Charles Baudelaire

El creador de Las flores del mal no necesita mucha presentación, aunque puede que no todo el mundo sepa de su vida turbulenta y de su mente torturada. Nacido el 9 de abril de 1821 en París, fue mundialmente conocido como uno de los poetas precursores del simbolismo, aunque en el mundillo nocturno parisino su fama de dandi bohemio sería superior a la de sus versos. Tras la muerte de su padre, cuando él solo contaba seis años de edad, su madre se volvió a casar con un general del ejército francés, con el que Charles nunca se llevó demasiado bien a causa de su fuerte autoridad y su recia disciplina, virtudes ambas con las que Baudelaire estuvo siempre reñido. Despedido del instituto por indisciplinado al año de su ingreso, concluyó, sin embargo, el bachillerato tres años después. Pero lo que más le agradaba al joven Charles era frecuentar los establecimientos del Barrio Latino, algo que exasperaba a su familia y a causa de lo cual decidieron embarcarlo en un transatlántico con destino a la India, aunque no llegó nunca pues desembarcaría a mitad de camino, exactamente en la isla Mauricio impresionado por su colorido y exotismo, lo que le inspiraría para crear poemas como Perfume exótico o El albatros. De vuelta a París, conoció a Jeanne Duval, una hermosa joven artista y bailarina mestiza, natural de Haiti, de la que se enamoró perdidamente, convirtiéndola en su amante y manteniendo una larga relación con ella llena de escándalos y no exenta de problemas; a esta mujer dedicaría varios poemas, entre ellos El cabello y Las joyas. No tardó en regresar a sus costumbres disolutas amenazando con dilapidar la herencia de su padre, así que su familia decidió ponerla bajo tutela judicial, no quedándole otro remedio que buscar un trabajo que, en esta ocasión, fue de periodista y crítico de arte. A los veintiséis años leyó por primera vez a Edgar Alan Poe con quien se sintió muy identificado al compartir una misma concepción del arte y una similar enfermiza atracción por el mal, ello le llevó a traducir parte de la obra del autor estadounidense al francés. En 1857 Baudelaire publicaría Las flores del mal, su obra más importante y en la que ya llevaba bastante tiempo trabajando. La aparición de este poemario suscitó reacciones enfrentadas e, incluso, fue condenada “por insultar la moral pública y las buenas costumbres”, costándole una elevada multa a su editor. Cuatro años después, tras suprimir seis poemas, pudo reeditarla, aunque su primera edición no sería rehabilitada por el Tribunal de Casación, hasta mayo de 1949, ochenta y dos años después de su muerte. Cargado de deudas, no le quedó más remedio que aceptar una serie de conferencias que le obligaban a viajar por Europa, siendo su primer destino Bélgica, donde estuvo dos años hasta que comenzó a tener graves problemas de salud como consecuencia de la sífilis, el alcohol y las drogas, por lo que regresó a París donde murió un mes más tarde, justo el 31 de agosto de 1867. Lo curioso es que siendo un artista muy poco reconocido durante su existencia y más bien criticado y vilipendiado, algo que le producía una profunda tristeza, y siendo una persona con una conducta moral totalmente opuesta a los cánones de su tiempo, una vez muerto llegase a ser calificado como “el más importante de los poetas” por Paul Velary, o “el primer surrealista” por André Breton o, incluso, “el Dios verdadero”, por Arthur Rimbaud, lo que demuestra que, en la vida, si hay justicia, suele llegar tarde.

Leamos un poema de Charles Baudelaire, el titulado: Himno a la belleza:

¿Vienes del cielo profundo o surges del abismo,
Oh, Belleza? Tu mirada infernal y divina,
Vuelca confusamente el beneficio y el crimen,
Y se puede, por eso, compararte con el vino.

Tú contienes en tu mirada el ocaso y la aurora;
Tú esparces perfumes como una tarde tempestuosa;
Tus besos son un filtro y tu boca un ánfora
Que tornan al héroe flojo y al niño valiente.

¿Surges tú del abismo negro o desciendes de los astros?
El Destino encantado sigue tus faldas como un perro;
Tú siembras al azar la alegría y los desastres,
Y gobiernas todo y no respondes de nada,

Tú marchas sobre muertos, Belleza, de los que te burlas;
De tus joyas el Horror no es lo menos encantador,
Y la Muerte, entre tus más caros dijes,
Sobre tu vientre orgulloso danza amorosamente.

El efímero deslumbrado marcha hacia ti, candela,
Crepita, arde y dice: ¡Bendigamos esta antorcha!
El enamorado, jadeante, inclinado sobre su bella
Tiene el aspecto de un moribundo acariciando su tumba.

Que procedas del cielo o del infierno, qué importa,
¡Oh, Belleza! ¡monstruo enorme, horroroso, ingenuo!
Si tu mirada, tu sonrisa, tu pie me abren la puerta
De un infinito que amo y jamás he conocido?

De Satán o de Dios ¿qué importa? Ángel o Sirena,
¿Qué importa si, tornas -hada con ojos de terciopelo,
Ritmo, perfume, fulgor ¡oh, mi única reina!-
El universo menos horrible y los instantes menos pesados?

Un artículo de Antonio Cruzans

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