Alá pola alta noite…, de Rosalía de Castro

El poema que nos ocupa, escrito por la poeta y novelista gallega Rosalía de Castro, es aquel que comienza con el siguiente verso: “Alá pola alta noite…” y que lleva el número VIII en la primera parte de “Follas novas” titulada “Vaguedás” (Vaguedades). Primero aparece la versión original y, seguidamente, la traducción de la edición bilingüe de Juan Barja para Abada Editores de 2016. “Follas novas” fue publicado de forma simultánea en La Habana y Madrid en 1880.

Alá pola alta noite, 
á luz da triste e moribunda lámpara
ou antr’a negra oscuridad medosa
o vello ve pantasmas.

Uns son árboles muchos e sin follas;
otros, fontes sin auguas:
montes qu’a neve eternamente crube,
ermos que nunca acaban.

I ó amañecer do día,
cando ca última estrella aqueles marchan,
otros veñen máis tristes e sañudos,
pois a verdade amarga
escrita trán no apagados ollos
e nasa sienes calvas.

Non digás nunca, os mozos, que perdeches
a risoña esperanza:
do que a vivir começa sempre’é amiga,
¡só enemiga mortal de quen acaba!...
Allá, en la alta noche, 
a la luz de una moribunda lámpara
o entre la negra oscuridad medrosa
el viejo ve fantasmas.

Unos, árboles mustios, deshojados;
otros, fuentes sin aguas;
montes que nieve eternamente cubre,
yermos que nunca acaban.

Luego, al abrirse el día,
cuando con las estrellas ya se marchan,
otros llegan más tristes y sañudos,
pues la verdad amarga
escrita traen en los marchitos ojos,
y en las sienes calvas.

No digáis nunca, mozos, que perdisteis
la risueña esperanza:
del que a vivir empieza es siempre amiga:
¡y enemiga mortal de quien acaba!...

Rosalía de Castro – nacida el 25 de febrero de 1837 en Santiago de Compostela, hija ilegítima de un sacerdote, José Martínez Viojo, y de una joven perteneciente a la nobleza gallega, Teresa Castro, – escribió gran parte de su obra en castellano, en especial sus novelas y el último libro de poemas, “A orillas del Sar”, sin embargo, es gracias a su producción en gallego, sobre todo por dos de sus poemarios: “Cantares Gallegos” y “Follas novas” (Hojas nuevas), que se la considera una de las mayores escritoras de Galicia y España del siglo XIX. Y así, durante mucho tiempo, se ha venido estableciendo que el punto de partida del “Rexurdimento” fue la publicación del primer libro de poemas en lengua vernácula de Rosalía de Castro. “Cantares Gallegos” (1863), aunque esta afirmación todavía tenga algunas lagunas.

Loui Jover

El “Rexurdimento Galego” (Resurgimiento gallego) tuvo lugar durante el siglo XIX, como respuesta a los “Séculos Escuros” (Siglos oscuros) anteriores en los que se consideraba al gallego una lengua residual postergada al ámbito rural, en contraposición al castellano utilizado por la burguesía urbana. A diferencia de aquellos siglos, comprendidos entre el XVI y el XVIII, en el “Rexurdimento” se produjo una reanimación de la lengua gallega como vehículo de expresión social y herramienta de manifestación literaria a causa, especialmente, de la creciente conciencia nacionalista que reivindicaba la identidad de Galicia como pueblo y cultura perfectamente definidos y autónomos. Fue este un intento de regresar al esplendor que tuvo esta lengua durante los siglos XIII y XIV, cuando los trovadores componían y cantaban sus “cantigas de amigo”, “cantigas de amor” o “cantigas de escarnio” al más puro estilo cortesano llegado de Occitania, elevando al gallego, dentro de la Península Ibérica, a la lengua propia de la lírica

En este aspecto, la obra de Rosalía no solamente representa una transición entre el romanticismo y la lírica moderna, – si consideramos sus trabajos junto con los de sus contemporáneos, así mismo gallegos, Manuel Curros Enríquez y Eduardo Pondal, a quienes podemos suponer como los tres pilares en los que se apoyó el incipiente resurgimiento de las letras gallegas, utilizando como modelos las canciones populares de su tierra y combinando las formas orales tradicionales con los versos libres y los metros revolucionarios que, posteriormente, utilizarían los poetas modernistas, – sino que los poemas de Rosalía rezuman la “saudade” (melancolía) tan representativa de su tierra. Por ello, Rosalía utiliza el paisaje bucólico, verde y sombrío de Galicia como una imagen inagotable para expresar sus sentimientos, aunque su poesía no abunda en metáforas, pero sí en imágenes de la naturaleza expresadas mediante un lenguaje casi coloquial y sin ornamentos superfluos

Portada edición original

Rosalía fue una mujer de salud frágil, aunque ello no le impidió tener siete hijos, dos de los cuales fallecieron al poco de nacer, por todo ello no es extraño comprobar una cierta tristeza subyacente en sus poemas, o su concepción fatalista de la vida, su escepticismo sobre el amor y su profundas creencias religiosas, cuyas alusiones bíblicas son frecuentes en sus versos, aunque no es el caso del que nos ocupa, sin embargo, como buena gallega, tampoco deja de lado el mundo mitológico de su tierra: “meigas”, “lurpias”, “trasgos”…, lo sobrenatural de los bosques, los ríos, la noche…

En el poema propuesto, Rosalía compara la visión de la “esperanza” que se tiene durante la juventud y la vejez. Es la senectud época de fantasmas nocturnos, eternas noches repletas de ausencias y en las que se perciben la antesala de la muerte, y en las que la luz y la oscuridad se personifican y cobran una presencia tangible: “una moribunda lámpara”“la negra oscuridad medrosa”, haciéndose más cercanas y reales:“Allá, en la alta noche, / a la luz de una moribunda lámpara / o entre la negra oscuridad medrosa / el viejo ve fantasmas”.

Fantasmas que se manifiestan en aquello que más ama ese viejo campesino apegado a la tierra de la que vive y para la que ha dado su vida, imaginando lo que más teme que les llegue a ocurrir: “árboles mustios, deshojados”, “fuentes sin aguas”, “nieve eterna”, “yermos infinitos”:  “Unos, árboles mustios, deshojados; / otros, fuentes sin aguas; / montes que nieve eternamente cubre, / yermos que nunca acaban.”

Sin embargo, cuando llega el día y aquellos fantasmas de las sombras se esconden con las estrellas, llega la realidad más cruel todavía con los “fantasmas más tristes y sañudos”. Con la luz aparece la “verdad amarga”, que descubrimos en la mirada de sus ojos y en la desnudez de sus sienes, leyéndose en esos rostros trabajados y ajados por la intemperie y el tiempo la derrota de la resignación: “Luego, al abrirse el día, / cuando con las estrellas ya se marchan, / otros llegan más tristes y sañudos, / pues la verdad amarga / escrita traen en los marchitos ojos, / y en las sienes calvas.”

Ya no hay esperanza, pues vivir es simplemente dejar pasar el tiempo y cualquier atisbo de ella es siempre doloroso. Sin embargo, para la gente joven es la “amiga risueña” en quien apoyarse para continuar y, por ello, la poeta, sabia en metas cuyo premio es simplemente haber llegado, les recrimina por afirmar que la han perdido cuando, en realidad, gracias a su juventud, la tienen ahí, a su lado, intacta y virgen: “No digáis nunca, mozos, que perdisteis / la risueña esperanza: / del que a vivir empieza es siempre amiga: / ¡y enemiga mortal de quien acaba!…”

Rosalía alternó endecasílabos y heptasílabos con rima asonante en los verso pares y libres los impares para este poema, estructurados en cuatro estrofas de cuatro, cuatro, seis y cuatro versos, lo cual le da una especial musicalidad y armonía que contrastan con el mensaje contenido.

Rosalía dijo de este poemario que tenía una “perenne melancolía” pues ella y sus versos nunca lograron huir de esta. Pero Rosalía no escribía por escribir, sino que pretendía dejar alguna pequeña luz encendida que sirviera de guía para otras personas perdidas. Y así definía sus versos en su prólogo a ”Follas novas”: “escritos en el desierto de Castilla, pensados y sentidos en las soledades de la naturaleza y de mi corazón, pobres hijos de las horas de la enfermedad y la ausencia, reflejan, quizá con demasiada sinceridad, unas veces el estado de mi espíritu; otras mi natural disposición (porque no en balde soy mujer) para sentir como propio el dolor ajeno.”

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