John Keats

Keats fue un poeta romántico británico del que el 23 de febrero de 2021 se cumplieron doscientos años de su muerte. Nacido en Londres el 31 de octubre de 1795, en una familia humilde, Keats llegó a ser uno de los más grandes poetas de Inglaterra. Cuando tenía nueve años, su padre murió al caer de un caballo y su madre se volvió a casar para poder alimentar a sus cinco hijos. Sin embargo, este matrimonio no duró mucho y Keats tuvo que irse a vivir con su abuela y, poco tiempo después, también falleció su madre. John tuvo que dejar la escuela y trabajar como aprendiz de cirujano y boticario en Edmonton. Su afición a la poesía le llegó con la adolescencia, escribiendo su primer poema a los dieciocho años. En 1815 comenzó a estudiar en el Guy’s Hospital de Londres, pero no abandonó la escritura, consiguiendo su primera publicación de un poema en la revista The Examiner, un soneto titulado: ¡Oh soledad! En 1817 publicó su primer libro, Poemas, sin demasiado éxito, aunque no le importó y siguió escribiendo y publicando trabajos como: el poema épico Endymion, o los más conocidos Oda a un ruiseñor e Hyperion. En 1820 Keats enfermó de tuberculosis y se fue a Italia con la esperanza de que el clima le ayudara a mejorar, pero no ocurrió así y murió en Roma el 23 de febrero de 1821. Al momento de su muerte, Keats llevaba tan solo seis años escribiendo seriamente y había editado tres libros, pero su capacidad de expresar los sentimientos y su mundo interior, su búsqueda de la belleza y la sensualidad de la vida, han conseguido que su corta obra, sus poemas y sus cartas sean muy leídas y profusamente estudiadas dentro de la literatura británica.

Oda a un ruiseñor

Me duele el corazón y un pesado letargo
Aflige a mis sentidos, como si hubiera bebido
Cicuta o apurado un opiáceo hace sólo
Un instante y me hubiera sumido en el Leteo:
Y esto no es porque tenga envidia de tu suerte,
Sino porque feliz me siento con tu dicha
Cuando, ligera dríade alada de los árboles,
En algún melodioso lugar de verdes hayas
E innumerables sombras
Brota en el estío tu canto enajenado.

2

¡Oh, si un trago de vino largo tiempo enfriado
En las profundas cuevas de la tierra
Que supiera a Flora y a la verde campiña,
Canciones provenzales, sol, danza y regocijo;
Oh, si una copa de caliente sur,
Llena de la mismísima, ruborosa Hipocrene,
Ensartadas burbujas titilando en los bordes,
Purpúrea la boca: si pudiera beber
Y abandonar el mundo inadvertido
Y junto a ti perderme por el oscuro bosque!

3

Perderme a lo lejos, deshacerme, olvidar
Que entre las hojas tú nunca has conocido
La inquietud, el cansancio y la fiebre
Aquí, donde los hombres tan sólo se lamentan
Y tiemblan de parálisis postreras, tristes canas,
Donde crecen los jóvenes como espectros y mueren,
Donde aún el pensamiento se llena de tristeza
Y de desesperanzas, donde ni la Belleza
Puede salvaguardar sus luminosos ojos
Por los que el nuevo amor perece sin mañana.

4

¡Lejos! ¡Muy lejos! He de volar hacia ti.
No me conducirán leopardos de Baco
Sino unas invisibles y poéticas alas;
Aunque torpe y confusa se retrase mi mente:
¡Ya estoy contigo! Suave es la noche
Y tal vez en su trono aparezca la luna
Circundada de mágicas estrellas.
Pero aquí no hay luz, salvo la que acompaña
Desde el cielo el soplo de la brisa cruzando
El oscuro verdor y veredas de musgo.

5

No puedo ver qué flores hay a mis pies
Ni el blando incienso suspendido en las ramas,
Pero en la embalsamada oscuridad presiento
Cada uno de los dones con los que la estación
Dota a la hierba, los árboles silvestres, la espesura:
Pastoril eglantina y blanco espino,
Violetas marcesibles recubiertas de hojas
Y el primer nuevo brote de mediados de mayo,
La rosa del almizcle rociada de vino,
Morada rumorosa de moscas en verano.

6

A oscuras escucho. Y en más de una ocasión
He amado el alivio que depara la muerte
Invocándola con ternura en versos meditados
Para que disipara en el aire mi aliento.
Ahora más que nunca morir parece dulce,
Dejar de existir sin pena a medianoche
¡Mientras se te derrama afuera el alma
En semejante éxtasis! Seguiría tu canto
Y te habría escuchado yo en vano:
A tu réquiem conviene un pedazo de tierra.

7

¡No conoces la muerte, Pájaro inmortal!
No te hollará caído generación hambrienta.
La voz que ahora escucho mientras pasa la noche
Fue oída en otros tiempos por reyes y bufones;
Tal vez fuera este mismo canto el que una senda
Encontró en el triste corazón de Ruth, cuando
Enferma de añoranza, se sumía en el llanto
Rodeada de trigos extranjeros,
La misma que otras veces ha encantado mágicas
Ventanas que se abren a peligrosos mares
En prodigiosas tierras ya olvidadas.

8

¡Olvidadas! El mismo tañer de esta palabra
Me devuelve, ya lejos de ti, a mi soledad.
¡Adiós! La Fantasía no consigue engañarnos
Tanto, duende falaz, como dice la fama.
¡Adiós! Tu lastimero himno se desvanece
Al pasar por los prados vecinos, el tranquilo
Arroyo y la colina; ahora es enterrado
En los calveros del cercano valle.
¿He soñado despierto o ha sido una visión?
Ha volado la música. ¿Estoy despierto o duermo?

Un artículo de Antonio Cruzans

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