La vejez, por Antonio Cruzans

Un niño jugando, 
la gente pasea, 
un viejo en un banco 
toma el sol y espera…

                  Antonio Cruzans
Cecilio Pla y Gallardo (Hombre en la playa)

En esta ocasión, en lugar de una guía de lectura, quiero realizar un pequeño homenaje, sí, pequeño, porque lo que de por sí ya es grande, no necesita de más magnificencias, y este agasajo no va dedicado a una persona en particular, sino a muchas, ya que son millones las que se lo merecen, porque han llegado hasta este punto tras un largo viaje, cansadas, desgastadas, frustradas, vencidas en ocasiones… pero están ahí; porque alguna vez se vieron hermosas y ahora, a pesar de los surcos del tiempo o de las heridas de la vida o de los dolores de la ausencia o de los vientos de la nostalgia… a pesar de las enfermedades y de la falta de fuerza… están llenas de belleza; porque sin ellas nada sería, nadie sería… no son pasado, sino presente y el germen del futuro; porque lo dieron todo a pesar de saber que el final siempre es el mismo… la nada; porque existieron y existen, a pesar de nuestro olvido.

Es un pequeño homenaje que debe ser hecho con palabras libres, puras, llenas solamente con los más pulcros deseos, palabras sencillas sin dobleces ni ironías, palabras como el sudor o la brisa, como la sed y el agua, como el frío y el abrazo, como la soledad y la mano amiga, palabras que se entiendan y que lleguen y que germinen, palabras que no sean eco, sino verdad, palabras que beban en la esperanza, porque incluso al final del camino, puede hallarse lo que tanto se deseaba.

Durante la época del amor cortés, allá por la edad media, los trovadores aseguraban que la vejez no tenía nada que ver con la edad y sí mucho con la actitud de la persona, que una persona podía ser joven a pesar de sus muchos años y que otra resultar irremediablemente anciana con solo unos pocos, porque la vejez no es en exclusiva la antesala de la muerte, se puede morir a cualquier edad, y hay muchas muertes a lo largo de una sola vida y muchas formas de ir muriendo, pero en cada momento puede haber algo que dé sentido a seguir existiendo, y eso mismo parece que quiso decirnos el inolvidable José Saramago con su Poema sobre la vejez:

¿Qué cuántos años tengo? -¡Qué importa eso !
¡Tengo la edad que quiero y siento!
La edad en que puedo gritar sin miedo lo que pienso.
Hacer lo que deseo, sin miedo al fracaso o lo desconocido...
Pues tengo la experiencia de los años vividos
y la fuerza de la convicción de mis deseos.
¡Qué importa cuántos años tengo!
¡No quiero pensar en ello!
Pues unos dicen que ya soy viejo,
y otros "que estoy en el apogeo".
Pero no es la edad que tengo, ni lo que la gente dice,
sino lo que mi corazón siente y mi cerebro dicte.
Tengo los años necesarios para gritar lo que pienso,
para hacer lo que quiero, para reconocer yerros viejos,
                                               rectificar caminos y atesorar éxitos.
Ahora no tienen por qué decir: ¡Estás muy joven, no lo lograrás!...
¡Estás muy viejo, ya no podrás!...
Tengo la edad en que las cosas se miran con más calma,
pero con el interés de seguir creciendo.
Tengo los años en que los sueños,
se empiezan a acariciar con los dedos,
las ilusiones se convierten en esperanza.
Tengo los años en que el amor,
a veces es una loca llamarada,
ansiosa de consumirse en el fuego de una pasión deseada.
y otras... es un remanso de paz, como el atardecer en la playa...
¿Qué cuántos años tengo?
No necesito marcarlos con un número,
pues mis anhelos alcanzados,
mis triunfos obtenidos,
las lágrimas que por el camino derramé al ver mis ilusiones truncadas...
¡Valen mucho más que eso!
¡Qué importa si cumplo cincuenta, sesenta o más!
Pues lo que importa: ¡es la edad que siento!
Tengo los años que necesito para vivir libre y sin miedos.
Para seguir sin temor por el sendero,
pues llevo conmigo la experiencia adquirida
y la fuerza de mis anhelos
¿Qué cuántos años tengo?
¡Eso!... ¿A quién le importa?
Tengo los años necesarios para perder ya el miedo
y hacer lo que quiero y siento!!.
Qué importa cuántos años tengo.
o cuántos espero, si con los años que tengo,
¡¡aprendí a querer lo necesario y a tomar, sólo lo bueno!
Cierro como siempre, … “y a seguir pataleando…, 
porque no hay de otra!"

Pero el tiempo es un tirano inquebrantable y no hay mota de polvo que no barra del universo, por ello, la decadencia física nos va llegando con sigilosos pasos, con pequeñas señales, con inapreciables indicios, sin cuenta atrás, que se van acumulando en nuestros cuerpos hasta que un día nos sorprende descubrirlos y reconocer que ya nada es lo mismo, que lo que el espejo refleja es simplemente el presente… Pero hay cucharadas amargas que debemos tragar, no con resignación, porque aniquila, ni fatalismo, porque desespera, pero sí con aceptación de lo inevitable y buscar acomodo en nuestro nuevo estado, aunque mejor que nadie lo hacía el juglar de la Pampa, Alberto Cortez, en aquellas sus canciones que eran puro remedio para los males del alma, porque sabía levantar castillos en el aire y mantenerlos, porque sus palabras no iban al oído, sino que llegaban directas al corazón, como podéis comprobar con su poema musicado La vejez:

Me llegará lentamente 
y me hallará distraído 
probablemente dormido 
sobre un colchón de laureles. 
Se instalará en el espejo, 
inevitable y serena 
y empezará su faena 
por los primeros bosquejos.

Con unas hebras de plata 
me pintará los cabellos 
y alguna línea en el cuello 
que tapará la corbata. 
Aumentará mi codicia, 
mis mañas y mis antojos 
y me dará un par de anteojos 
para sufrir las noticias.

La vejez... 
está a la vuelta de cualquier esquina, 
allí, donde uno menos se imagina 
se nos presenta por primera vez. 

La vejez... 
es la más dura de las dictaduras, 
la grave ceremonia de clausura 
de lo que fue, la juventud alguna vez.

Con admirable destreza, 
como el mejor artesano 
le irá quitando a mis manos 
toda su antigua firmeza 
y asesorando al Galeno, 
me hará prohibir el cigarro 
porque dirán que el catarro 
viene ganando terreno.

Me inventará un par de excusas 
para amenguar la impotencia, 
´que vale más la experiencia 
que pretensiones ilusas´, 
me llegará la bufanda, 
las zapatillas de paño 
y el reuma que año tras año 
aumentará su demanda.

La vejez... 
es la antesala de lo inevitable, 
el último camino transitable 
ante la duda... ¿qué vendrá después?

La vejez
es todo el equipaje de una vida, 
dispuesto ante la puerta de salida 
por la que no se puede ya volver

A lo mejor, más que viejo 
seré un anciano honorable, 
tranquilo y lo más probable, 
gran decidor de consejos 
o a lo peor, por celosa 
me apartará de la gente 
y cortará lentamente 
mis pobres, últimas rosas.

La vejez 
está a la vuelta de cualquier esquina, 
allí donde uno menos se imagina 
se nos presenta por primera vez. 

La vejez... 
es la más dura de las dictaduras, 
la grave ceremonia de clausura 
de lo que fue la juventud alguna vez.
Picasso (El viejo pescador), 1895

Y la mejor arma para luchar contra lo imposible es el don de la alegría, esa fuente de cristal, frágil, aunque potente, que hace llamas de la oscuridad, ligero lo pesado y pone alas a lo inmóvil, como bien sabía la grácil mariposa de la poesía, Gloria Fuertes, quien del dolor sacaba flores como poemas y nos invita “A envejecer bien”:

Y ahora,
a envejecer bien
como el jerez.
Ser también útil de viejo,
ser oloroso,
ser fino,
no ser vinagre,
ser vino.
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