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“Yo en la vida he vivido siempre en el infierno” (Leopoldo María Panero)
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EL LOCO
He vivido entre los arrabales, pareciendo
un mono, he vivido en la alcantarilla
transportando las heces,
he vivido dos años en el Pueblo de las Moscas
y aprendido a nutrirme de lo que suelto.
Fui una culebra deslizándose
por la ruina del hombre, gritando
aforismos en pie sobre los muertos,
atravesando mares de carne desconocida
con mis logaritmos.
Y solo pude pensar que de niño me secuestraron para una alucinante batalla
y que mis padres me sedujeron para
ejecutar el sacrilegio, entre ancianos y muertos.
He enseñado a moverse a las larvas
sobre los cuerpos, y a las mujeres a oír
cómo cantan los árboles al crepúsculo, y lloran.
Y los hombres manchaban mi cara con cieno, al hablar,
y decían con los ojos “fuera de la vida”, o bien “no hay nada que pueda
ser menos todavía que tu alma”, o bien “cómo te llamas”
y “qué oscuro es tu nombre”.
He vivido los blancos de la vida,
sus equivocaciones, sus olvidos, su
torpeza incesante y recuerdo su
misterio brutal, y el tentáculo
suyo acariciarme el vientre y las nalgas y los pies
frenéticos de huida.
He vivido su tentación y he vivido e pecado
del que nadie cabe nunca nos absuelva.
Leopoldo María Panero temía a la muerte, aunque pareciera que la buscara, y por eso ella llegó sigilosa mientras dormía. Tenía 65 años y de ellos vivió más de cuarenta en los psiquiátricos.
Hijo de Leopoldo Panero, considerado poeta oficial del franquismo (aunque en su juventud coqueteara con las izquierdas), y de Felicidad Blanc, escritora y actriz, nació en Madrid el 16 de junio de 1948. Era el pequeño de tres hermanos: el también poeta Juan Luis Panero y el escritor y empresario hostelero Michi Panero, con quienes terminó enfrentado y sin apenas relación.
A los dieciséis años le diagnosticaron esquizofrenia, y aunque ello le acarreara problemas de adaptación, no le privó de escribir cerca de sesenta libros de poemas (más algunos de ensayos y narrativa) en los que se percibía su espíritu funambulista al borde casi siempre del abismo. Su poesía podía ser feroz y delicada, apasionada y perversa, siempre en el límite de los sentimientos enfrentados.
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UN LOCO TOCADO DE LA MALDICIÓN DEL CIELO
Un loco tocado de la maldición del cielo
canta humillado en una esquina
sus canciones hablan de ángeles y cosas
que cuestan la vida al ojo humano
la vida se pudre a sus pies como una rosa
y ya cerca de la tumba, pasa junto a él
una princesa.
Panero expresaba desde los manicomios su confusa visión del mundo con versos que podrían catalogarse de culturalistas y cismáticos, siendo algunos de ellos recogidos por José María Castellet en su antología Nueve novísimos poetas españoles (1970). Adicto al alcohol y a ciertas drogas, su canto era más bien un grito visionario donde los ratos de lucidez se enlazaban con los de locura creando un espacio maldito como reflejan algunos de sus títulos: “Poemas del manicomio de Mondragón”, “Piedra negra o del temblor”, “Heroína y otros poemas”, “Guarida de un animal que no existe” o “Abismo”.
Pero este “malditismo romántico” que le venía desde su adolescencia no era producto exclusivo de su problema psicológico, pues las presiones familiares con respecto a su educación y su comportamiento, así como las circunstancias ajenas, tuvieron mucho que ver en su degradación. Por ello, en sus poemas podemos encontrar muchas referencias al mundo mágico que proceden de las fantasías infantiles, pues siempre tuvo, referente a su niñez, un sentimiento de pérdida y destrucción. Otras, sin embargo, le vienen de sus vivencias con las drogas, el alcoholismo y la cárcel, sin olvidar sus varios intentos de suicidio.
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EL LOCO MIRANDO DESDE LA PUERTA DEL JARDÍN
Hombre normal que por un momento
cruzas tu vida con la del esperpento
has de saber que no fue por matar al pelícano
sino por nada por lo que yazgo aquí entre otros sepulcros
y que a nada sino al azar y a ninguna voluntad sagrada
de demonio o de dios debo mi ruina.
El tema de la locura es tratado por Panero como una revelación de sus sueños que aporta, de forma inequívoca, un cierto grado de lucidez en sus tinieblas existenciales. La transgresión es su grito de protesta y, al mismo tiempo, el tronco al que aferrarse para no hundirse. Es una poesía dura porque surge del dolor, aunque no es difícil encontrar en ella algún atisbo de humor. A medida que su vida iba cayendo en la oscuridad, el tema de la locura alcanzaría tintes cada vez más dramáticos.
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EL LOCO AL QUE LLAMAN REY
Bufón soy y mimo al hombre en esta escalera cerrada
con peces muertos en los peldaños
y una sirena ahogada en mi mano que enseño
mudo a los viandantes pidiendo
como el poeta limosna
mano de la asfixia que acaricia tu mano
en el umbral que me une al hombre
que pasa a la distancia de un corcel
y cándido sella el pacto
sin saber que naufraga en la página virgen
en el vértice de la línea, en la nada
cruel de la rosa demacrada
donde
ni estoy yo ni está el hombre
EL NOI DEL SUCRE
Tengo un idiota dentro de mí, que llora,
que llora y que no sabe, y mira
sólo la luz, la luz que no sabe.
Tengo al niño, al niño bobo, como parado
en Dios, en un dios que no sabe
sino amar y llorar, llorar por las noches
por los niños, por los niños de falo
dulce, y suave de tocar, como la noche.
Tengo a un idiota de pie sobre una plaza
mirando y dejándose mirar, dejándose
violar por el alud de las miradas de otros, y
llorando, llorando frágilmente por la luz.
Tengo a un niño solo entre muchos, as
a beaten dog beneath the hail, bajo la lluvia, bajo
el terror de la lluvia que llora, y llora,
hoy por todos, mientras
el sol se oculta para dejar matar, y viene
a la noche de todos el niño asesino
a llorar de no se sabe por qué, de no saber hacerlo
de no saber sino tan sólo ahora
por qué y cómo matar, bajo la lluvia entera,
con el rostro perdido y el cabello demente
hambrientos, llenos de sed, de ganas
de aire, de soplar globos como antes era, fue
la vida un día antes
de que allí en la alcoba de
los padres perdiéramos la luz.