Joaquín Romero Murube (Los Palacios y Villafranca, 1904 – Sevilla, 1969) es una figura singular dentro del panorama literario español del siglo XX, especialmente por su vinculación con la Generación del 27 y su capacidad para entrelazar el localismo sevillano con una sensibilidad universalista. Su poética, profundamente enraizada en la tradición andaluza, se caracteriza por una evocación lírica de la memoria, un diálogo constante con Sevilla como epicentro vital y literario, y una exploración de formas que combinan modernismo, vanguardismo y clasicismo.
Nacido en una familia acomodada, Romero Murube creció en un entorno rural que marcó su sensibilidad hacia la naturaleza y la memoria de la infancia, temas recurrentes en su obra. Su traslado a Sevilla en la adolescencia, donde estudió con los jesuitas y cursó Derecho en la Universidad, lo sumergió en un ambiente cultural vibrante. Su admiración por la revista Bética (1913-1917) y su participación en el Ateneo de Sevilla lo conectaron con las corrientes literarias de la época, incluyendo a figuras como Luis Cernuda, Pedro Salinas y Federico García Lorca, quienes influyeron en su formación poética.
Como redactor jefe de la revista Mediodía (1926-1929), Romero Murube se posicionó como un puente entre el localismo sevillano y las vanguardias poéticas. Aunque no formó parte oficialmente de la Generación del 27, su participación en el homenaje a Góngora de 1927 en el Ateneo de Sevilla lo situó en el núcleo de este movimiento, donde convivían la poesía pura, el neopopularismo y el clasicismo renovado. Esta dualidad entre tradición y modernidad es un pilar fundamental de su poética.
La poética de Romero Murube se articula en torno a la memoria, entendida como un espacio de evocación y resistencia frente al paso del tiempo. En obras como Pueblo lejano (1954), el autor recrea su infancia en Los Palacios y Villafranca, transformando el paisaje rural en un “paraíso perdido” lleno de maravillas y melancolía. Esta obra, calificada por el crítico Melchor Fernández Almagro como una “novela del recuerdo”, utiliza fragmentos poéticos para capturar la luz, el aire y las voces de un mundo tradicional que se desvanece.
En su poesía, la memoria se manifiesta a través de una nostalgia sevillana que recuerda a Bécquer, pero con un enfoque más sensorial y vital. En Kasida del olvido (1945), Romero Murube reescribe la lírica arabigoandaluza, evocando un pasado mítico que dialoga con el presente.
Sevilla no es solo un escenario en la obra de Romero Murube, sino un personaje vivo que encarna la esencia de Andalucía. Como director-conservador de los Reales Alcázares desde 1934 hasta su muerte, el poeta encontró en este espacio un marco de inspiración y un lugar de encuentro con intelectuales. En Sevilla en los labios (1938), su prosa poética captura los rincones, tradiciones y emociones de la ciudad, desde la Semana Santa hasta los jardines del Alcázar, con una sensibilidad que trasciende la mera descripción. Como señala el blog Libros de Ayer y Hoy, Romero Murube narra “apoyándose en las sensaciones que percibía en sus vivencias y paseos”, logrando una prosa elegante que rivaliza con la de Juan Ramón Jiménez o Luis Cernuda.
En su poesía, Sevilla se convierte en un símbolo de eternidad y trascendencia. En Memoriales y divagaciones (1950), el autor define la vida sevillana como una conjunción de “luz y horizonte”, donde “ángeles, musas y duendes” conviven en un Edén recobrado. Esta visión mítica de Sevilla no es exclusivamente localista; Romero Murube la proyecta como un espacio universal, capaz de dialogar con autores como Proust o Baudelaire, según interpreta el profesor Álvaro Cueli.
La versatilidad formal es otra característica distintiva de la poética de Romero Murube. Su obra abarca poesía, prosa poética, ensayo, narrativa y periodismo, géneros que se enriquecen mutuamente. En Prosarios (1924), su primer libro, combina poemas en prosa modernistas con apuntes costumbristas, mostrando la influencia de Eugenio D’Ors y Gabriel Miró. En Sombra apasionada (1929), dedicado a Miró, alterna verso, prosa y aforismos, integrando creacionismo, surrealismo y neopopularismo.
En la posguerra, su poesía evoluciona hacia un clasicismo formal, como se observa en Canción del amante andaluz (1941) y Kasida del olvido (1945), donde adopta estructuras como la qasida y el zéjel, inspiradas en la lírica arabigoandaluza y las recreaciones de Emilio García Gómez. Su prosa, por otro lado, se vuelve más evocativa y lírica en obras como Los cielos que perdimos (1964), que para algunos críticos supera en encanto a su verso.
Como periodista, Romero Murube destacó por su estilo elegante y su capacidad para despertar la conciencia ciudadana. Sus artículos en ABC de Sevilla, que le valieron un premio póstumo en su honor, combinan ironía, claridad y una prosa poética que mantiene abiertos los debates. Esta faceta periodística refuerza su compromiso con Sevilla, defendiendo su patrimonio frente al desarrollismo.
La poética de Romero Murube está profundamente influida por sus contemporáneos de la Generación del 27, aunque su voz permanece singular. La impronta de Federico García Lorca es evidente en su neopopularismo y en su homenaje póstumo de 1937, escrito en plena Guerra Civil, un gesto valiente que lo distingue como un poeta ético. Pedro Salinas y Jorge Guillén, sus profesores en la Universidad de Sevilla, le aportaron un rigor formal y una inclinación hacia la poesía pura. También se perciben ecos de Valle-Inclán, Ramón Gómez de la Serna y José Bergamín en su prosa intuitiva y su gusto por lo vanguardista.
Romero Murube, sin embargo, no se limitó a imitar. Su capacidad para integrar el localismo sevillano con el cosmopolitismo lo convierte en un “flâneur” andaluz, como lo describe Álvaro Cueli, capaz de pasear por Sevilla con la misma sensibilidad contemplativa que Baudelaire por París. Esta fusión de lo local y lo universal es uno de sus mayores logros poéticos.
A pesar de su importancia, Romero Murube sigue siendo un autor relativamente ignorado fuera de Andalucía. Su obra, sin embargo, permanece vigente por su capacidad para capturar la esencia de un lugar y un tiempo a través de una sensibilidad universal. Su defensa de Sevilla frente al desarrollismo, su evocación de la infancia y su exploración de la memoria lo convierten en un precursor de la literatura de la nostalgia y la identidad.
En 2019, el documental Joaquín Romero Murube. El poeta de Sevilla, dirigido por Paco Robles, recuperó grabaciones en color y la voz del poeta recitando “Kasida de la gloria”, subrayando su relevancia. Las jornadas conmemorativas por los 120 años de su nacimiento en 2024, organizadas por el Ateneo de Sevilla, refuerzan su lugar en la Generación del 27 y su vínculo con la ciudad.
En conclusión, la poética de Joaquín Romero Murube es un canto a la memoria, a Sevilla y a la universalidad de lo andaluz. A través de una obra que combina poesía, prosa y periodismo, el autor construye un universo literario donde la luz, el horizonte y la tradición dialogan con las vanguardias y la modernidad. Influido por la Generación del 27, pero con una voz propia, Romero Murube transforma Sevilla en un mito poético que trasciende lo local para alcanzar lo eterno. Su legado, aunque menos reconocido de lo que merece, sigue iluminando la literatura española como un reflejo de la “augusta calma” de su Sevilla soñada.





