Éxodo, de Ángela Figuera Aymerich

Un artículo de Antonio Cruzans

El tema que tocamos en esta ocasión, tanto en la novela Las uvas de la ira, como en este poema, es el abandono, ese que se produce cuando una sombra ajena a ti te impulsa a dejarlo todo y caminar, caminar sin descanso en busca de algo indefinido, tal vez inexistente, pero caminar para dejar atrás aquello que te oprime, que te empuja, que te va degradando hasta convertirte en un despojo…

Guerra, odio, hambre, violencia, miedo… da igual pues el resultado es el mismo: si te quedas, sucumbes, si te vas, agonizas, pero queda, al menos, una brizna de esperanza: tal vez todavía exista un pecho humano que albergue un poco de bondad y valentía…

El abandono supone un final, pero también un comienzo.

Éxodo
Poema de Ángela Figuera Aymerich 

Una mujer corría.
Jadeaba y corría.
Tropezaba y corría.
Con un miedo macizo debajo de las cejas
y un niño entre los brazos.

Corría por la tierra que olía a recién muerto.
Corría por el aire con sabor a trilita.
Corría por los hombres erizados de encono.

Miraba a todos lados.
Quería detenerse.
Sentarse en un ribazo y con su hijo menudo.
Sentarse en un ribazo y amamantar en paz.

Pero no hallaba sitio.
No encontraba reposo.
No lograba la pausa sosegada y segura
que las madres precisan.
Ese viento apacible que jamás se interpone
entre el pecho y el labio.

Buscaba cerca y lejos.
Buscaba por las calles,
por los jardines y bajo los tejados,
en los atrios de las iglesias,
por los caminos desnudos y carreteras arboladas.
Buscaba un rincón sin espantos,
un lugar aseado para colocar una cuna.

Y corría y corría.
Dio la vuelta a la tierra.
Buscando.
Huyendo.
Y no encontraba sitio.
Y seguía corriendo.

Y el niño sollozaba débilmente.
Crecía débilmente
colgado de su carne fatigada.

Ángela Figuera Aymerich nació mujer y se hizo poeta. Ángela Figuera Aymerich ejerció de mujer y cultivó la poesía enfrentándose al ninguneo que ambos factores implican, y más si van emparejados, y más si le tocó en suerte ser mujer y ser poeta en una época en la que ambas entidades componían una enorme sospecha.

Pero cuando la mujer y la poesía se unifican, surge la sinceridad, y Ángela estuvo comprometida en ser abanderada de quienes perdieron la voz bajo las huellas del miedo, de quienes perdieron los horizontes tras las nubes del odio, de quienes fueron despojados de la dignidad por los roedores del tiempo.

Ella escribía para ser entendida y así despertar fuegos. No le interesaba crear perlas para cuellos insustanciales, ni ornar cabelleras con palabras huecas, ni ascender olimpos alejados de la realidad. No. Ella quería llegar, penetrar, mantener la herida abierta pues, mientras duela, mientras supure, sabes que sigues con vida, de lo contrario, o has muerto o te extingues en la esclavitud.

Nacida en Bilbao el 30 de octubre de 1902, fue una de esas pioneras españolas en acabar el Bachillerato, licenciarse en Filosofía y Letras y obtener una cátedra de Lengua y Literatura.

Su transcurrir poético se inició bajo una cierta influencia machadiana y una cierta afectación por los cotidiano y lo paisajístico, pero con la llegada de la guerra, la derrota, la persecución, los traslados, el anonimato y la opresión, aparece en ella el interés por todo lo social, el mundo femenino, la intimidad, la familia, el amor, hasta llegar al grito, a la rabia…

Al final, con el paso del tiempo, esta mujer consciente de su papel fue, sin embargo, cayendo en el olvido de una intelectualidad pomposa fabricada por y para hombres, hasta que la muerte le dio la mano en Madrid, un 2 de abril de 1984.

Ángela, cuando su hijo José Ramón nació durante un bombardeo de Madrid perpetrado por la aviación franquista, en diciembre de 1936, dijo: “Nace con salvas, como los reyes.” Aunque pronto ellos, al igual que otros muchos españoles, tuvieron que abandonarlo todo y buscarse nuevos caminos que les garantizaran la existencia.

Éxodo es un poema que trata de eso, de las miles y miles de personas de aquella guerra y de tantas otras que pululan por las veredas de lo desconocido tras el último atisbo de esperanza, esa esperanza que nunca encuentran, que ya no existe, pero que ellas no lo saben y por ello siguen su marcha hasta el infinito. En este caso es una madre con su hijo que corría y corría, sin importarle los tropiezos, pues le podía más ese miedo que tomaba cuerpo, se solidificaba y contenía en sí misma; una madre que corría por terrenos de odio, explosivos y muerte, buscando un lugar donde descansar y amamantar a su pequeño, pero no lo encontraba, a pesar de buscarlo por todas partes, y por eso siguió corriendo hasta dar la vuelta a la tierra, y siguió corriendo con el niño llorando y débil aferrado a lo único que tenía: su madre.

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