RIMA VII, de Gustavo Adolfo Bécquer

Un artículo de Antonio Cruzans

Del salón en el ángulo oscuro,
de su dueño tal vez olvidada,
silenciosa y cubierta de polvo
veíase el arpa.

¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas
como el pájaro duerme en la rama
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas!

¡Ay! -pensé-, ¡Cuántas veces el genio
así duerme en el fondo del alma,
y una voz, como Lázaro, espera
que le diga: “Levántate y anda”!

La “Rima VII”, del poeta español Gustavo Adolfo Bécquer, forma parte de la recopilación que de su obra fue hecha, al poco de su muerte, por algunos de sus amigos, sobre todo el pintor Casado de Alisal y los poetas Ferrán y Correa y que editaron con el nombre de “Rimas y Leyendas.” Este poema aparece en la primera parte de las “Rimas” la cual está dedicada a reflexionar sobre la poesía y la creación literaria en general.

Bécquer, nacido en 1836 y fallecido en 1870, está encuadrado dentro del grupo de los románticos tardíos, y aunque difiere del Romanticismo propiamente dicho en bastantes rasgos, comparte con aquellos vates el individualismo, la pasión exaltada, el sufrimiento por el sentimiento inalcanzable, el constante pesimismo y la pura expresión de la intimidad.

El poema está compuesto por tres estrofas polimétricas, es decir, de versos con medidas diferentes, pues sus dos primeras estrofas constan de tres versos decasílabos (de diez sílabas) y un cuarto de pie quebrado hexasílabo (de seis); sin embargo este esquema no se repite en la tercera estrofa, pues si bien sí aparecen los tres versos decasílabos, el cuarto es eneasílabo (de nueve sílabas). La rima es asonante en los versos pares y libre en los impares, poseyendo un ritmo de los denominados trocaico ya que el acento estrófico recae siempre en sílaba impar.

Esta estructura externa se corresponde con la interna al dividirse el tema también en tres partes que coinciden con las estrofas. Así, en la primera hace una descripción del objeto y su ubicación. En la segunda añora las posibilidades creativas del mismo dormidas a la espera de la mano inspiradora. Y en la tercera se lamente de la falta de iluminación artística.

El tema es, sencillamente, una reflexión íntima sobre la capacidad siempre latente de la poesía que sólo necesita de la voluntad del poeta y de la inspiración externa para hacer aflorar todo lo que ella encierra. De hecho, partiendo de la imagen del arpa, que representa al poeta, llena de polvo a causa del olvido y la dejadez, asegura que tan sólo se necesita la mano del sujeto para sacarle las mejores notas, es decir, la inspiración creadora que haga salir a la superficie todo el sentimiento encerrado.

El estilo de Bécquer, alejado de la exaltación exagerada de los románticos anteriores como Espronceda, Duque de Rivas o Zorrilla, es intimista y directo, desarrollándose, mayoritariamente, en composiciones breves, sencillas y con un ritmo cercano a las composiciones de origen popular de inspiración tanto andaluza como de los lied alemanes de Heine. Sus registros son muy variados y comparte por igual la descripción como el diálogo o el estilo directo libre, como podemos comprobar en este mismo poema donde va evolucionando desde el aspecto descriptivo a la exclamación retórica del final que, sin embargo, llega a ser el tono predominante.

Analizando más detenidamente la composición podemos observar algunos aspectos estilísticos bastante interesantes: En la primera estrofa, totalmente descriptiva y abundante, como corresponde, en sustantivos y adjetivos, solamente aparece un verbo y el sujeto ocupa el último lugar dando así  más importancia a su situación y estado que al objeto: “olvidada, silenciosa y cubierta de polvo”, magnificando el abandono en que se encuentra “el arpa”, e, incluso, con la impersonalización del verbo pronominal, “veíase”, se intenta guardar una cierta distancia con ella. Y no hay que olvidar la utilización del hipérbaton, figura consistente en la ruptura del orden lógico de las palabras, en los dos primeros versos: “del salón en el ángulo oscuro”, en vez de “en el ángulo oscuro del salón”, con lo que se magnifica la grandeza del olvido al recalcar que la habitación era grande, y “de su dueño tal vez olvidada”, en vez de “olvidada tal vez de su dueño”, recalcando que no está abandonada por cualquiera, sino por la persona que más debería ser atendida…

La segunda estrofa es toda una exclamativa haciéndose eco el poeta de la música dormida en aquel instrumento que permanece así, aletargada, esperando la inspiración, la mano de nieve… ¿de mujer?… que la despierte y le arranque las mudas notas, y compara el arpa dormida con un pájaro dormido, pues ambos esperan un amanecer: el del día o el del amor, para hacer brotar la poesía que atesoran.

La tercera estrofa comienza con un lamento y continúa con una exclamación y de nuevo aparece el verbo dormir, un verbo que contienen en sí mismo una esperanza, la del despertar, y un milagro, la resurrección de algo que parecía muerto: el poeta se ha quedado sin inspiración pues su amada lo ha abandonado y olvidado en el rincón más oscuro de su pensamiento y, por lo tanto, no puede crear su poesía como el arpa es incapaz de liberar su música.

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