcoholismo del padre y del fracaso del restaurante que éste puso en marcha. Alfonsina no tuvo más remedio que encargarse de sus hermanos pequeños y ayudar a la economía familiar lavando platos y trabajando de costurera. En otro fragmento de un poema dice de su madre:
Dicen que silenciosas las mujeres han sido de mi casa materna… Ah, bien pudieran ser a veces, en mi madre apuntaron antojos de liberarse, pero se le subió a los ojos una honda amargura, y en la sombra lloró.

Posiblemente de esta época germinara en ella esa rebeldía feminista y ese afán de independencia que le acompañó hasta sus últimos días. Pero es que Alfonsina nació así, rebelde, inconformista, traviesa… Ya desde pequeña tenía problemas por ser bastante mentirosa y se inventaba sucesos que la metían a ella y a su familia en problemas, como incendios, robos o asesinatos imaginados. Hasta una vez invitó a sus compañeras a unas vacaciones en una finca que no existía…
Pero Alfonsina fue creciendo y madurando y su afán de libertad fue haciéndose más grande con ella. Se independizó de la familia y realizó diversos trabajos para mantenerse: fabricante de gorras, repartidora de volantes y, finalmente, actriz en un grupo de teatro, volviendo al final de esta aventura junto a su madre, quien había contraído matrimonio por segunda vez. Posteriormente viajo a Corondas, una ciudad de la provincia de Santa Fe, donde acabó sus estudios como maestra rural, pagándose la estancia con su trabajo de celadora del centro, tenía entonces 17 años… Y en 1911 se trasladó a Buenos Aires, donde tuvo su hijo, de padre desconocido, y donde comenzó su carrera como escritora. Pero el camino no fue fácil y primero tuvo que trabajar como secretaria de publicidad en una empresa importadora de aceite de oliva, donde ella se sentía verdaderamente desdichada:
«[...] estoy encerrada en una oficina; me acuna una canción de teclas; las mamparas de madera se levantan como diques más allá de mi cabeza; barras de hielo refrigeran el aire a mis espaldas; el sol pasa por el techo, pero no puedo verlo; bocanadas de asfalto caliente entran por los vanos y la campanilla del tranvía llama distante. Clavada en mi sillón, al lado de un horrible aparato para imprimir discos, dictando órdenes y correspondencia a la mecanógrafa, escribo mi primer libro de versos, un pésimo libro de versos. ¡Dios te libre, amigo mío, de La inquietud del rosal! Pero lo escribí para no morir».
Cuando publica su primer libro, La inquietud del rosal, tenía 24 años y fue ésta una colección de poemas en los que dejaba entrever su condición de mujer joven repleta de deseos y la situación que vivía como madre soltera, aunque jamás tuvo ningún complejo por ello. Este primer libro tuvo muy poco éxito pues la crítica lo acusó de inmoral, costándole incluso el puesto de trabajo, sin embargo, le sirvió para entrar en los círculos literarios y conocer a poetas tan importantes como el nicaragüense Rubén Darío y al uruguayo José Enrique Rodó, comenzando a colaborar en la revista literaria Caras y Caretas. En 1918 publicó su poemario Dulce daño, del cual podemos leer el poema Nocturno:
Es muy dulce el silencio de esta hora; hay algo en el jardín que tiembla y llora. Oh, ven, que entre tus manos haré almohada, para apoyar mi testa desolada. Te esperaré en nuestro banco y por gustarte vestiré de blanco. No esperes, al llegar, que yo me mueva de la glorieta que nos finge cueva. Me lo suele impedir el corazón que a tus pasos se pone en desazón. Mi corazón está tan castigado que como un vaso morirá trizado. Si algún día entre tus brazos se me aquieta, tú, que tienes instinto de poeta, Ponme sobre las sienes muchas rosas con tus mano delgadas y nerviosas. Las sentiré caer como un suspiro desde el silencio azul de mi retiro. ¿No sabes que la muerte es la dulzura jamás gustada en nuestra vida impura? ¡Oh, si fuera el allá silencio eterno ni sol de enero, ni quietud de invierno! Estoy cansada de escuchar sonidos; me molestan y me ofenden tantos ruidos.. El cerebro me pesa como un cuervo clavado adentro por destino acerbo. y tengo tal deseo de dormir... Oh, qué hermoso, qué hermoso no sentir. ¡Oh, dejarse llevar sin voluntad como una estrella por la inmensidad! No saber de uno mismo; ser el ave; llevar las alas sin buscar la clave. No esperes que se aquiete el corazón; mátalo tú en un rapto de pasión. Esta noche, mi bien, y no mañana. ¡Es tan dulce esta hora vesperiana! Aquí, entre flores pálidas y mustias que se mueren también por mis angustias. No tardes esta noche, amado mío... el cielo se ha nublado; tengo frío... No tardes esta noche que estoy sola . . y tiemblo... tiemblo... soy una corola. Esto es amor, esto es amor: yo siento en todo átomo vivo un pensamiento. y soy una y soy mil; todas las vidas ¡pasan por mí; me muerden sus heridas. y no puedo ya más; en cada gota de mi sangre hay un grito y una nota. y me doblo, me doblo bajo el peso de un beso enorme, de un enorme beso.
En esta época, Alfonsina se introdujo en los mundillos socialistas y colaboró activamente en la ayuda de los niños europeos de los países invadidos por Alemania en la Primera Guerra Mundial, lo que le supuso el reconocimiento de la embajada Belga en Argentina. En 1920 ganó su primer premio literario con Languidez, lo que le llevó hasta Montevideo donde escribió el poema Un cementerio que mira al mar:
Decid, oh muertos, ¿quién os puso un día así acostados junto al mar sonoro? ¿Comprendía quien fuera que los muertos se hastían ya del canto de las aves y nos han puesto muy cerca de las olas porque sintáis del mar azul, el ronco bramido que apavora? Os estáis junto al mar que no se calla muy quietecitos, con el muerto oído oyendo cómo crece la marea, y aquel mar que se mueve a nuestro lado, es la promesa no cumplida, de una Resurrección. El viento, en primavera, suavemente, desde la barca que allá lejos pasa, os trae risas de mujeres ... Tibio un beso viene con la risa, filtra la piedra fría, y se acurruca, sabio, en vuestra boca y os consuela un poco. Pero en noches tremendas, cuando aúlla el viento sobre el mar y allá a lo lejos los hombres vivos que navegan tiemblan sobre los cascos débiles, y el cielo se vuelca sobre el mar en aluviones, vosotros, los eternos contenidos, no podéis más, y con esfuerzo enorme levantáis las cabezas de la tierra. Y en un lenguaje que ninguno entiende gritáis: Venid, olas del mar, rodando, venid de golpe y envolvednos como nos envolvieron, de pasión movidos, brazos amantes. Estrujadnos, olas, movednos de este lecho donde estamos horizontales, viendo cómo pasan los mundos por el cielo, noche a noche. Entrad por nuestros ojos consumidos, buscad la lengua, la que habló, y movedla, ¡echadnos fuera del sepulcro a golpes! Y acaso el mar escuche, innumerable, vuestro llamado, monte por la playa, ¡y os cubra al fin terriblemente hinchado! Entonces, como obreros que comprenden, se detendrán las olas y leyendo las lápidas inscriptas, poco a poco las moverán a suaves golpes, hasta que las desplacen, lentas, y os liberten. ¡Oh, qué hondo grito el que daréis, qué enorme grito de muerto, cuando el mar nos coja entre sus brazos, y os arroje al seno del grande abismo que se mueve siempre! Brazos cansados de guardar la misma horizontal postura; tibias largas, calaveras sonrientes: elegantes fémures corvos, confundidos todos, danzarán bajo el rayo de la luna la milagrosa danza de las aguas. Y algunas desprendidas cabelleras. Rubias acaso, como el sol que baje curioso a veros, islas delicadas formarán sobre el mar y acaso atraigan a los pequeños pájaros viajeros.
Por aquella época comenzó su relación con el escritor Horacio Quiroga, no muy bien vista por la madre de éste dada la reputación que tenía Alfonsina, pero que duró hasta 1927, cuando él conoció a la que sería su segunda esposa, María Elena Bravo. No se sabe a ciencia cierta cuál fue el grado de esta relación, pero la poetisa le dedicó un sentido poema tras el suicidio de éste donde se presagia su propia muerte:
Morir como tú, Horacio, en tus cabales, y así como en tus cuentos, no está mal; un rayo a tiempo y se acabó la feria... Allá dirán. Más pudre el miedo, Horacio, que la muerte que a las espaldas va. Bebiste bien, que luego sonreías... Allá dirán.

En 1927 estrena su primera obra de teatro, El amo del mundo, que fue un rotundo fracaso y no aguantó más de tres días en cartel. En los años treinta realiza dos viajes a Europa con su amiga Blanca de la Vega, intentando olvidarse de sus problemas mentales. Al regreso del último de sus viajes se descubre un tumor en el pecho, del cual le operan con éxito y es curada parcialmente, pero a partir de ese momento su ya débil equilibrio psicológico se deterioró más y vivió sus últimos años atemorizada por la idea de la muerte. Se retrae y apenas sale a la calle, hasta el día de su triste final.
Alfonsina es una voz que defiende la libertad artística e individual, sobre todo de la mujer. Activista contra lo supremo masculino, busca el amor y lo vive plenamente, pero reivindicando su feminidad y luchando por la igualdad entre sexos, como en el poema Tú me quieres alba, donde ataca la hipocresía de la virginidad femenina y no la masculina:
Tú me quieres alba, me quieres de espumas, me quieres de nácar. Que sea azucena sobre todas, casta. De perfume tenue. Corola cerrada ni un rayo de luna filtrado me haya. Ni una margarita se diga mi hermana. Tú me quieres nívea, Tú me quieres blanca, Tú me quieres alba. Tú que hubiste todas las copas a mano, de frutos y mieles los labios morados. Tú que en el banquete cubierto de pámpanos dejaste las carnes festejando a Baco. Tú que en los jardines negros del Engaño vestido de rojo corriste al Estrago. Tú que el esqueleto conservas intacto no sé todavía por cuáles milagros, me pretendes blanca (Dios te lo perdone), me pretendes casta (Dios te lo perdone), ¡me pretendes alba! Huye hacia los bosques, vete a la montaña; límpiate la boca; vive en las cabañas; toca con las manos la tierra mojada; alimenta el cuerpo con raíz amarga; bebe de las rocas; duerme sobre escarcha; renueva tejidos con salitre y agua; habla con los pájaros y lévate al alba. Y cuando las carnes te sean tornadas, y cuando hayas puesto en ellas el alma que por las alcobas se quedó enredada, entonces, buen hombre, preténdeme blanca, preténdeme nívea, preténdeme casta.
Poema este que ha bebido en las fuentes inspiradoras de Sor Juana Inés de la Cruz con su Hombres necios. Este mismo tema podemos encontrar en Hombre pequeñito:
Hombre pequeñito, hombre pequeñito, suelta a tu canario que quiere volar. Yo soy tu canario, hombre pequeñito, déjame saltar. Estuve en tu jaula, hombre pequeñito, hombre pequeñito que jaula me das. Digo pequeñito porque no me entiendes ni me entenderás. Tampoco te entiendo, pero mientras tanto ábreme la jaula, que quiero escapar; hombre pequeñito, te amé media hora, no me pidas más.
Sus versos están carentes de ironía, son una queja, a veces angustiada, sin esperanza, como el que lucha contra algo imposible. Un ejemplo más lo tenemos en La que comprende:
Con la cabeza negra caída hacia adelante está la mujer bella, la de mediana edad, postrada de rodillas, y un Cristo agonizante desde su duro leño la mira con piedad. En los ojos la carga de una enorme tristeza, en el seno la carga del hijo por nacer, al pie del blanco Cristo que está sangrando reza: -¡Señor, el hijo mío que no nazca mujer!
Su feminismo no es radical puesto que no rechaza al hombre sino que lo quiere como su complemento, como un igual, como el compañero al que amar y con el que compartir. Lo vemos muy claro en Veinte siglos:
Para decirte, amor, que te deseo, sin los rubores falsos del instinto, estuve atada como un Prometeo, pero una tarde me salí del cinto. Son veinte siglos que movió mi mano para poder decirte sin rubores. “Que la luz edifique mis amores”. Son veinte siglos los que alzó mi mano! Pasan las flechas sobre mis cabellos, pasan las flechas, aguzados dardos... son veinte siglos de terribles fardos! Sentí su peso al libertarme de ellos. Y no creas que tenga el brazo fuerte, mi brazo tiembla debilucho y magro, pero he llegado entera hasta el milagro: estoy acompañada por la muerte.

Podríamos dividir su poesía en dos épocas, la primera, romántica, donde los temas van del amor carnal al espiritual, en la que aparece la dimensión erótica y sensual, pero con una gran carga de insatisfacción y reproche contra la imagen del varón, como hemos visto, y que culmina con el libro Poemas de amor que, curiosamente, está escrito en prosa y consiste en una serie de relatos en primera persona y con bastante rasgos autobiográficos, y donde se muestra al amor como algo inalcanzable, efímero y fugaz. De él ella misma dijo: «son frases de estado de amor escritos en pocos días ya hace algún tiempo» y consideraba esta obra «una lágrima de las tantas lágrimas de los ojos humanos».
La segunda etapa comenzaría con Mundo de siete pozos y allí la poetisa muestra un amor más abstracto y reflexivo, apareciendo incluso la ironía. Su estilo es más depurado, utilizando el verso libre y el soneto sin rima, y su contenido es más hermético, lleno de simbolismos y partes oscuras.
Se balancea, arriba, sobre el cuello, el mundo de las siete puertas: la humana cabeza... Redonda, como dos planetas: arde en su centro el núcleo primero. Ósea la corteza; sobre ella el limo dérmico sembrado del bosque espeso de la cabellera. Desde el núcleo en mareas absolutas y azules, asciende el agua de la mirada y abre las suaves puertas de los ojos como mares en la tierra. ... tan quietas esas mansas aguas de Dios que sobre ellas mariposas e insectos de oro se balancean. Y las otras dos puertas: las antenas acurrucadas en las catacumbas que inician las orejas; pozos de sonidos, caracoles de nácar donde resuena la palabra expresada y la no expresa: tubos colocados a derecha e izquierda para que el mar no calle nunca. y el ala mecánica de los mundos rumorosa sea. Y la montaña alzada sobre la línea ecuatorial de la cabeza: la nariz de batientes de cera por donde comienza a callarse el color de vida; las dos puertas por donde adelanta -flores, ramas y frutas- la serpentina olorosa de la primavera. Y el cráter de la boca de bordes ardidos y paredes calcinadas y resecas; el cráter que arroja el azufre de las palabras violentas, el humo denso que viene del corazón y su tormenta; la puerta en corales labrada suntuosos por donde engulle, la bestia, y el ángel canta y sonríe y el volcán humano desconcierta. Se balancea, arriba, sobre el cuello, el mundo de los siete pozos: la humana cabeza. Y se abren praderas rosadas en sus valles de seda: las mejillas musgosas, Y riela sobre la comba de la frente, desierto blanco, la luz lejana de una muerta...
Aparece el miedo en sus escritos, desde un estado de vejez espiritual incipiente, y asoma el tema de la muerte, como ocurre en Versos otoñales:
Al mirar mis mejillas, que ayer estaban rojas, he sentido el otoño; sus achaques de viejo me han llenado de miedo; me ha contado el espejo que nieva en mis cabellos mientras caen las hojas. !Que curioso destino! Me ha golpeado a las puertas en plena primavera para brindarme nieve y mis manos se hielan bajo la presión leve de cien rosas azules sobre sus dedos muertas. Ya me siento invadida totalmente de hielo; castañean mis dientes mientras el sol, afuera, pone manchas de oro, tal como en primavera, y ríe en la ensondada profundidad del cielo. Y lloro lentamente, con un dolor maldito, con un dolor que pesa sobre mis fibras todas, !Oh, la pálida muerte que me ofrece sus bodas y el borroso misterio cargado de infinito! !Pero yo me rebelo!...? Cómo esta forma humana que costó a la materia tantas transformaciones me mata, pecho adentro, todas las ilusiones y me brinda la noche casi en plena mañana?
Condicionada por el dolor y el temor a la muerte, Alfonsina vive estos últimos años sumida en una profunda crisis que culminará con su suicidio, algo que ya venía anunciando en sus postreros poemas, como podemos ver en Melancolía:
Oh muerte, Yo te amo, pero te adoro, vida... Cuando vaya en mi caja para siempre dormida, haz que por vez postrera penetre mis pupilas el sol de primavera. Déjame algún momento bajo el calor del cielo, deja que el sol fecundo se estremezca en mi hielo... Era tan bueno el astro que en la aurora salía a decirme: buen día. No me asusta el descanso, hace bien el reposo, pero antes que me bese el viajero piadoso que todas las mañanas, alegre como un niño, llegaba a mis ventanas.

Sus funerales convocaron a los personajes más importantes de la política y las letras de toda Argentina y antes de cerrar el féretro, su amigo Manuel Ugarte colocó sobre sus manos un ramillete de rosas blancas… Curiosamente, en el espacio de veinte meses, además de ella, también se suicidaron sus amigos y escritores Horacio Quiroga y Leopoldo Lugones… Parece como si la búsqueda de la belleza y la comprensión de la existencia absorbiese la energía vital de aquellos que vivieron para el arte…
¡ADIÓS! Las cosas que mueren jamás resucitan, las cosas que mueren no tornan jamás. ¡Se quiebran los vasos y el vidrio que queda es polvo por siempre y por siempre será! Cuando los capullos caen de la rama dos veces seguidas no florecerán... ¡Las flores tronchadas por el viento impío se agotan por siempre, por siempre jamás! ¡Los días que fueron, los días perdidos, los días inertes ya no volverán! ¡Qué tristes las horas que se desgranaron bajo el aletazo de la soledad! ¡Qué tristes las sombras, las sombras nefastas, las sombras creadas por nuestra maldad! ¡Oh, las cosas idas, las cosas marchitas, las cosas celestes que así se nos van! ¡Corazón... silencia!... ¡Cúbrete de llagas!... -de llagas infectas- ¡cúbrete de mal!... ¡Que todo el que llegue se muera al tocarte, corazón maldito que inquietas mi afán! ¡Adiós para siempre mis dulzuras todas! ¡Adiós mi alegría llena de bondad! ¡Oh, las cosas muertas, las cosas marchitas, las cosas celestes que no vuelven más! ...