
Nacido el 11 de mayo de 1918 en Córdoba y fallecido el 20 de noviembre en Madrid, Leopoldo Urrutia de Luis fue un prolífico crítico literario además de gran poeta. Amigo de Miguel Hernández, con quien compartió momentos durante la Guerra Civil, de Germán Bleiberg, Gabriel Celaya, León Felipe y Vicente Aleixandre, fue, como ellos, un poeta existencialista y cercano al pueblo y a las personas y sus momentos cotidianos, evolucionando, a medida que iba madurando en años y experiencia, hacia una visión más humanista de la existencia.
Su primer libro de poemas fue elaborado junto a Miguel Hernández y Gabriel Baldrich, aunque su primera obra en solitario, aparecida en 1946, se titulaba Alba del hijo, sin embargo, anteriormente, 1938, aparecería Romance.
Concluida la guerra estuvo tres años de cautiverio entre diversas cárceles y campos de trabajo. Una vez liberado, comenzó a publicar sus poemas y críticas literarias en diferentes revistas: Garcilaso, Espadaña, Cántico, Papeles de son Armadans, Revista de Occidente, Ínsula, Poesía Española…
Su producción poética, considerada como una de las mejores representaciones de la poesía de postguerra y por la cual fue largamente premiado: Premio Nacional de Literatura 1979 por Igual que guantes grises, consta de más de treinta y cinco libros y, no menos importante fueron sus biografías y estudios críticos, recibiendo el Premio Nacional de las Letras Españolas por su libro Generación del 98.
Leamos dos poemas de este autor, La ropa en la ventana y Los nombres de las cosas…
La ropa en la ventana Como falsos ahorcados en el aire sus cuerpos vacilantes y vacíos, desnudos de nosotros, brazos, piernas, cinturas, pechos, cuellos, suspendidos. Pasa la luz de enero entre los blancos fantasmas con su frío. Deshabitadas formas desvividas, huecos humanos ateridos. esa silueta con que juega el viento, ese perfil he sido. Tus manos compañeras lo han salvado con su dolor de qué tristes residuos. En el aire tal vez me reconozco, un poco soy bandera al viento herido. Jirón que se estremece mudamente, por un cristal me miro. y no sé si es la ropa o es la vida la que pende de un hilo.
Los nombres de las cosas Si decimos madera, se oye el viento poniendo entre los árboles su música, como cuando al nombrar el pan nos llega un vaho caliente de la mies madura y al decir vino es un otoño claro lo que nos toca con su mansa lluvia. En el ala del nombre cada cosa trae el olor de una sustancia pura, la lejana verdad de su materia, los cálidos cimientos que la fundan. Si decimos madera suena el golpe del leñador entre las altas plumas vegetales, la sombra campesina si pan decimos fugitiva cruza y la mano artesana que levanta la nívea luz de la amasada espuma, y el rumor jornalero en los lagares si vino dice nuestra voz, se escucha. En la arcilla del nombre cada cosa como en pequeños ríos acumula el humano sudor, el noble esfuerzo para su claridad primera y última. Hasta nosotros vienen nombres, cosas: madera, vino, pan, metales, frutas... Satélites diarios nos rodean, sus solícitas sombras nos ayudan. Tienes que pronunciar los nombres de las cosas sintiendo su profunda realidad de materia y su invisible condensación de vida. Tal la pulpa de una almendra, en la cáscara del nombre trozos de vida, vidas diminutas, duermen y se despiertan en tus labios, hijo, cuando tus labios las pronuncian.
Un artículo de Antonio Cruzans