
Fernando de Herrera (1534-1597), conocido como “el Divino”, fue un destacado poeta, crítico y sacerdote español del Siglo de Oro, nacido en Sevilla en 1534, en una familia humilde, por lo que no tuvo una educación universitaria formal, pero fue un autodidacta que se formó en letras, filosofía, teología y lenguas clásicas (latín, griego y hebreo). Su erudición le valió el respeto de los círculos intelectuales sevillanos. Aunque no hay certeza absoluta, se cree que fue ordenado sacerdote, pues en 1565 se le otorgó una capellanía en la iglesia de San Andrés en Sevilla, lo que le proporcionó estabilidad económica. En lo concerniente a las relaciones personales, se le atribuye un amor platónico hacia Leonor de Milán, condesa de Gelves, quien inspiró gran parte de su poesía amorosa. Este amor idealizado, típico del petrarquismo, marcó su obra lírica. Fue parte de la escuela sevillana, un grupo de poetas que buscaban elevar la poesía española mediante la influencia de modelos italianos y clásicos. Mantuvo amistad con figuras como Juan de Mal Lara y correspondencia con otros humanistas. Herrera falleció en Sevilla en 1597, dejando un legado poético que influyó en generaciones posteriores, aunque no alcanzó gran fama en vida. Herrera vivió durante el auge del imperio español bajo Carlos V y Felipe II, un periodo de esplendor cultural y político, pero también de tensiones religiosas (Contrarreforma) y conflictos bélicos (como Lepanto). Su obra refleja el ideal renacentista de armonía y belleza, combinado con el fervor patriótico y religioso de la España imperial.

Aunque es conocido principalmente por su poesía lírica, Herrera también destacó como teórico literario, defendiendo la dignidad de la poesía y la lengua española, en esta faceta destacaremos sus “Anotaciones a la poesía de Garcilaso” (1580), pues fue considerada su obra más importante en prosa, tratándose de un comentario crítico sobre los poemas de Garcilaso de la Vega, en el cual analiza la métrica, el estilo y los recursos literarios, mostrando su erudición y su interés por ennoblecer la poesía española. Propuso el uso de un lenguaje culto y la imitación de modelos clásicos e italianos. Así mismo, también se le adjudican cartas y textos históricos, como una relación sobre los sucesos de Sevilla y la peste de 1582, aunque son menos conocidos.

Pero, como ya hemos dejado claro anteriormente, su mayor aporte a la literatura fue en el género poético, donde Herrera es uno de los máximos representantes del petrarquismo en España, inspirado por Francesco Petrarca y los poetas italianos como Garcilaso de la Vega. Su poesía se caracteriza por su perfección formal, riqueza léxica y un tono elevado. Su única publicación poética en vida fue “Algunas obras” (1582), una selección de poemas amorosos, elegíacos y patrióticos. Incluye sonetos, canciones y elegías dedicadas a Leonor de Milán, donde exalta el amor idealizado y espiritual. Su estilo poético se caracteriza por su acentuado petrarquismo en la poesía amorosa con temas como el amor no correspondido, la idealización de la amada y la lucha interna del poeta; la influencia clásica con la incorporación de referencias a la mitología grecolatina y a poetas como Horacio y Virgilio, mostrando, de este modo, su formación humanística, por su marcado patriotismo y religiosidad, como deja claro en sus épicos donde refleja el fervor religioso y el orgullo por el imperio español bajo Felipe II. Todo ello desarrollado mediante un lenguaje elevado basado en el uso de un vocabulario culto, con neologismos, arcaísmos y latinismos, buscando enriquecer el castellano. Y su métrica se define por el dominio de formas como el soneto, la canción y la elegía, con un manejo virtuoso de la musicalidad y el ritmo. Su obra poética puede dividirse en tres grandes grupos: La poesía amorosa, la patriótica y la moral y religiosa. En la primera, sus versos exploran el sufrimiento amoroso, la belleza inalcanzable y la elevación espiritual. Usa un lenguaje culto, con abundantes metáforas y referencias mitológicas. En la segunda, se encuentran los poemas épicos y laudatorios, como las “Canzones” dedicadas a la batalla de Lepanto (1571) y a Felipe II, donde exalta el poderío español y la fe cristiana. Su tono es solemne y refleja el orgullo nacional. Y, para la tercera, aunque menos abundante, escribió poemas de carácter espiritual, acordes con su condición de clérigo. Tras su muerte, su obra poética fue recopilada por su amigo Francisco de Rioja en las “Poesías de Fernando de Herrera” (1619), que permitió su difusión póstuma.
Su legado e influencia posterior no es nada desdeñable, pues, aunque poco conocido en vida, su obra fue valorada en el siglo XVII por poetas como Lope de Vega y Luis de Góngora, quienes admiraron su estilo elevado. Su lenguaje culto y su preocupación por la forma anticipan el culteranismo de Góngora, aunque Herrera se mantuvo más equilibrado. Hoy se le considera un puente entre el Renacimiento y el Barroco, y un precursor de la poesía moderna por su innovación métrica y lexical. Finalmente, también contribuyó a consolidar la llamada Escuela sevillana, un grupo poético que influyó en la lírica española del Siglo de Oro.
Los sonetos de Fernando de Herrera son joyas de la lírica renacentista, marcados por su belleza formal, su intensidad emocional y su exploración del amor como experiencia trascendente. El “Soneto X” es un ejemplo perfecto de su capacidad para combinar imágenes naturales, mitología y reflexión personal en un marco técnico impecable. Su obra, aunque parcialmente perdida, sigue siendo un testimonio del poder del lenguaje poético para capturar las complejidades del alma humana:
Soneto X
Roxo sol, que con hacha luminosa
coloras el purpúreo y alto cielo,
¿hallaste tal belleza en todo el suelo,
que iguale a mi serena Luz dichosa?Aura suäve, blanda y amorosa,
que nos halaga con süave vuelo,
¿viste en el orbe tal belleza en pelo,
ni en nieve tal color de luz radiosa?Mas yo, que en vano al cielo me levanto,
pues la pura deidad de mi señora
jamás se aparta de mi ardiente pecho,siento que muero y el alma se me abrasa;
y en este dulce error vivo y no canto,
que el alma, en su divino amor deshecho.
En líneas generales, los sonetos de Herrera aluden a temas bastante recurrentes en su época, por ejemplo, el amor platónico, donde la amada es un ideal que trasciende lo físico, como en los poemas dedicados a Leonor de Millán, Condesa de Gelves, quien marcó profundamente su producción lírica, dedicándole numerosos poemas bajo nombres como Luz, Eliodora o Lucero, y la que conoció en una tertulia organizada por su marido, Álvaro de Portugal y conde de Gelves. No se tienen datos de que la relación entre ambos fuese más allá de una gran amistad, por lo que estos versos se ciñen a la moda de aquel momento del ideal neoplatónico, donde la amada es una fuente de luz y perfección, pero también de tormento. Este amor no busca consumación física, sino elevación espiritual. Luz en cuyo esplendor el alto coro
Soneto II
Luz en cuyo esplendor el alto coro
con vibrante fulgor está apurado,
de dulces rayos bello ardor sagrado,
do enriqueció Eufrosina su tesoro.Ondoso cerco que purpura el oro,
de esmeraldas y perlas esmaltado
y en sortijas lucientes encrespado,
a quien me inclino humilde, alegre adoro;cuello apuesto, serena y blanca frente,
gloria de amor, gentil semblante y mano,
que desmaya la rosa y nieve pura,es esta por quien fuerzo el mal presente
que pruebe su furor, y siempre en vano
aventajar intento mi ventura.
Otro tema bastante tratado por Herrera es el conflicto interior donde el poeta oscila entre la exaltación amorosa y el dolor por la indiferencia o ausencia de la amada.
Soneto III
Pues de este luengo mal penando muero,
sin que remedio alguno estorbe el daño,
amor me dé, en consuelo de mi engaño,
falso placer ajeno, aunque postrero;que mi dolor anime el duro acero,
y en blanda saña el tibio desengaño,
y el desdén manso, en cuya ausencia engaño
mi perdición, y en vano el bien espero;para que de mi muerte la memoria,
y en voluntad ingrata mi firmeza
haga a la edad siguiente insigne historia,que de mis esperanzas y riqueza
fincarán (¡corto premio a tanta gloria!)
deseos acabados en tristeza.
El uso de imágenes de a naturaleza o de la mitología para expresar emociones, donde elementos como el sol, el cielo o el fuego simbolizan los estados emocionales del poeta.
Soneto IX
A la derrota del duque de Sajonia por Carlos V
Do el suelo horrido el Albis frío baña
al sajón, que oprimió con muerte gente
y rebosó espumoso su corriente
en la esparcida sangre de Alemaña;al celo del excelso rey de España,
al seguro consejo y pecho ardiente,
inclina el duro orgullo de su frente,
medroso, y su pujanza, a tal hazaña.La desleal cerviz cayó, que pudo
sus ondas con semblantes sobrar fiero
y sus bosques romper con osadía,Marte vio, y dijo, y sacudió el escudo:
“¡Oh gran Emperador, gran caballero!
¡Cuánto debo a tu esfuerzo en este día!”
La reflexión existencial también aparece en algunos sonetos, en los que aborda la fugacidad de la vida o la lucha entre razón y pasión:
Soneto I
Osé y temí; mas pudo la osadía
tanto, que desprecié el temor cobarde.
Subí a do el fuego más m’ enciende y arde,
cuanto más la esperança se desvía.Gasté en error la edad florida mía;
aora veo el daño, pero tarde;
que ya mal puede ser, qu’ el seso guarde
a quien s’ entrega ciego a su porfía.Tal vez pruevo (mas, ¿qué me vale?) alçarme
del grave peso que mi cuello oprime;
aunque falta a la poca fuerça el hecho.Sigo al fin mi furor, porque mudarme
no es onra ya, ni justo, que s’ estime
tan mal de quien tan bien rindió su pecho.
Los sonetos de Herrera representan un puente entre el Renacimiento y el Barroco. Su énfasis en la forma y la intensidad emocional influyó en poetas posteriores como Góngora y Quevedo. Aunque su obra no alcanzó la difusión de otros contemporáneos en vida, su rescate por parte de críticos modernos ha consolidado su lugar como uno de los grandes líricos del Siglo de Oro.
Su innovación radica en haber llevado el petrarquismo a un nivel más personal y elaborado, con un lenguaje que busca la perfección estética sin perder profundidad emocional. Además, su labor como crítico en las Anotaciones a Garcilaso reforzó su impacto en la teoría poética española.