No puedo
firmar palabras
que escribo
a través
de ti.
Con Rosario me une el tiempo, como siempre, pretérito. Por ello, cuando coincidimos entre dos puntos del minutero, nos brotan aquellas evocaciones desvaídas que todo aromatizan con algo parecido al azahar de aquella juventud que todavía conservamos, como secreto tesoro, en nuestros pequeños cofres de esperanza extenuada. Pero también nos conecta nuestra voluntad de hortelanos, ese afán de esparcir semillas en los áridos campos de la sintaxis, confiando en ver crecer una pequeña planta que posteriormente regaremos, abonaremos, podaremos y protegeremos a la espera de ver sus frutos. Frutos de los que ella ya ha aportado cuatro luminosas novelas: Volver a Canfranc (2015), La huella de una carta (2017), Desaparecida en Siboney (2019) y El cielo sobre Canfranc (2022); un buen número de relatos y algunos ensayos. Sin embargo, en esta ocasión, no nos ofrece nada de ello, sino una hermosa muestra de su faceta como jardinera y, más concretamente, en el campo de las pequeñas flores de solo tres pétalos, lo haikus, una bella y rara especie que nos llegó de Japón y en la que Rosario ha conseguido una brillante maestría. En concreto, esta muestra se basará en dos títulos: Finlandia (2004), un delicioso librito en el que encontraremos una emotiva declaración de amor, no solo en su introducción, sino en cada uno de sus poemas, y una selección de Puerto Libertad (2014), donde realiza un amplio recorrido por sus experiencias vitales. Confío en que el aroma de estas pequeñas flores llegue a seducirles como así lo harían su propia voz y su propia mirada.
Finlandia
Rosario Raro López
Gracias por volver inacabable la luna llena, por cambiarme de género y de número, por convertir en presente cualquier tiempo mejor. Gracias por la paciencia, por invitarme a tus tentaciones y por leer el mundo a mi lado. Gracias por las lámparas que iluminan las buenas costumbres, por ser mi preceptor, por tus carcajadas, por sentarme en tus rodillas, por los ojos y los rizos negros, por los jardines nazaríes, por sobrevivir indemne, por la banda sonora, por no mentir, por reconquistar reinos transparentes, por adivinarme, por guarecerme de la lluvia, por tejer tapices en la espera, por tu voz dorada, por llenarme los versos, por los indicios en la intermitencia, por la valentía, por el Campari y los licores silvestres, por los trazados minerales y vegetales, y por la certeza del deseo.
Gracias por desbordarme la imaginación y bordarme las ansias, por quererme, por los relatos ferroviarios, por volverme natural y próxima la magia y la mitología, por bailar conmigo. Gracias por el mar en calma, por el café, por la elegancia, por difuminar distancias, por tu amistad, por practicar el embrujo, por raptar la buena estrella, por esclavizar a la fortuna, por tener el sabor de la lúcuma.
Gracias por despertarme y no solo cuando estoy dormida, por la fantasía compartida, por reescribirme y disculparme, por no ser cursi, por mostrarme la inmensa dimensión de tu ausencia y borrarla en cualquier momento en que te digo ven aunque ya estés a mi lado.
Es medianoche.
Llueve sobre las calles.
Todo se borra.
Mi origen nada
ahora entre los lirios
con tu aquiescencia.
Instauras claves
para alterar lecturas
muy cotidianas.
Los alambiques
que destilan esencias
nunca se secan.
Irradian luz
las plantas a través
de nuestras vidas.
Ocultas puentes
y vuelves imborrables
todas las frases.
Son como sábanas
las palabras que cubren
la piel del alma.
A nuestro paso
se abren manantiales
y otros prodigios.
Este temblor
esencial que es amarte
en movimiento.
Zarpan los días,
se deslizan veloces
aproximándose.
Siento en presente
sólo cuando tú estás
se tensa el tiempo.
Oculta ahora
la dársena donde antes
nos disfrazábamos.
Renacimiento
en el arte que erige
los paraísos.
Ojos que guardan
singladuras trazadas
en mares secos.
Tu soledad
siempre desaparece
dentro del bosque.
En los helechos,
el centro es de cristal
si no estás tú.
Quiero vivir
en los sueños concéntricos
con que me ofrendas.
Un magnetismo
de piedras luminosas
en cada playa.
Imagen doble
que estampa en tierra firme
sus siluetas.
Es el amor
sin medida ni escalas
el que nos mide.
Rezo en tu nombre
para pedirle dádivas
al dios del tiempo.
Ojos de océano
que guardan la memoria
de los ahogados.
Poemas clásicos
con el mismo fulgor
de las abejas.
A las ventanas
emergentes se asoman
nuestros paisajes.
Razón suprema:
No soñarás en vano.
Primer principio.
Ahora el pasado
se guarda en un museo
de iris opacos.
Sé el conjuro
para sobrevivir
a este invierno.
Importa más
cómo se traza el juego
que cada naipe.
En la extensión
de una vida se aloja
lo intemporal.
Me habitarás
contra el destino escrito
por este nombre.
Persistiremos
en recobrar tesoros
de cada abismo.
Rasgar confines
como velas tendidas
contra los vientos.
El corazón
del mar dibuja un puerto
lleno de abrazos.
Puerto Libertad
Rosario Raro López
El camaleón
se vuelve transparente
frente al espejo.
Búscame sobre
la hamaca, y por debajo
de tus párpados.
La agenda en blanco
tiene ya registrado
lo irrealizable.
Nosotros somos
jokers sobre la mesa
color magenta.
Cesó el baile.
Ya no giran los discos.
Sólo se leen.
Heterodoxia
en los puntos de fuga
sin academia.
Esta locura
que me impide volverme
loca del todo.
Es como un día
de verano especial
que dura siempre.
De los paisajes
no conozco ninguno
como la gente.
Es la amistad
la que escribe la vida
siempre en mayúsculas.
Lo literario
es siempre la sospecha
de cualquier verdad.
La inteligencia
que se aloja en el cuerpo
se llama instinto.
El virrey llora
en la capilla sueña
que te casaste.
No hay noches últimas
porque el mundo se crea
cuando lo eclipsas.
Escribo para
robarle a la muerte
la última frase.