Jean de La Fontaine

La Fontaine es mundialmente conocido por sus fábulas cuyos personajes suelen ser animales. Nacido en la provincia de Champaña, concretamente en la comuna de Château-Thierry, el 8 de julio de 1621, pasó su infancia en contacto directo con la naturaleza, pues su padre ocupaba un puesto en el gobierno como administrador de recursos forestales e hídricos, y entre aquellos exuberantes bosques y verdes campos se empapó de la esencia de un mundo natural que posteriormente daría mucho juego en sus obras. Así mismo, su espíritu onírico, su alegre vitalidad y su curiosidad por las cosas, junto con su afán de conocimiento, le condujeron a ser un voraz lector. A la edad de veinte años decidió estudiar para el sacerdocio, sin embargo, pronto abandonó esta actividad tras dieciocho meses enfrascado en recovecos teologales para dedicarse al estudio de las leyes. Con veintiséis años, su padre le transfirió su puesto oficial y le concertó una boda con una jovencita de catorce años de familia acomodada, matrimonio que resultó ser un desastre, separándose la pareja once años más tarde. Durante este período, La Fontaine vivió como un diletante, pues mientras en el trabajo se mostraba desganado y ocioso, llevándole a vender el cargo que su padre le había dejado, en la lectura  empleó gran parte de su tiempo, dedicándose tanto a autores antiguos como a modernos, especialmente los poetas François Malherbe y Vincent Voiture, François Rabelais, y los escritores latinos Horacio, Virgilio o Terencio. La Fontaine comenzó a escribir cuando ya llevaba mediados los treinta años, algo que resultaba relativamente tardío para las costumbres de su época. A lo largo de su carrera como hombre de letras siempre confió en la generosidad de sus mecenas. Su primer benefactor fue el ministro de finanzas de Luis XIV, Nicolas Fouquet, para quien escribió obras como Adonis y Le Songe de Vaux, pero cuando Fouquet cayó en desgracia, acusado de apropiarse de fondos estatales, La Fontaine lo defendió con lealtad buscando la indulgencia real, lo que le granjeó la enemistad duradera del rey y nunca recibió una pensión del gobierno, retrasándose, así mismo, su elección a la Academia Francesa. Durante este periodo oscuro pudo mantenerse gracias al apoyo de la poderosa familia Bouillon y, más tarde, por la dedicación de la duquesa viuda de Orleans. Tenía por entonces cuarenta años y no era un autor popular ni muy conocido, por lo que decidió dar un cambio y dejar de escribir obras idílicas para recurrir a géneros más populares, como cuentos y fábulas. Publicó sus primeros cuentos, al estilo de Boccaccio y Ariosto, en 1665, los cuales se convirtieron en un éxito inmediato, apareciendo sucesivas colecciones en los años siguientes, Así mismo, comenzó a publicar aquellas obras en las que se basa su fama: las Fábulas. La primera colección apareció en 1668, cuando tenía cuarenta y siete años; la segunda, diez años después; y la última colección, en 1694, un año antes de su muerte. El éxito de las Fábulas colocó a La Fontaine a la vanguardia de los escritores franceses y, en 1684, a pesar de la ya mencionada oposición del rey, finalmente fue elegido miembro de la Academia Francesa. En 1695, mientras asistía a una obra de teatro, La Fontaine enfermó y fue llevado a la casa de unos amigos, donde murió varios días después.

FÁBULA IV
LOS DOS MULOS

Dos mulos de trabajo caminaban
contentos con su respectiva carga,
la del uno, aunque grande, era de avena,
así que no le daba mucha pena,
más chica la del otro compañero
pues de los impuestos era el dinero,
así que, sabedor de tal riqueza,
soportaba muy erguida la cabeza,
y por nada del mundo consentía
que le mitigasen de la fatiga.
A cada paso sonaba el cencerro,
cuando, de pronto, del vecino cerro,
aparecieron algunos ladrones
dispuestos a llevarse los doblones.
Sobre el mulo del fisco se arrojaron
y, por defenderse, lo maltrataron.
Entonces dijo este, en tono afligido:
“¡Esto no parece lo prometido!”
Y mirando al otro: “Y tú, afortunado,
¿cómo de tal peligro te has librado
sin heridas mientras yo aquí perezco?”
“Con gran pesar, mucho te compadezco
– replicó el otro, -“camarada y amigo,
pero mira muy bien lo que te digo;
que no siempre tener un alto empleo
ventajas acarrea, y ahora veo
que si tú, como yo, servido hubieras
a un pobre campesino, no te vieras
ahora en el suelo tan mal tendido,
y tan lleno de congoja y molido.”

Un artículo de Antonio Cruzans

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