M.A., de Juan Gelman

Un artículo de Raúl Molina

Estas visitas que nos hacemos,
vos desde la muerte, yo
cerca de ahí, es la infancia que pone
un dedo sobre el tiempo y dice
que desconocer la vida es un error.
Me pregunto por qué
al doblar una esquina cualquiera
encuentro tu candor sorprendido.
¿El horror es una música extrema?
Las penas llevan a tu calor
cantado en lo que soñaste,
las casas de humo donde vivía el fulgor.
De repente estás solo.
Huelo tu soledad de distancia
obediente a sus leyes de fierro.
El pensamiento insiste en traerte y devolverte
a lo que nunca fuiste.
Tu saliva está fría.
Pesás menos que mi deseo,
que la lengua apretada del aire.

Un par de mantas y un edredón cubrían mi cuerpo esa fría noche de enero en una ciudad del extrarradio de Barcelona. Me los quité de encima, con bastante trabajo, por cierto. Siempre me ha costado mucho salir de la cama. Solía despertarme pronto, ducharme, desayunar y ponerme delante del ordenador a escribir unos cuantos trabajos que tenía pendientes en la Universidad. Nada hacía presagiar que ese día iba a ser diferente. Me calenté el café de la noche anterior, abrí la versión digital del diario Público y el titular me golpeó como un gancho de izquierdas digno del mejor Hemingway: “Fallece a los 83 años el escritor argentino Juan Gelman”. Qué queréis que os diga. Gelman siempre había sido un referente para mí. Su vida, dura, muy dura, y su obra, increíble y penetrante como pocas, son claras muestras de la perseverancia y la lucha en pos de la justicia y la verdad. En mi opinión: uno de los mejores poetas vivos de habla hispana. Este poema que aquí proponemos busca transmitir, como tantos otros salidos de su pluma, los sentimientos asociados al episodio más doloroso de su vida: la desaparición y muerte de su hijo Marcelo Ariel Gelman.

Situémonos. La gran águila imperial estadounidense miraba con recelo y temor el auge de los gobiernos de izquierda en América Latina. Sus vecinos del sur, que no le habían creado nunca excesivos problemas (más allá de Cuba), comienzan a tomar posiciones políticas alejadas tanto del capitalismo que Estados Unidos deseaba imponer como de las íntimamente relacionadas doctrinas neoliberales que desde la Escuela de Chicago economistas como Milton Friedman o Robert Lucas comenzaban a teorizar. Llegados a este punto, la cúpula política estadounidense, principalmente los presidentes Johnson y Nixon, pero también el secretario de estado Henry Kissinger, contribuye activamente a la llegada al poder, vía golpe de estado, de dictadores a lo largo de toda América Latina y a la consolidación de los regímenes totalitarios ya establecidos: Paraguay estaba bajo el mando del General Alfredo Stroessner desde 1954; el gobierno democrático de Gulart en Brasil es derrocado por los militares en 1964; el general Hugo Banzer llega al poder en Bolivia en 1971; en junio de 1973, el presidente electo Juan María Bombarderry disuelva las cámaras e instaura la dictadura cívido-militar uruguaya; el 11 de septiembre de 1973, el general Augusto Pinochet se convierte en Presidente de la Junta de Gobierno y en Comandante en jefe del Ejército de Chile tras bombardear el Palacio de la Moneda y asesinar al socialista Salvador Allende; el 24 de marzo de 1976, la Junta Militar, presidida por Jorge Rafael Videla, toma el poder en Argentina derrocando a Isabel Perón. Para coordinar las operaciones entre los distintos países tomados por mandos militares, Estados Unidos ideó la llamada Operación Cóndor en los años 70 y 80, que se materializó en un terrorismo de estado basado en la vigilancia, tortura, persecución, desaparición y muerte de personas vinculadas a organizaciones contrarias a las políticas totalitarias de los gobiernos dictatoriales de turno.

En este contexto se desarrolla la vida de Juan Gelman en Buenos Aires. El poeta, que había formado parte de organizaciones guerrilleras durante su juventud, se trasladó a Roma en 1975 para denunciar la violación de derechos humanos en América Latina y, casualidades dantescas de la vida, durante su larga estancia en la capital de Italia se produce el ya comentado golpe de estado de Videla en su país natal. Forzadamente, debe permanecer en el exilio a miles de kilómetros de su familia.

El cerco sobre los militantes de izquierdas en toda la Argentina era cada vez más duro. Todos los días, cientos de jóvenes eran detenidos y encarcelados o llevados a campos de concentración donde sufrían constantes torturas y vejaciones. El 24 de agosto de 1976, apenas cinco meses después del golpe de estado, los militares entran en casa de Berta Shubaroff, primera mujer de Juan Gelman y madre de Marcelo Ariel Gelman y Nora Gelman. Ambos, junto a sus parejas fueron detenidos. Dos días después, Nora y su novio son liberados, pero Marcelo Ariel y María Claudia, su novia, embarazada, permanecen en el campo de concentración. Juan Gelman, desde Roma, intenta lo indecible para liberar a su hijo y su nuera, aunque le es imposible.

Marcelo Ariel y María Claudia

Pasan los años y el hijo y la nuera de Gelman son incluidos en las extensas y espeluznantes listas de desaparecidos. El poeta investiga, utiliza su influencia para abarcar información y, finalmente, en 1978, una noticia: María Claudia había conseguido dar a luz, sin embargo, no se sabe ni dónde ni cuándo ni en qué lugar se encuentra el bebé. Doce años después, ya en democracia, son encontrados en un río de San Fernando, dentro de un tambor lleno de grasa y cemento, los restos mortales de Marcelo Ariel Gelman. La autopsia confirma que la causa de la muerte fue un tiro en la nuca. Juan Gelman ya puede enterrar a su hijo. Pero ¿y su nuera?, ¿y su nieta? Nuevas informaciones se hacen públicas en 1998: el Plan Cóndor permitió que María Claudia fuera trasladada a Uruguay, donde pudo dar a luz en el Hospital Militar de Montevideo.

El 23 de diciembre de ese mismo año, Gelman publica un emotivo texto, “Carta abierta a mi nieto”, en el semanario Brecha. Es larga, pero no puedo resistirme a copiarla por completo.

“Dentro de seis meses cumplirás 19 años. Habrás nacido algún día de octubre de 1976 en un campo de concentración. Poco antes o poco después de tu nacimiento, el mismo mes y año, asesinaron a tu padre de un tiro en la nuca disparado a menos de medio metro de distancia. Él estaba inerme y lo asesinó un comando militar, tal vez el mismo que lo secuestró con tu madre el 24 de agosto en Buenos Aires y los llevó al campo de concentración Automotores Orletti que funcionaba en pleno Floresta y los militares habían bautizado “el Jardín”. Tu padre se llamaba Marcelo. Tu madre, Claudia. Los dos tenían 20 años y vos, siete meses en el vientre materno cuando eso ocurrió. A ella la trasladaron -y a vos con ella- cuando estuvo a punto de parir. Debe haber dado a luz solita, bajo la mirada de algún médico cómplice de la dictadura militar. Te sacaron entonces de su lado y fuiste a parar -así era casi siempre- a manos de una pareja estéril de marido militar o policía, o juez, o periodista amigo de policía o militar. Había entonces una lista de espera siniestra para cada campo de concentración: Los anotados esperaban quedarse con el hijo robado a las prisioneras que parían y, con alguna excepción, eran asesinadas inmediatamente después. Han pasado 12 años desde que los militares dejaron el gobierno y nada se sabe de tu madre. En cambio, en un tambor de grasa de 200 litros que los militares rellenaron con cemento y arena y arrojaron al Río San Fernando, se encontraron los restos de tu padre 13 años después. Está enterrado en La Tablada. Al menos hay con él esa certeza.

Me resulta muy extraño hablarte de mis hijos como tus padres que no fueron. No sé si sos varón o mujer. Sé que naciste. Me lo aseguró el padre Fiorello Cavalli, de la Secretaría de Estado del Vaticano, en febrero de 1978. Desde entonces me pregunto cuál ha sido tu destino. Me asaltan ideas contrarias. Por un lado, siempre me repugna la posibilidad de que llamaras “papá” a un militar o policía ladrón de vos, o a un amigo de los asesinos de tus padres. Por otro lado, siempre quise que, cualquiera hubiese sido el hogar al fuiste a parar, te criaran y educaran bien y te quisieran mucho. Sin embargo, nunca dejé de pensar que, aun así, algún agujero o falla tenía que haber en el amor que te tuvieran, no tanto porque tus padres de hoy no son los biológicos -como se dice- sino por el hecho de que alguna conciencia tendrán ellos de tu historia y de cómo se apoderaron de tu historia y la falsificaron. Imagino que te han mentido mucho.
 También pensé todos estos años en qué hacer si te encontraba: si arrancarte del hogar que tenías o hablar con tus padres adoptivos para establecer un acuerdo que me permitiera verte y acompañarte, siempre sobre la base de que supieras vos quién eras y de dónde venías. El dilema se reiteraba cada vez -y fueron varias- que asomaba la posibilidad de que las Abuelas de Plaza de Mayo te hubieran encontrado. Se reiteraba de manera diferente, según tu edad en cada momento. Me preocupaba que fueras demasiado chico o chica -por ser suficientemente chico o chica- para entender lo que había pasado. Para entender lo que había pasado. Para entender por qué no eran tus padres los que creías tus padres y a lo mejor querías como a padres. Me preocupaba que padecieras así una doble herida, una suerte de hachazo en el tejido de tu subjetividad en formación. Pero ahora sos grande. Podés enterarte de quién sos y decidir después qué hacer con lo que fuiste. Ahí están las Abuelas y su banco de datos sanguíneos que permiten determinar con precisión científica el origen de hijos de desaparecidos. Tu origen. 

Ahora tenés casi la edad de tus padres cuando los mataron y pronto serás mayor que ellos. Ellos se quedaron en los 20 años para siempre. Soñaban mucho con vos y con un mundo más habitable para vos. Me gustaría hablarte de ellos y que me hables de vos. Para reconocer en vos a mi hijo y para que reconozcas en mí lo que de tu padre tengo: los dos somos huérfanos de él. Para reparar de algún modo ese corte brutal o silencio que en la carne de la familia perpetró la dictadura militar. Para darte tu historia, no para apartarte de lo que no te quieras apartar. Ya sos grande, dije. 

Los sueños de Marcelo y Claudia no se han cumplido todavía. Menos vos, que naciste y estás quién sabe dónde ni con quién. Tal vez tengas los ojos verdegrises de mi hijo o los ojos color castaño de su mujer, que poseían un brillo especial y tierno y pícaro. Quién sabe cómo serás si sos varón. Quién sabe cómo serás si sos mujer. A lo mejor podés salir de ese misterio para entrar en otro: el del encuentro con un abuelo que te espera”.

De nuevo, su pista se pierde. Gelman pide la colaboración del presidente uruguayo Julio María Sanguinetti, pero este se la niega. En el año 2000, tras la llegada al poder de Jorge Batlle, se inician otra vez las diligencias para encontrar a su nieta y a los pocos meses salta la noticia: María Macarena, es encontrada. Dos fantásticos documentos de Macarena Gelman, en los que cuenta su historia, pueden ser consultados en Youtube:

Tanto sufrimiento acumulado durante décadas. Esta es la historia de Juan Gelman, de su hijo y su nuera, vilmente asesinados en 1976. No creo que haga falta decir mucho más, ni veo necesario analizar el poema que aquí hemos presentado. Léanlo otra vez pensando en todo lo que hemos dicho, en todo el dolor con el que Gelman escribió esos versos. Háganlo así y se os mostrará ante los ojos con toda su crudeza. No puedo tampoco resistirme a dejaros otros versos de Juan Gelman. Para leer estos, pertenecientes a Carta Abierta, un conjunto de poemas dedicados a su hijo, hay que seguir las mismas pautas. Con su voz y este grito nos despedimos: ¡Memoria, Verdad, Justicia!

deshijándote mucho
deshijándome
o sea buscándote por tu suavera
paso mi padre solo de vos
pasa la voz secreta que tejés
paciente
como desalmadura de mi estar
¿niñito que pasás volando por
los trabajos grandísimos de vos?
¿atando? /desatando?
¿atando para que no me quepa en vos? 
¿me fuese afuera de este dolor? 
¿adónde? 
qué país sangrás
para que sangre carnemente?
¿por dónde andás
trístisimo de tibio?

Post scriptum: Es totalmente recomendable ver una película del director Marcelo Piñeyro, titulada Kamchatka, que cuenta la historia de una familia argentina de izquierdas de clase media, desde el punto de vista de uno de los hijos, que se ve obligada a esconderse de los militares en el Buenos Aires de los años 70.

Post scriptum 2: Hay canciones necesarias cuando se habla de determinados temas. Ahí va una de León Gieco.

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