Voy a dormir, de Alfonsina Storni

Un artículo de Raúl Molina.

Dientes de flores, cofia de rocío,
manos de hierbas, tú, nodriza fina,
tenme prestas las sábanas terrosas
y el edredón de musgos escardados.

Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera;
una constelación; la que te guste;
todas son buenas; bájala un poquito.

Déjame sola: oyes romper los brotes…
te acuna un pie celeste desde arriba
y un pájaro te traza unos compases

para que olvides… Gracias. Ah, un encargo:
si él llama nuevamente por teléfono
le dices que no insista, que he salido…

Era primavera en Mar del Plata, lo que quiere decir podría estar lloviendo o haciendo una agradable temperatura, quién sabe, o quizás ambas cosas a la vez, lo cual tampoco es extraño. Una mujer de pelo corto camina decidida hacia la Playa de la Perla, donde un embravecido Océano Atlántico rompe con fuerza. Aquí las versiones se confunden: hay quien dice que se interna lentamente en el agua hasta que desaparece en la marea y hay quien prefiere contar que se lanza desde una escollera y su cuerpo se pierde entre las olas. Todos coinciden en algo: ha fallecido Alfonsina Storni a los 46 años de edad. Estamos en la madrugada del 25 de octubre de 1938.

Esa misma noche, Storni había enviado tres cartas: una para su hijo Alejandro, otra para su amigo Gálvez, a quien pedía que cuidara de su familia, y una última con su poema de despedida “Voy a dormir”, dirigida al diario La Nación.

Alfonsina Storni no es una poeta más en la historia de la poesía hispánica. No, para nada. Maestra de profesión durante buena parte de su vida, su obra, profundamente feminista, es de tal originalidad y calidad que consiguió dar un vuelvo a la poesía latinoamericana en una época en la que esta se salpicaba de nombres tan notables como Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Oliverio Girondo, Jorge Luis Borges, Amado Nervo o Vicente Huidobro, entre muchos otros. Su poesía, de acentos románticos, profundidad lírica y notable sencillez, es la de alguien que se cuestiona atormentadamente por el amor, por las limitaciones sociales que se imponían a las mujeres de su época y por el  miedo a la cercanía de la muerte (sobre todo después de serle detectado el cáncer en 1935). Buena parte de sus poemas se construyen desde el punto de vista de un cuerpo y una voz femenina y consiguen atraer a numerosos lectores, lo cual llegó a provocar la desconfianza de sus colegas escritores. Storni es, en definitiva, La Poeta argentina con mayúsculas del primer tercio del siglo XX: por un pensamiento adelantado a su época, por la calidad de su verso y por las innovaciones formales que introduce.

“Voy a dormir”, su poema de despedida, es un soneto en endecasílabos sin rima, lo que en época de Storni se llamó anti-soneto, composición de la que decía lo siguiente José Carlos Mariátegui en un texto profundamente vanguardista de 1928: “El anti-soneto anuncia que ya la poesía está suficientemente defendida contra el soneto: en largas pruebas de laboratorio, Martín Adán ha descubierto la vacuna preventiva. El anti-soneto es un anticuerpo. Sólo hay un peligro: el de que Martín Adán no haya acabado sino con una de las dos especies del soneto: el soneto alejandrino. El soneto clásico, toscano, auténtico es el de Petrarca, el endecasílabo. Por algo, Torres Bodet lo ha preferido en su reivindicación. El alejandrino es un metro decadente. Si nuestro amigo, ha dejado vivo aún el soneto endecasílabo, la nueva poesía debe mantenerse alerta. Hay que rematar la empresa de instalar al disparate puro en las hormas de la poesía clásica”.

Storni le da la vuelta a la forma clásica, la subvierte y pervierte en el último de sus poemas. Catorce versos. Los catorce versos más utilizados de la historia de la poesía. Pero si rima. Como acogiéndose a la tradición y a la vez dándole la espalda, de igual manera que hizo justo antes de sumergirse en el Atlántico. Storni, revolucionaria y exclusiva hasta el final, describe con serenidad e imágenes claras su aposento eterno (el aposento eterno de todos): “Dientes de flores, cofia de rocío / manos de hierbas, tú, nodriza fina / tenme prestas las sábanas terrosas / y el edredón de musgos escardados”. Se despide del mundo y se marcha, a descansar bajo las estrellas: “Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame. / Ponme una lámpara a la cabecera; / una constelación; la que te guste; / todas son buenas; bájala un poquito”. Pero antes, unas últimas pinceladas a este cuadro: “Déjame sola: oyes romper los brotes… / te acuna un pie celeste desde arriba / y un pájaro te traza unos compases”. Y entonces, para cerrar el poema y a la vez dejar para siempre abierto un círculo de suposiciones y enigmas nunca resueltos, que agrandan más si cabe su figura, un último terceto que invita a seguir pensando sobre ella, a seguir fabulando, a seguir escribiendo, a seguir creyendo en la poesía. La última voluntad de Alfonsina Storni: Gracias. Ah, un encargo: / si él llama nuevamente por teléfono / le dices que no insista, que he salido…”.

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