El último trato, de Rabindranath Tagore.

Un artículo de Antonio Cruzans

Una mañana iba yo por la pedregosa carretera,
cuando espada en mano, llegó el Rey en su carroza.
“¡Me vendo!”, grité. el Rey me cogió de la mano y me dijo:
“Soy poderoso, puedo comprarte.” Pero de nada le valió su poderío
y se volvió sin mí en su carroza.

Las casas estaban cerradas en el sol del mediodía
y yo vagaba por el callejón retorcido
cuando un viejo cargado con un saco de oro me salió al encuentro.
Dudó un momento, y me dijo: “Soy rico, puedo comprarte.”
Una a una ponderó sus monedas. Pero yo le volví la espalda y me fui.

Anochecía y el seto del jardín estaba todo en flor.
Una muchacha gentil apareció delante de mí, y me dijo:
“Te compro con mi sonrisa.” Pero su sonrisa palideció
y se borró en sus lágrimas. Y se volvió sola otra vez a la sombra.

El sol relucía en la arena y las olas del mar rompían caprichosamente.
Un niño estaba sentado en la playa jugando con las conchas.
Levantó la cabeza y, como si me conociera, me dijo:
“Puedo comprarte con nada.” Desde que hice este trato jugando, soy libre.

“El último trato” es un poema, compuesto por Rabindranath Tagore, en dieciséis versos blancos que transmite un poderoso mensaje contra el mundo materialista donde todo lo que parece importante es el poder, el dinero o el deseo, pensando que esas son las cosas que pueden hacernos felices, olvidándonos de que la simplicidad y la inocencia son los bienes más supremos de todos.

El poema comienza con una metáfora que claramente alude a la vida: “iba yo por la pedregosa carretera”, y estaba en plena juventud: “una mañana”, la época de buscar líderes, héroes, grandes metas donde demostrar nuestro valor, y en eso, se le aparece “el Rey”, con sus dos distintivos más emblemáticos del poder: la fuerza de las armas con las que doblegan al pueblo: “espada en mano” y el hecho de que es transportado por ese mismo pueblo: “en su carroza”, y entonces el “yo” se le ofrece: “¡Me vendo!”, pero el poder, por muy fuerte que sea, no puede poseer nada más que cuerpos, nunca almas, nunca pensamientos, nunca la razón de cada uno. Así que no le quedó más remedio que seguir su camino, acarreado por sus súbditos y sin el “yo”, pues él sabe que, además, el poder llega un momento en que se acaba y no sirve para encontrar lo que realmente busca.

En la segunda estrofa llegamos a la madurez de la vida: “en el sol del mediodía”, donde todo se vuelve complicado y el “yo” tiene que trabajar con dureza para abrirse camino: “las casas estaban cerradas (…) y yo vagaba por el callejón retorcido”. Es entonces cuando nos tientan las riquezas, representadas en este caso por: “un viejo cargado con un saco de oro”, imagen del codicioso y el avaricioso: “una a una ponderó sus monedas”, que no ha hecho otra cosa en su existencia que atesorar, pero que, llegada la vejez, le sirve de poco porque está solo ya que no puede ofrecer otra cosa que dinero a los demás, y cuando el dinero se acaba, ya no queda nada, por lo que el “yo”, viendo que eso no le sirve para lo que busca, se va.

En la vejez, “anochecía”, lo que más se anhela es el universo de los sentidos, que poco a poco se van perdiendo, por lo que la belleza se percibe con más nitidez, como algo que dentro de poco ya no podremos disfrutar: “jardín todo en flor”. Entonces el “yo” es tentado por “una muchacha gentil”, con el significado de “hermosa, agradable…”, la cual le quiere comprar con su “sonrisa”, pero el “yo” sabe que todo deseo material, una vez conseguido, se aplaca, se consume y desaparece, por lo que tampoco le sirve para lo que anda buscando.

Finalmente llegamos a un nuevo amanecer, pues “el sol relucía en la arena y las olas del mar rompían caprichosamente” (observemos el contraste entre los paisajes de la primera estrofa y ésta), donde “un niño”, la inocencia, “sentado en la playa”, en contacto directo con la tierra, con la naturaleza, “jugando con las conchas”, la sencillez, las cosas más simples, “levantó la cabeza y, como si me conociera”, ausencia de miedo, franqueza, naturalidad, “me dijo: ‘Te compro con nada.’” Y esta gran oferta, no pudo resistirse, pues el “yo” que se tenga aprecio y conserve algo de dignidad, sabe que no tiene precio, por mucho que quienes están acostumbrados a tasarlo todo digan lo contrario, y entonces, solo pueden venderse por nada, pues, de esa forma, es la única manera de conseguir su propia libertad. La lujuria, la codicia y el poder son incapaces de crear personas libres, pues siempre serán esclavos de su propia obsesión y estarán muy lejos de la verdadera felicidad.

Rabindranath Tagore nació en Calcuta el 6 de mayo de 1861. Fue educado en su propia casa hasta que, más tarde marchó para estudiar a la University College de Londres. Fue poeta, dramaturgo, novelista, narrador, filósofo y un constructor de su patria. Fundó una escuela en Shantiniketan, Bengala Oriental, que más tarde se convirtió en una universidad internacional conocida como “Rabindra Sangeet”. Es el autor del himno nacional de la India, el “Jana Gana Mana”, y recibió el Premio Nobel de Literatura en 1913, siendo el primer autor asiático en conseguirlo.

Para terminar esta guía, se me han venido a la mente estos versos de Benjamín Franklin, los cuales, creo, que encajan perfectamente con el tema que hemos tratado:

Piensa en tres cosas:
	de dónde vienes,
		a dónde vas
			y a quién debes tener en cuenta.

Felices lecturas.

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