de donde vienes tú no hay esperanza
apenas sino sombra
temblando entre las hojas
noche nueva en el agua
de cuando vienes tú no hay ya futuro
y sin embargo nada
en tus manos significa renuncia
nada derrota nada arena oscura
ni nada desencuentro
nada
sabes del frío con que mi voz te espera
Antonio Méndez Rubio, nacido en Fuente del Arco (Badajoz) en 1967 y afincado en Valencia, donde es profesor en el Departamento de Teoría de los Lenguajes y Ciencias de la Comunicación de la UV, es una de las voces poéticas más relevantes en España desde los años 90. Su poesía aúna el silencio con la falta, la indeterminación con la voluntad de fisurar lo aparente para llegar a lo oculto. Resbaladizos y complicados, sus versos, siempre en el límite de la representación, han sabido señalar direcciones vanguardistas que otras poéticas contemporáneas mayoritarias han abandonado casi por completo. No es de extrañar si tenemos en cuenta sus referentes: Hölderlin, Paul Celan, Vladimir Holan, la poesía popular, José Ángel Valente, Antonio Gamoneda o Jenaro Talens, entre muchos otros.
Profundamente consciente de que escribe en un mundo en crisis, gobernado por los mercados y por el neoliberalismo más voraz, donde la poesía ha sido expulsada del mundo de los negocios, de los negocios del mundo y del mundo como negocio, Antonio Méndez Rubio plantea una poética que desde la oscuridad a la que ha sido relegada intenta escrutar entre las iluminadas proclamas institucionales para encontrar sus fracturas y, así, señalar lo que ha sido voluntariamente invisibilizado. Y esto, desde su punto de vista, sólo puede partir de una subversión formal: la forma como política, la forma como fractura del sentido verticalmente impuesto, la forma como bisturí que rasga la carne de lo real, la agujerea, la espacia, haciendo del límite un lugar para respirar. Por ello, es habitual que en sus poemas no haya títulos ni signos de puntuación o que, como en este caso, una serie de heptasílabos y endecasílabos se rompa repentinamente con un verso de dos sílabas y uno de trece, a la vez que algunas rimas se repiten sin adquirir, al menos a priori, demasiada relevancia: Abba –aCC–a–. La estructura del poema no la potencia, más bien la camufla, primero, entre repeticiones y paralelismos sintácticos que acaban por asimilarlo rítmicamente a ciertas composiciones líricas populares y, segundo, entre aliteraciones de consonantes nasales que forman una intrincada red sonora, una atmósfera monótona, como de letanía, que multiplica la sensación de muerte, de ausencia, de pérdida.
Una voz, anclada en un mundo del que no tenemos datos, se dirige a un tú que viene de un lugar sin esperanza y de un tiempo sin futuro. Un espacio de vacíos, de sombras que tiemblan entre las hojas. Algo germina, sí, pero es oscuro: “noche nueva en el agua”. La romántica figura de la Luna reflejada sobre un lago de aguas sosegadas es sustituida por una inmensa oscuridad que va atrapando al lector sílaba tras sílaba.
Tras cinco versos, cuando todo parece abocado al abismo, se produce el renacer. El hablante acepta que caminemos sin poder evitarlo hacia el fracaso, que no haya solución y sin embargo, y sin embargo… Siempre tiene que haber un pero, ¿no? En este caso es positivo: “nada / en tus manos significa renuncia / nada derrota nada arena oscura / ni nada desencuentro”. Ahora, ya estamos en el terreno de la utopía. Frente a un mundo que no hace donaciones, que no permite que veamos más allá del presente constante que habitamos, la poesía de Antonio Méndez Rubio señala hacia el horizonte, que es el lugar que se aleja un paso por cada paso que damos, para hacernos ver que existe con la finalidad precisa de obligarnos a caminar hacia él. Es imposible y a la vez imprescindible, es inabarcable y necesario, absurdo e ineludible: utópico. Ver, desde la oscuridad de un mundo cegado, un rescoldo en la distancia y avanzar y avanzar y avanzar sobre el páramo y superar y superar y superar cada uno de los riscos y, sobre todo, dejar constancia de esa aspiración: es una buena definición de Poesía. Porque la voz, porque mí voz, porque tú voz, nuestra voz, la voz de todos, espera, aunque todo sea adverso en este lado o, mejor, aunque todo sea adverso en cualquier lado. Es la voz de la hipotermia, la voz del cáncer de laringe, la voz expulsada de un sistema egoísta, monstruoso, la voz anónima que cada día muere y revive y vuelve a morir y a revivir en un ciclo sin final, la voz que habla desde lo oscuro, la voz que aprehende lo oscuro, la voz que habla sobre lo oscuro, una voz que sólo puede hablar con palabras enquistadas, en crisis, con palabras muy bajas, muy bajas, con palabras muy bajas, con palabras que no son más que susurros: “nada / sabes del frío con que mi voz te espera”.