Poemas de «Hormigas en el centro de un desierto», de Raúl Molina

Los siguientes tres poemas pertenecen al libro Hormigas en el centro de un desierto, que será publicado en los próximos meses por Eolas Ediciones.

La imagen que acompaña a los textos pertenece al documental de Werner Herzog, Encuentros en el fin del mundo. Antes de la lectura, recomendamos visualizar este fragmento:

Las bestias


De nuevo camináis despacio contra el viento,
de nuevo hay una frase en vuestros labios,
                      y dos millones bajo el sol.

Al menos sé que todavía nada existe
que pueda hacer de ti miseria y trampa,
al menos que la muerte nos visita
y nos señala hasta que somos
                pequeños como ancestros
en noches de tormenta,
al menos sé la inmensidad del cielo por la noche
el viento o los aullidos
		cuando rabia la sombra.

Hermana, han ocupado los caminos,
han quemado los bosques
y no hay memoria de tu paso por la tierra.

Mientras bandadas vuelan hacia el este me pregunto,
si ya el cielo translúcido,
		        el pájaro y el ala
		o la distancia entre sus cuerpos,
	si aún hay derrota o mercenarios
que avancen sin control.

Como si nunca irrumpe		 o se dilata
al son de los timbales 		la historia de los otros
como si nunca minas, 		campamentos
	        bajo el silencio de la carne.

Recuérdalo,
	expulsaremos voces,
poseeremos
el grito de los mudos
entre ciudades declarándose la guerra
y los pañuelos negros con tu sangre,

recuérdalo en el límite,
		   al filo de los siglos,
donde los alaridos
                   destruyen
         la imagen de la madre.

Aún y más allá nos esperan los vientres,
sin nada que decir que no sea una danza
olvidada y nocturna,
	 alrededor de las bestias. 
                                                                               Fuga


existe un punto de fuga, debe existir al menos un punto de fuga, un horizonte y caminar hermano mío, y caminar cuando todo sea humo y la luz esté apagada, un punto de fuga al menos, uno, una razón de ser, una razón de huir y encorajarnos, un inventario de la tierra, una llanura cubierta con asfalto, la destrucción del llanto o los arneses sobre el cuerpo, al menos uno, al menos nueve puntos cardinales y un campo donde el baile aún sea posible. todavía, dices, recuerdo, todavía recuerdo el territorio, el abandono de palabras, el fuego nocturno y la sal cubriendo las colinas: somos un niño que da vueltas sobre el hielo, un niño que da vueltas y más vueltas, vueltas y lanzas en el costado entre ventiscas. existe un punto de fuga, debe existir al menos uno, una pérdida y tres cruces de caminos, cuando miran al cielo tan sólo ven en él clavos y espinas y el mundo es demasiado tenue tras las tapias, demasiado penumbra es este valle, demasiado azul que palidece hacia lo blanco y se detiene, ojos óxido oscuro y se detiene, dedos sobre el tambor y se detiene, como si aquí apenas la escucha y solo entonces movimiento. recuerdo el tacto de las crines, la ondulación del trigo o esta luz que viene hacia nosotros y de nuevo hacia lo blanco, aquí es todo dolor o bosque hacia lo blanco y este viento también como animal herido nos traspasa y entonces mil cristales, un punto de fuga y mil cristales. debe existir al menos la caída o la rabia tras los muros, el grito y siempre el límite del cuerpo dispuesto por azar en la espesura. toda la noche en las cocinas, toda sin posibilidad de establecerse entre la vida, sin deseo ni huella en el camino. ahora sé que la ausencia de tu voz me mimetiza con las rocas, ahora, un punto de fuga y tres o cuatro pasos hacia la servidumbre. recuérdalo aunque ya no lo sientas, recuérdalo cuando nos digan que lo importante está en la cumbre y nunca en cobijarse de los rayos, y nosotros, humildes e ignorantes, aceptemos sin reservas el mandato, un muro y el mandato, tu vida extraviada entre el acero y el mandato. al fin y al cabo todo se ha convertido errante en un andar solitario hacia las fosas, sí, querido hermano, sí, bajo este manto yace la vergüenza de los pueblos que creyeron ser eternos, y nosotros tan solos como siempre, tan inesperadamente solos como siempre creyendo en el enroque, sin saber que es enero y que el valle se ha cubierto de nieve, sin saber que es enero y las maderas se quiebran, sin saber de la fiebre todavía o del canto de cigarras en las tardes. ahora se ha vuelto todo hacia lo blanco y cae granizo entre las notas, ahora y siempre bruma, sin embargo, tres millones atravesando campos hacia la salvación
Ante la tierra

Existe la lluvia, 
       existe la lluvia y la nieve 
y la tormenta existe, dices,
una llanura sin final y un horizonte desplazado, 
un río que todo lo atraviesa y peces muertos en la orilla. 
Existimos en medio del delirio 
		y buscamos refugio 
ante la inminente caída de las bombas. 

                              Simpre nos pareció 
absurdo el nombre que nos dieron, 
nos pareció absurdo el silencio y los millones de insectos 
viajando hacia occidente, 
      absurdo el ruido en los hogares 
y tantas otras vidas.
 
Olvido y destrucción entre la lluvia,
versículos y danzas en la hoguera 
   como el intento de sentir 
que todavía existe un más acá. 
Quince, tan sólo quince ejemplares del libro iluminado, 
tan sólo búsqueda incesante y trazos de marfil, 
		únicamente lengua, 
fondo sin pozo que se descompone 
			y tus silbidos. 

Existe, para sentir el aire, un laberinto abandonado, 
para mirar, la herida abierta del cianuro, 
o un caballo de patas congeladas
perdido en la espesura:
llora y se deja 
caer, 

	caer,

		caer, 
como los viejos ritos de la sangre.
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