¿Y dónde está escondido tu tesoro, Hainuwele?, de Chantal Maillard

Un artículo de Raúl Molina.

“¿Y dónde está escondido tu tesoro, Hainuwele?”
me pregunta, burlona,
la más anciana del poblado.
Se refiere, lo sé, a lo que siempre buscan
los hombres cuando vuelven del combate.
Mi tesoro, contesto, es suave como el musgo, dulce
como leche de almendras,
tiene el frescor de los helechos
y sangra sin dolor hasta teñir de púrpura el crepúsculo
o para alimentar los cachorros de un tigre.

Mi tesoro no está escondido:
resplandece en el bosque como el oro,
mas sólo un hombre ciego
pudo hallar el camino que a él conduce.

Dice Chantal Maillard que escribe para que el agua envenenada pueda beberse. Este hacer habitable un mundo inhóspito, este crear espacios de respiración donde ya no queda aire, es la base fundamental de la propuesta poética de la escritora hispano-belga. No es nuevo, ni propio: está en la línea de Celan, de Valente o de Gamoneda, sin ir más lejos; inmersa en esa corriente que puede rastrearse en el romanticismo de Hölderlin y también en el simbolismo francés de Baudelaire, Mallarmé, Verlaine o Rimbaud, continuado en España por Antonio y Manuel Machado o Juan Ramón Jiménez. Como rasgo distintivo y particular, Maillard ha hecho suyos los preceptos del simbolismo oriental durante las diferentes estancias en Asia a lo largo de los años. Es este un detalle que enriquece especialmente su obra y que la acerca a posiciones pocas veces transitadas por las y los poetas españoles.

Reflexionemos sobre la curiosa relación entre Oriente y Occidente. El reconocido pensador palestino Edward Said publicó en 1978 un libro fundamental para los estudios culturales del siglo XX: Orientalismo. A grandes rasgos, Said defiende que los conceptos Occidente y Oriente son creaciones artificiales fundamentadas en determinados prejuicios culturales. Oriente ha sido siempre un misterio para Europa y este desconocimiento ha provocado la creación de centenares de discursos habitualmente fundados sobre invenciones adoptadas por  el imaginario colectivo occidental. La realidad nunca ha sido relevante en este lado dela frontera: “Los datos empíricos sobre oriente o sobre algunas de sus partes tienen poca importancia, lo que cuenta y es decisivo es lo que se ha llamado visión orientalista, que más bien pertenece a todos los que en Occidente han pensado sobre Oriente”. El Orientalismo es, por lo tanto, la construcción irreal y prejuiciada de Oriente creada por múltiples discursos occidentales, y esto va a ser clave para entender el poema de Maillard.

Hainuwele (‘rama de coco’) es un personaje fundamental en los mitos cosmogónicos indonesios. Nacida de una flor después de que la sangre del cazador Ameta se derramara sobre ella cuando este intenta trepar a un cocotero que él mismo había plantado, tiene la escatológica particularidad de defecar objetos valiosos. Durante el baile de nueve jornadas de Tamene Siwa, Hainuwele muestra su misteriosa habilidad entre los presentes, quienes consumidos por la envidia deciden matarla. Para ello la empujan a un hoyo excavado en la zona de baile, sobre el que continúan las celebraciones durante horas. Ameta se entera del suceso gracias a un oráculo, la desentierra y corta su cuerpo en varios pedazos que entierra en varios lugares de su pueblo. De esas partes nacen los tubérculos y los cereales, básicos en la alimentación de la zona.

Partiendo de este mito, Chantal Maillard escribe su muy elogiado Hainuwele (1990; reeditado en 2009). Ahora bien, lo transforma: en sus poemas, Hainuwele no es asesinada, sino que se ofrece en sacrificio a su amado El señor de los bosques.

La breve composición aquí propuesta pertenece a este volumen. Recorridos de principio a fin por un aura mitológico-exótica, estos versos se articulan en varios movimientos: la pregunta a Hainuwele (que se ha convertido en álter ego de la poeta) enunciada por la más anciana del poblado (vv- 1-3), un breve comentario o glosa a la pregunta (vv.4 y 5), una primera respuesta (vv. 6-10) y una continuación de esta, que también puede ser entendida como una reflexión (vv. 11-14).

Parece claro que ese “tesoro” por el que interesa a la anciana es el sexo de Hainuwele: “Se refiere, lo sé, a lo que siempre buscan / los hombres cuando vuelven del combate”. En su respuesta, Maillard introduce una primera visión tradicional y prototípica que podemos encontrar en centenares de obras literarias a lo largo de la historia y que entiende la sexualidad desde un punto de vista masculino, de forma que la mujer es comprendida como fuente de lirismo, ternura y sensibilidad: “Mi tesoro, contesto, es suave como el musgo, dulce / como leche de almendras, / tiene el frescor de los helechos”. Ahora bien, en un segundo movimiento rompe con este enfoque y enlaza el poema con la imagen de la menstruación, ligándolo indefectiblemente al pensamiento feminista. La sangre ha sido históricamente censurada, probablemente porque su visión es antinatural e implica que algo no funciona del todo bien en el cuerpo. Es por ello que el pensamiento heteropatriarcal utilizó durante siglos la menstruación para afirmar la inferioridad de la mujer y aislarla de la vida social. Valga como ejemplo una cita de la Biblia: “Cuando la mujer tuviere flujo de sangre, y su flujo fuere en su cuerpo, siete días estará apartada; y cualquiera que la tocare será inmundo hasta la noche. Todo aquello sobre lo que ella se acostare mientras estuviere separada, será inmundo; también todo aquello sobre lo que se sentare será inmundo. Sin embargo, los feminismos reclaman la menstruación” (Levítico 15:19-20). Simone de Beauvoir recoge en El segundo sexo, uno de los grandes libros fundamentales de la Segunda Ola Feminista (años 60), decenas de tabúes menstruales: estropea la carne, corta la mayonesa, marchita las flores, arruina las cosechas, provoca la ruptura de objetos frágiles, debilita al varón, etc. Así pues, oponiendo los siguientes dos versos a los tres anteriores, Maillard reclama en un movimiento feminista la menstruación en tanto hecho fisiológico propio de la mujer que no debe ser ocultado y del que no cabe sentir vergüenza: “y sangra sin dolor hasta teñir de púrpura el crepúsculo / o para alimentar los cachorros de un tigre”.

“Mi tesoro no está escondido”, sigue, “resplandece en el bosque como el oro”. No esconde una sexualidad que parece brotar con luz propia. Ahora bien, “sólo un hombre ciego / pudo hallar el camino que a él conduce”. Es decir, sólo la encontrará aquel que analiza la realidad más allá de lo puramente superfluo y, por lo tanto, puede escapar de las tradicionales palabras de la tribu para ver esta codificación otra de la sexualidad.

Sabemos que en la visión occidental de Oriente, la sensualidad sobresale por encima de todo. Sherezade en Las mil y una noches o Salambó de Flaubert son claros ejemplos. En la indagación sobre lo real que es su poesía, Maillard trasciende estos enfoques. Aunque sus ojos sean los de una europea, su experiencia vital en aquellos países está por encima de lecturas tradicionales y su visión de lo sensual no es la de quienes escriben sin conocer los referentes, sino la de quien ha ido directamente a la fuente y ha superado los prejuicios de partida. Hainuwele morirá, sí, pero no sin antes señalar las contradicciones de occidente.

PD: Hainuwele completo en voz de Chantal Maillard.

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